Un texto personal que intercala fragmentos de la performance 'Glamorous2be', una acción que dos artistas y activistas griegas comenzaron hace 11 años en Tesalonika.

“He venido aquí y he pasado tres años recopilando suicidios. Traduciendo suicidios. Me levantaba casi cada mañana para ver quién más. Los cuerpos se transformaron en unidad de tiempo”
“Mujer de 20 años, desempleada, se suicidó prendiéndose fuego hace dos días en plena calle, en el barrio de Melissia, Atenas”
“Para que haya un archivo, un testimonio, para que quede escrito en alguna parte”.
“También hablaba de los vivos, por la misma razón”.
Sonreír para la foto
En mayo de 2004, María Mitsopoulou y yo, recién graduadas en Bellas Artes, performamos por última vez en Grecia, en las antiguas aduanas del puerto de Tesalónica. Pocos meses más tarde, hacemos las maletas. Para toda joven promesa que se precie, Europa es la tierra por conquistar. Estudiar más, llenarnos de imágenes nuevas, conocer y sentir. Volver con el trofeo de “haber vivido fuera ̈.
Por ese entonces, la performance como género artístico es una desconocida en Grecia. No se imparte en las facultades. No hay festivales dedicados a la acción artística. Muy pocas personas, aunque muy persistentes, llevan desde los años 80 creando acciones, pero no parece importarles mucho su relación con las instituciones. En el mundo del arte griego, como en muchos otros mundos, toda “novedad” se vive con unos veinte años de retraso. Por otra parte, el país vive uno de sus momentos más álgidos: apenas dos años después de la entrada en el euro, Atenas celebra los Juegos Olímpicos. Inversiones, subvenciones y acciones (en bolsa).
Los años siguientes son historia. Todo se institucionaliza, todo se vende y se compra. Se celebran exposiciones, ferias, premios, aperturas y clausuras. Consumir bienes, consumir cultura. Cuerpos haciéndose fotos con una copa en la mano. Estrellas, actores renombrados de la escena cultural del país. Nuevos espacios para eventos, salas de arte, talleres y los primeros efectos de la gentrificación. Atenas juega a ser algo entre la Nueva York de los 70 y el Londres de los “New British Artists”.
“Yo vivo de las pensiones de mis familiares, la acción que hoy consumís es voluntariado”.
Tomar la calle
Para 2008, la ilusión de los años anteriores ya ha dado lugar al desconcierto. Bajo la falsa pro- mesa del desarrollo económico y la abundancia de bienes, servicios y derechos que disfrutar, se oculta la implantación de medidas neoliberales que producen todo menos lo prometido. En una encuesta publicada un mes antes del asesinato del adolescente Alexis Grigoropoulos a manos de un policía en el centro de Atenas, el 52% dice que su economía doméstica ha empeorado mucho. La educación y salud pública sufren recortes y nada ha mejorado en materia de derechos humanos.
Minutos después del asesinato, la noticia corre como la pólvora. Las redes sociales empiezan a dejar paso a la veracidad frente a la visión única y la manipulación de los medios de comunicación. Miles y miles de cuerpos salen a la calle para hacerse visibles.
Grandes protestas, ocupaciones de edificios públicos, asambleas, disturbios. Acciones en plena calle donde se usan piedras. Acciones en plena calle donde se usa la voz. Cuerpos que pasan noches sin dormir, haciendo de escudo humano para prevenir que alguna pedrada acabe con el escaparate de su negocio. Cuerpos que convierten su negocio en refugio para quienes protestan.
En el edificio ocupado de la Lírica Nacional, cientos de eventos, pases de películas, talleres y teatro. Cerca de la Universidad Politécnica, bailarinas encapuchadas cortan la circulación con una barricada efímera y bailan el Bolero de Ravel. Están acompañadas de músicos con trompetas y gente que usa el contenedor de basura como instrumento de percusión. Una de ellas baila con un casco de moto puesto y con un molotov en la mano.
La ciudad de Atenas (todo el país, de hecho) se convierte en un gran escenario público. Los protagonistas no tienen nombre, pero tienen cuerpo. Identidades, memoria, capacidad de acción.
“¿Qué creéis que puede un cuerpo? ¿Cuánto puede ver y recordar? ¿Cuánto puede correr? ¿Qué puede contar de esta batalla? Fuimos capaces de recuperar nuestros cuerpos”.
Mirarse al espejo
Vuelvo a Grecia en 2011. El primer memorándum, ya firmado y aprobado, provoca movilizaciones masivas. En la parte baja de la plaza Syntagma los cuerpos acampan y se organizan. Otros cuerpos, en la parte de arriba, gritan, insultan y hacen gestos mirando hacia el parlamento. Personas cogidas de la mano en medio de nubes de gases lacrimógenos. No pueden respirar, lloran, intentan protegerse. Se forman cadenas de cuerpos con máscaras antigás.
El rumbo de los acontecimientos es frenético. Elecciones, coaliciones, legislaciones. Recortes, pobreza, suicidios, hambre. Los parques convertidos en albergues. Como era de esperar, toda institución cultural y de arte financiada por el Estado cae en desgracia. También cierran espacios expositivos. Las estrellas ya no venden. No hay mercado. Las luces se apagan.
Ahora es 2015. En el teatro ocupado Empros, se prepara la cuarta edición del Festival Antifascista de Artes Escénicas. En la Escuela de Bellas Artes de Atenas, profesorado y alumnado cierran el curso organizando un festival internacional de performance con el mínimo de medios. Los artistas callejeros no descansan hasta cubrir la ciudad entera de dibujos y mensajes.
Llevo cuatro años trabajando como profesora de artes plásticas en un colegio público con un contrato eventual. Escribo este texto en el que intercalo fragmentos en cursiva de la performance Glamorous2be, que María y yo presentamos el pasado mayo en Atenas. Es la segunda parte del díptico que comenzamos hace once años. El círculo se cierra, pero esto no es un final.
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