El peor inconveniente de la última película del director Guillermo del Toro, 'La cumbre escarlata', es que carece de misterio.
¿Es éste un tiempo todavía de pastiches en el cine? ¿Es posible hacer un melodrama gótico como los de antes? ¿Y no habrían de ser por fuerza distintos? ¿Y qué significaría distintos?
Me hacía estas preguntas antes y después de ver La cumbre escarlata, la última película que Guillermo del Toro ha dirigido partiendo de un libreto que firma junto a Matthew Robbins.
La película cuenta la historia de una joven escritora en ciernes, Edith Cushing, hija de un capitalista del carbón, que recibe la visita de un decadente aristócrata, el baronette Thomas Sharpe quien, junto a su hermana Lucille, ha viajado desde Inglaterra para encontrar financiación para una máquina de carbón que no termina de funcionar en sus tierras.
Cushing termina cayendo en los brazos del barón y la trágica y repentina muerte de su padre ayuda a que se casen con mayor celeridad. Los intereses del barón no son solamente amorosos: necesita su firma para salvar Alerdale Hall de la ruina.
Ésta es la premisa de una película en la que hay ecos de cierto romance gótico que, como otros, comenzó en la novela. Cuenta con gran pericia y delicadeza Raymond Williams que las novelas inglesas del siglo XIX reproducen el gran proceso del capitalismo rural al industrial y retratan, por lo tanto, la tensión entre campo y ciudad.
El primer acto es el mejor de la película. Hay escenas muy interesantes por lo que cuentan, pero la película no llega a desarrollar
El primer acto es el mejor de la película. Hay escenas muy interesantes por lo que cuentan, pero la película no llega a desarrollar. La primera es la ironía de un grupo de mujeres que le insinúa que terminará muriendo joven y soltera (¡y virgen!) como Jane Austen. Ella responde que prefiere el caso de Mary Shelley, joven y viuda.
Edith cuenta con la desconfianza de su padre. Es cálido, sin embargo ella prefiere escribir a máquina su novela porque cree que cuando es demasiado femenina, su posición es de debilidad notable frente a otros. Será Sir Thomas quien reconozca su talento y comience a seducirla.
Por eso mismo, por su posición de aristócrata que reconoce el talento, Sir Thomas es repudiado. El mundo del señor Cushing es el de empresarios hechos a sí mismos con manos ásperas frente a las suaves de quien no se ha esforzado.
Hasta aquí la película genera un montón de problemas en su conflicto dramático: el amor de una mujer y la tensión entre sus necesidades y sus obligaciones. De hecho, Del Toro y Robbins no ambientan la historia en el tiempo de Charlotte Brönte si no un poco más adelante, justo cuando podría suceder, por ejemplo, cualquier obra maestra de Henry James, con sus cruces entre personas del Viejo y el Nuevo Mundo como eje central de su obra.
Pero Del Toro debe hacer un relato gótico. Tras el interés comercial hay muerte. Pero tras el deseo de Sir Thomas hay amor. Y es aquí donde comienzan los problemas. La película prefiere que Edith sea la heroína, que sea ella quien, al final, salve al noble doctor que la protege y ayuda (y que para mayor énfasis, es amigo de la infancia) y que sea ella quien acepte el fracaso de su tempestuoso matrimonio.
Pero Sir Thomas, envuelto en una trama incestuosa con su hermana, deja de ser el villano. Es aquí donde aparece Lucille. Es una hermana unida a la tierra de Alerdale quien extorsiona, envenena y finalmente persigue y atemoriza a Edith en una reedición un tanto plúmbea de la película de terror con asesino a la caza.
Estamos lejos, pues, de los hallazgos literarios de Brönte pero también de los cinematográficos, producidos por Rebeca, de Alfred Hitchock (otro gran moralista). Del Toro se recrea en un espléndido diseño de producción y vestuario, nos deja contemplar la belleza de un vals o la decadencia del otoño en un páramo infértil, pero enfrenta a una mujer a su opuesto absoluto.
De hecho, son una rubia contra una morena, una romántica leal y comprensiva frente a una intransigente y maquiavélica. Se han hecho lecturas apasionadas y de algún modo exhaustivas sobre el arco dramático de la heroína, pero se olvida con frecuencia en qué medida la película, que trata de un incesto que recorre como una maldición una serie de estructuras injustas y explotadoras posteriores, dramatiza y en qué términos.
En ese sentido, por irónico que parezca, La cumbre escarlata es, y éste es su peor inconveniente, una película sin apenas misterio. Tan literal e inofensiva como cualquier otra de la corriente general.
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