La inauguración de Barcelona 92 merece ser revisada a la luz de nuevas revelaciones sobre algunos de sus protagonistas.

Karl Marx escribió que los acontecimientos históricos se repiten: la primera vez ocurren como tragedia y la segunda, como farsa. Suponiendo que la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 pueda contemplarse como la metáfora de un enfrentamiento, de una tragedia, parece llegado el momento de la repetición, de la comedia, de la farsa.
Exterior. Noche. Ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Barcelona, 25 de julio de 1992, 22.02h.
Felipe de Borbón entra en el estadio enarbolando la bandera de la delegación española. No puede sospechar que su padre, que preside la ceremonia y aplaude emocionado, será un día un rey emérito cuya hija Cristina, que apenas puede contener las lágrimas, habrá de emigrar a Suiza y sobrellevar la condición de imputada a la espera de juicio.
Sí llora sin disimulo Elena, la hija mayor del clan de los Borbones, una familia de deportistas extraordinarios en la que ella será la única en no llegar a la condición de olímpica. Juan Carlos de Borbón fue regatista en Múnich 1972; su esposa Sofía participó en el equipo griego de vela en Roma 1960; Cristina de Borbón abanderó al equipo español en Seúl 1988; Felipe de Borbón camina ahora sobre el tartán del estadio. A nadie parece extrañarle esta prodigalidad de los reyes y sus hijos, capaces todos de alcanzar la excelencia.
En el palco, junto al monarca, destaca la figura de Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, que pasará el resto de su vida dando a entender que haber sido un falangista entusiasta es tan sólo un detalle biográfico.
A escasos metros, debajo, Fidel Castro.Y, en un lugar preferente, un matrimonio que está cambiando la historia de Cataluña: los Pujol-Ferrusola. Los mismos que 23 años después abandonarán su domicilio escoltados por la Policía Nacional y cuya imagen, entre la desolación y la soberbia, suscitará una pregunta inevitable: ¿para qué querrán tanto dinero? Fin de la inauguración revisada.
Comisionistas
El clan de los Pujol, alejado de veleidades deportivas, se dedicó, según el relato de la investigación policial que ahora publican diversos medios de perfil conservador, a cobrar comisiones a las empresas que participaban en el negocio de los Juegos. Aquí conviene colocar muchos condicionales y salpicar el texto con las palabras 'presunto' y 'presuntamente'.
Así que, con las salvedades que procura una filtración, la trama de los Pujol se asemeja a una presunta asociación con ánimo de lucro, circunscrita al ámbito familiar, para enriquecer de forma solidaria a cada uno de los vástagos del matrimonio Pujol-Ferrusola mediante jugosas mordidas.
Del contenido de las comisiones rogatorias llegadas de Andorra y el Reino Unido cabría inferir un método sencillo: visitas a los empresarios para informarles de la tasa familiar, ingresos por parte de los empresarios en cuentas en Andorra y regreso del dinero convertido en inversiones. Todo tan simple que cuesta entenderlo.
Las noticias hablan de la 'omertá': de un pacto de silencio entre el clan de los Pujol y los empresarios extorsionados. Un silencio que sólo ahora, merced a una rigurosa y dilatada investigación, podría estar a punto de estallar.
Entre la maleza de los millones de euros defraudados, de vez en cuando vemos a Pujol, al que ahora llaman "el patriarca", caminar encorvado por el jardín de su residencia de Queralbs (Girona). En estas escenas pirenaicas se echan en falta perros despistados que subrayen la idea de una corte en decadencia. Quizá alguno de esos canes podría ser de la raza pastor catalán (gos d'Altura), como el Cobi, aquella mascota omnipresente en la Barcelona del 92.
Mariscal, mantero
Tampoco el creador del Cobi atraviesa sus mejores momentos. Después de haber llenado España de tenedores solitarios (el inicio de una cubertería ofrecida por un periódico), llegó la crisis y se llevó por delante su estudio, su obra.
En una entrevista con la revista digital Gurb, declara: "Yo abro la tienda y ya no viene nadie, tengo que ir a la calle a poner un manta en el suelo para poner sombreros y cosas, para ver si la gente viene y me compra. Y además, como soy ilegal, tengo que tener unas cuerdecitas atadas a la manta para cuando llegue la policía tirar y hoop… salir corriendo".
Cuesta imaginar a Mariscal corriendo por Barcelona, cruzándose con la comitiva que arrastra a los Pujol a un nuevo registro.
Sí, algo no cuadra: en la desnudez del rey emérito, de los Pujol y en Mariscal convertido en mantero queda un matiz de exceso, de sobreactuación. Y surge entonces una sospecha esbozada en una máxima de Rafael Sánchez Ferlosio: "El niño que osó decir 'El emperador está desnudo', ay, acaso estaba pagado también por el propio emperador".
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