Les combattants explica una historia de amor cómica en una Europa de ‘no future’ neoliberal.

Podría decirse que Les combattants es una comedia romántica para tiempos de desespero callado. Su autor, Thomas Cailley, inocula ternura de manera gradual, casi a prueba de cinismo, en un cuento de verano que se transforma. Entre imágenes de sol y de tedio moderado, presenta a la peculiar pareja protagonista: Madelaine, una chica fascinada por el autodesprecio espartano que imagina en la vida militar, y Arnaud, un chico que se deja llevar por las inercias, incluidas las que genera un enamoramiento fulminante. El deseo de conocer a Madelaine conduce a Arnaud a un campamento de entrenamiento en el segundo tramo del filme, y a una nueva etapa (y un nuevo género cinematográfico) en la parte final de la narración. El realizador salta de las escenas rohmerianas de costumbres a una cierta sátira de los fingimientos circunspectos de la vida castrense... y de los impulsos masoquistas de sus protagonistas.
Aunque los cambios de escenarios y situaciones sean muy llamativos, la gramática audiovisual empleada contribuye a dotar de una cierta unidad al conjunto. Cailley usa elementos propios de esa estética indie que se ha expandido a todo tipo de ficciones. El cineasta hace un uso intensivo de la música tanto en los cuadros estivales del inicio como en las paleoaventuras finales, hasta el punto de proyectar una cierta desconfianza en la autosuficiencia de sus imágenes, a pesar de que estas llegan a transmitir una notable delicadeza e inventiva. Además, el último tercio de la obra evoca esa nostalgia de la naturaleza propia de cierto hipsterismo urbano. Aunque la personalidad de la protagonista femenina boicotee, desde dentro de la ficción, los tics hedonistas de esta tendencia.
Con todo, la unidad de la película se fundamenta sobre todo en la relación entre los personajes y en el sugerente trabajo de los actores que les dan vida, sea cuando transitan paisajes propios de Pauline en la playa o de un El sargento de hierro vaciado de fascinación militarista. El escenario general es la Francia del abatimiento por una crisis económica asumida como statu quo. Aparecen elementos frecuentes en las narrativas de juventudes sin futuro, como la presentación del ejército como tabla de salvación profesional. Pero la pareja no sufre problemas económicos acuciantes, y eso aleja la propuesta del cine social más literal. Aunque quedan en el aire asociaciones y connotaciones posibles, como un cierto cuestionamiento de los roles de género en las relaciones sentimentales. O el simbolismo potencial de la protagonista femenina como producto enfermizo de idearios hegemónicos. Porque ésta no abraza un camino de sufrimiento por necesidad, sino por su creencia entusiasta en la autosuficiencia individual que propugnan el neoliberalismo... y sus pseudópodos en forma de discursos de autoayuda y de culto a la fortaleza física.
Madelaine es una solitaria capaz de complacerse en su propio malestar y de resistir, sin asomo de queja, cualquier efecto de la doctrina del shock. No hace falta anestesiarla contra la imposibilidad de gozar de una buena vida, ya que no cree merecerla. Y, como pronostica el fin del mundo, la simple supervivencia le parece un regalo. Con su miedo al apocalipsis en tiempos de crisis, Les combattants puede recordar a Take Shelter en versión laica y sin ecos adventistas, aunque también incluya un desenlace que cuestiona la locura de su (¿falsa?) profeta. Cailley parece criticar a su protagonista, pero lo hace desde la consideración: ni la abronca ni la ridiculiza, ni le reserva una transformación redentora ni la enclaustra en un inmovilismo total. Con ello, el francés consigue que su personaje esté en sintonía con el filme, esquivo de simplificar y plenamente disfrutables en su laconismo.
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