Literatura
Chirbes y las heridas que la historia dejó en España

Las novelas de Rafael Chirbes respiran la necesidad incontenible por comrpender el mundo en que vivimos.

29/08/15 · 8:00
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'Crematorio' es uno de los testimonios más certeros del impacto de la burbuja inmobiliaria en España. / Álvaro Minguito

Rafael Chirbes nos dejó de forma repentina el 15 de agosto. Tras su muerte deja inédito un último pedazo de su obra: París-Austerlitz, una novela corta que llegará a las librerías en enero del próximo año. Chirbes publicó esencialmente obras de ficción como La buena letra (1992) o La larga marcha (1996), pero son sus obras más recientes las que le sitúan en la palestra de los mejores narradores contemporáneos: Crematorio (2007) y En la orilla (2013), además de diseccionar con rigor los acontecimientos de nuestra historia más reciente, fueron nombradas las mejores obras de ficción por el jurado del Premio Nacional de la Crítica. Quedarán en la memoria muchas de las huellas que dejan los libros del escritor en nuestra narrativa: la capacidad de radiografiar una época y una sociedad, la complejidad moral y humana de sus personajes, una prosa acelerada y quejumbrosa o una Misent (aunque inventada) tan reconocible que se ha convertido en real.

Relatos subterráneos

La narrativa de Rafael Chirbes se situó desde el primer momento en un realismo despojado del ruido de una literatura enfrascada en sí misma que sacralizaba una forma, una metáfora o un giro lingüístico. Mostrar las experiencias de una realidad compleja y múltiple se interpuso siempre en primera instancia en sus ficciones. Sus novelas respiran la necesidad incontenible del autor por comprender el mundo en el que vivimos, explotando los orificios del tiempo, ya fuera a través de las marismas que anticipan el acontecimiento como a través de sus ruinas. En La caída de Madrid, Chirbes sitúa a sus personajes en los últimos días del franquismo para ofrecernos las estructuras sobre las cuales se van a construir los años venideros. En la orilla, en cambio, muestra a los supervivientes de una crisis económica y social que ha arrasado modos de vida, relaciones interpersonales y, en definitiva, ha originado la caída libre de todo un mundo. Pero desde un procedimiento u otro, sus novelas tuvieron una intencionalidad clara: escuchar el hilo subterráneo de aquello que leemos en periódicos o escuchamos en la radio para recomponer los relatos paralelos ocultos en la historia oficial.

Chirbes ejecuta una suerte de narrativa arqueológica, escarbando en el pasado e introduciéndose en las grietas para identificar los canales que lo comunican con nuestro presente. Deconstruye la realidad en trozos múltiples y diversos para enlazarlos de nuevo en una representación compleja y a menudo confusa –con afirmaciones que abren la puerta a la duda, con expresiones contradictorias– pero que respira, en definitiva, verdad. Al fin y al cabo, nuestra memoria colectiva más reciente, que es la que relató Chirbes en su obra, no es llana y sin fisuras: el narrador escribió nuestra historia invisible sin complejos ni dogmatismos, y lo hizo sobre todo a través de las voces de los protagonistas de sus novelas.

Angustia e individuo

Por una parte, sus personajes son voces individuales memorables; existencias llenas de angustia y desesperación sobre las cuales el autor no establece distinciones sociales ni económicas (en lo humano) que categoricen el dolor. En la literatura de Chirbes, pese a mostrar personajes antagónicos que identificamos como modelos determinados de clase, no hay víctimas ni verdugos claramente delimitados, sólo una angustia que lo arrolla todo y a todos. Una desesperación que se vuelca en pasajes con una puntuación totalmente libre, con cruces de oraciones con pensamientos desordenados, con torrentes de palabras que forman párrafos largos, sumiendo al lector en la asfixia misma que escupe el personaje.

Sea cual sea su adscripción en la pirámide económica, y sea cual sea su dolor particular, las voces que representan sus personajes conforman el relato colectivo de una época. Sus pensamientos, sus necesidades y sus preocupaciones dibujan el imaginario compartido de estos años del capitalismo tardío. También las localizaciones de sus novelas, que son, en realidad, otras voces más que gimen lastimosas, describen el alma que se encuentra detrás de los primeros años de la Transición, de la corrupción urbanística, de la especulación en el litoral español o del nacimiento y el estallido de las burbujas.

Probablemente por este motivo, los historiadores del futuro acudirán a los libros de Rafael Chirbes para dilucidar la geografía humana, ésa que no viene impresa en datos o en fechas, de estos últimos cuarenta años de democracia.

Siempre se tildó a las novelas de Rafael Chirbes de oscuras y pesimistas. El mismo autor, de hecho, reconocía que algunas de sus obras, como Crematorio, le ocasionaban sentimientos encontrados por la falta de esperanza que irradiaban. Pero Chirbes se defendía argumentando que él no era “cura”, ni “político” y que sus libros no pretendían consolar al lector sino despertarle contradicciones y malestar. Y, en parte, lo conseguía y lo consigue.

En la negritud de los ambientes y los personajes de sus novelas, la palabra de Chirbes enciende también, irremediablemente, una claridad deslumbradora. Sus lectores saben bien que la luz de su prosa está, precisamente, en su existencia. 

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