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Cuando Dios es el único recurso

'Los caballos de Dios' relata la vida de cuatro niños que se convierten en yihadistas. Vincula su fanatización con el desamparo social e institucional.

17/11/15 · 21:07

Que el enemigo no tenga rostro, o se retrate con un esquematismo que deshumaniza, es una de las reglas del cine propagandístico. La representación fílmica del yihadismo se ha basado en estas técnicas, en la presentación de un otro despersonalizado, fácil de odiar. Quedó atrás el homenaje a los muyahidines afganos de Rambo III, escrito con la letra gruesa y airada del reaganismo cultural. Aún así, el cine de la 'guerra contra el terror' conserva rasgos del Hollywood previo a la globalización. Incluso en tiempos de corrección política, potenciada por el deseo de acceder a todos los mercados posibles, el yihadista perdura como una figura de maldad absoluta. Es el blanco anónimo que hay que abatir, sin ningún reparo moral, en películas como El último superviviente, American soldiers o El francotirador.

Recientemente editado en soporte DVD, Los caballos de Dios propone otro acercamiento: el islamismo violento deviene asunto social y político, además de un problema de seguridad. El filme se basa en una novela homónima de Mahi Binebine, inspirada en los atentados cometidos en Casablanca en el año 2003. Sus protagonistas son cuatro habitantes de un barrio de chabolas marroquí, de quienes se explica su niñez y juventud. El realizador Nabil Ayouch ofrece una genealogía de la radicalización, retrata familias desestructuradas sin apoyos institucionales ni asociativos. A través de diversos saltos en el tiempo narrativo, Tarek, Hamid y compañía pasan del fútbol al menudeo con drogas, siempre bajo el influjo de la violencia y la falta de oportunidades.

En ese contexto, el terrorismo religioso aparece como una solución y promesa múltiple: una organización proporciona sustento y techo a los chicos, les ofrece una causa, incluso un paraíso al que acceder a través del martirio. Ayouch no acaba de introducirse en el abismo conceptual del terrorismo suicida. Prioriza lo social y lo emocional, incluido el laberinto de afectos y envidias derivado de la relación con los maestros. La puesta en escena del adoctrinamiento desprende cierta artificiosidad, quizá coincidente con la realidad. En todo caso, pequeños gestos de tenebrismo friccionan con el naturalismo general, de una manera similar a los subrayados sentimentales presentes en las escenas de juventud.

El terrorismo religioso aparece como una solución múltiple: proporciona sustento, techo y una causa

Los caballos de Dios también capta, además de un machismo exacerbado, una fuerte homofobia ambiental. Para uno de los chicos, Nabil, la guerra santa es la redención de algo vergonzante: uno de sus formadores le retorna su masculinidad al calificarle de “auténtico hombre”... En un Estado donde el sexo homosexual sigue siendo delito. De nuevo, los autores no sólo señalan las responsabilidades individuales de los terroristas, sino deficiencias del tejido político y social. El yihadismo sustituye, incluso en lo asistencial, a un Estado en quiebra. En una escena de la película, un grupo corea con entusiasmo fanático que Dios es su único recurso. Binebine y Ayouch parecen afirmar, con abatimiento, que hay algo de verdad en ese enunciado y advierten sobre las circunstancias que facilitan la captación de jóvenes.

De alguna manera, el filme es un contrapunto necesario a relatos como En el valle de Elah, aunque esté cerca de convertirse en su negativo. Paul Haggis lloraba los costes humanos de los invasores de Irak sin incluir guiños a los invadidos; aquí, las víctimas del terrorismo se muestran con respetuosa fugacidad. Y la humanización de los protagonistas bordea la victimización, pero no resulta autocomplaciente. La crítica a la política marroquí es implícita pero evidente, y ni siquiera se suaviza recordando las responsabilidades compartidas del neocolonialismo internacional. Desde el ámbito local, Ayouch llama a actuar sobre las raíces de una desesperación que, en algunos casos, deviene asesina.

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