Quiero denunciar aquí que el señor Joaquín Salvador Lavado, alias Quino, me ha estado robando mis mejores chistes durante décadas. Y no hablo de su célebre Mafalda, no, hablo de sus chistes recopilados en MundoQuino (1963), A mí no me grite (1972), Quinoterapia (1985), Sí, Cariño (1987), Qué mala es la gente (1996) o cualquiera de sus veinte libros publicados de humor gráfico puro y duro.

Si bien el reconocimiento internacional le vino de la mano de Mafalda, son sus chistes a página entera lo que hacen de Quino, para mí, el gran humorista gráfico que es.

Un humor, el suyo, que sin dejar de lado el costumbrismo lo eleva a un lugar sin tiempo ni geografía: oficinistas esclavos de su rutina, parejas hastiadas, gente desencantada con una vida que se les escapa… imprimiéndoles una universalidad que refleja la frustración de este mundo moderno de consumidores y consumidos.

Si bien el reconocimiento internacional le vino de la mano de Mafalda, son sus chistes a página entera lo que hacen de Quino, para mí, el gran humorista gráfico que es

Quino aborda en su obra temas recurrentes en el humor gráfico clásico: náufragos, pianos que caen, ladrones, jefes, empleados y un largo etcétera, pero teñidos de un desencanto que los eleva, al estilo de los grandes de la literatura satírica como Bierce o Swift, a metáfora crítica de lo que parece ser el mundo y lo que la experiencia nos dice que es el mundo en realidad.

Pero esa carga de profundidad, que en la mayoría de los humoristas con pretensiones termina convirtiéndose en la quinta columna que mata lo que su humor tenía de humor, en el caso de Quino dispara su obra hacia una cima añorada por los que ejercemos este oficio pero muy difícil de alcanzar de forma voluntaria, porque la simpleza y la naturalidad con la que Quino expresa su existencialismo anula lo que podría resultar soberbio o pretencioso volviéndolo digerible y apto para todo tipo de paladares.

Y porque lo que siempre brilla de su humor es la calidad, el ingenio y la efectividad de sus chistes. Son paradojas universales sobre la condición humana, sí, pero son chistes. ¡Y de los mejores!

Quino consigue sorprender siempre y sus remates están tan a la mano del lector que parece mentira que no se te haya ocurrido a ti ese giro que acaba de arrancarte una risa o, la mayoría de las veces, una sonrisa amarga.

Este dibujo sería mi mejor chiste si no fuera porque el señor Quino ya lo había publicado años antes de que yo siquiera empezara a dibujar

En estos chistes, creo yo, está lo mejor de Quino y son, como ya dije en un principio, lo mejor de mi propia obra nunca dibujada. Se lo explicaré mejor:

Un día se me ocurre un chiste que puede ser el no va más de mi carrera. Un chiste sin palabras que dice mucho con muy poco. El chiste es éste: un señor en bata en una sala con estanterías que llegan hasta los techos se sube sobre la espalda de su criado para alcanzar la altura del estante donde guarda sus libros de Carl Marx...

Este dibujo sería mi mejor chiste si no fuera porque el señor Quino ya lo había publicado años antes de que yo siquiera empezara a dibujar...

Y no es el único caso. Cada vez que se me ocurre un chiste soberbio, aquel que convertirá toda mi obra anterior en meros errores, busco en sus 20 libros de humor gráfico y descubro que dicho chiste ya fue hecho, y de forma mucho más fina y certera, por el mentado señor Quino.

Así que aquí dejo asentada esta denuncia. Quizá mañana la justicia tome en cuenta los postulados de la física cuántica y el hecho de que el tal Quino los haya hecho en tiempos anteriores no le sirva como coartada para librarse de ser condenado por plagiar lo mejor de mi obra jamás realizada.

Mientras tanto, tengo que conformarme releyendo sus libros y viendo lo mejor de mi obra firmada por él y con anterioridad.