Entrevista a Kiko Amat, autor de Chap Chap, editado por Blackie Books.
En lo que es ya una bella e inveterada tradición, nos sentamos con Kiko Amat (Sant Boi, 1971) para charlar sobre su nuevo libro. Chap Chap (Blackie Books), que así se llama la criatura, resume casi dos décadas de artículos sobre cultura popular y territorios adyacentes, escritos por una de las pocas firmas que huye de una sobrevalorada objetividad y donde emerge, sin rubor, la voz del autor.
¿Cuál es la idea central que vertebra los artículos recopilados en Chap Chap?
En el fondo, se trata de una búsqueda de historias que perduren. Hay una parte de oralidad, de cultura de clase obrera, de bar, de exponerte en modo autoflagelatorio, con tus heridas … Y por otra parte, viene de haber mamado mucha cultura inglesa, donde hay una serie de postulados innegociables, como la subjetividad. Si hubiera alguna divinidad que nos dijera: “Esto está bien, esto está mal…” estaría guay, pero no es así. Lo que hay son humanos falibles que la cagan, se meten en reyertas o tienen gatillazos ¿Por qué salen tantos gatillazos? No he tenido tantos gatillazos en mi vida pero siempre salen porque son divertidos.
"Tengo tantos amigos que les gusta la bazofia que me es imposible pensar que la ponzoña define a un hombre"
Esas dos tradiciones que refieres tienen en común el reírse hasta de la desgracia, no hacer drama por nada.
Como se dice en catalán, fer la farina plana que es como moler la grandilocuencia. Y a los ingleses esto les define casi culturalmente. El pecado número uno es tomarte en serio. Entre mis amigos también sucedía así: El victimismo era anatema en mi pueblo, era jipi.
Pero, entiendo, que casi por supervivencia, porque en unas condiciones de clase obrera industrial, como nos paremos a lamentarnos por cada problema…
¡Es que no pararías! No estábamos en las trincheras de Somme, ni muriendo en una nube de gas mostaza, pero el padre borracho de uno, todos en fábricas… las condiciones generales no eran para tirar petardos. Y a la que uno bajara la guardia y derramara la primera lágrima ya la habríamos cagado, aquello se hubiera convertido en Mujercitas. Hay una parte de supervivencia más de machote que puede ser discutible, pero también hay una parte de hacer guasa para tirar hacia delante.
Lo que sí que no tiene ningún sentido es escribir sobre cultura popular dándose aires de grandeza. Algo que por otra parte marcó tendencia en los noventa y que aún padecemos.
El rollo suplemento cultural o los hypes novelísticos de cuando yo salí fueron un shock para mí. Yo me di cuenta que había una cosa llamada suplemento cultural el día que salí en uno. Es así, literalmente; no lo digo por hacerme el guay. Supe de la existencia del Babelia el día que aparecí allí.
Entonces ¿cómo es la sensación de ser adoptado por un público que, en realidad, tú no has buscado? Me refiero a ciertos ambientes de moderneo.
¿Sabes qué pasa? Una cosa es un moderno y otra la modenez. Partir de prerrogativas bélicas que, de otra parte, son las que yo he mamado, me parece una mala manera de vivir.
Pero ellos empezaron esta pelea…
Te entiendo. Pero hay que distinguir entre la oleada moderna y el tío de al lado que va de hipster. En realidad son cosas tan tontas como modas. ¿Qué pasa, que todo el mundo que le gusta Katy Perry es un cretino? No, no chuta así. Tengo tantos amigos que les gusta la bazofia que me es imposible pensar que la ponzoña define a un hombre, no lo define ni desde la perspectiva de la modernez.
De otra parte, está la invitación a formar parte de un mundo cultural que orbita, por ejemplo, alrededor de Anagrama: una editorial que viene de la gauche divine y una tradición muy elitista. Pero creo que depende mucho de la edad en la que entras en este mundo. Bukowski quizás sea el ejemplo más lamentable que llegó a los cincuenta pero como explica Bill Withers en su documental Still Bill, él se hizo famoso en el pop a los treinta, que es muy tarde, y más en los años setenta que triunfaba gente como los Jackson, niños de catorce. Y Whithers ya era padre, tenía mujer, había estado en la marina… tenía un esquema tan sólido de afinidades que nada, ni la adulación más salvaje ni la mejor cocaína, le hizo cambiar el paso. Sin compararme con una estrella del soul, cuando empiezas a publicar a los treinta y pico estás ya tan hecho... Hay una parte de fascinación antropológica: cuando me llevaron a una fiesta de pijos del mundo literario barcelonés me emborraché y me lo pasé muy bien pero nunca más volví. Pero entiendo que alguien aparezca, todo el mundo le aplauda, tenga filas de groupies y todo esa peña de clase alta le diga que eres lo mejor que se ha inventado desde el pan de molde… pues se te va la cabeza. A mí nunca se me fue y no fue por aquello de “tienes que resistir”: estás contento porque vendes libros, sales en periódicos… pero te quedas donde estás. Ya no haces el cambio que hizo Marsé, que es el ejemplo claro del desclasamiento barcelonés: un tío orgulloso de sus raíces pero a la que se topó con esta peña se quedó fascinado.
Volviendo a asuntos estilísticos, practicas, a menudo, la humillación pública que es un género muy terapéutico para tus lectores.
El mal de muchos es el más magro de los consuelos pero también el más antiguo. “Mal de muchos consuelo de tontos” es mentira. Mal de muchos es un consuelo de puta madre. Decir “si somos un montón… cientos… miles… ¡hablemos del asunto!” Además la historia memorable es la autocrucifixión; no la heroica que nadie se cree.
Por imperativos laborales tuve que ocuparme del twitter del Primera Persona y duré dos semanas. No podía. Me daba la impresión de un río de mierda donde vas tirando cosas que nadie recoge
Aunque llevar ese tipo de anécdotas con dignidad también tiene su punto heroico.
No tengo porque creérmela, pero me gusta la dialéctica viril de ciertos autores. Me recuerdan a mi cultura familiar y de pueblo: ser duro, no lamentarte, espaldas anchas y adelante… A no ser que se haya muerto toda tu familia en un espantoso incendio, con todo lo demás… tocas fondo, crees que te vas a tirar, al final no te tiras y sigues adelante.
Uno de los grandes atractivos de entrevistar es conocer a gente que admiras, lo cual te puede reportar gratas experiencias pero alguna decepción, en tanto que no todos tenemos siempre un buen día.
Es verdad y suele obedecer a eso que dices, d de cotidianeidad, de ser el quinto entrevistador del día, de una llamada en el momento menos oportuno… hay mil factores. Pero creo que se compensa de una manera tan exagerada que merece la pena. Cuando he entrevistado a gente que admiraba y me he encontrado que eran exactamente como imaginaba, gente cercana, ultrainspiradora, locuaz, cachonda… Por ejemplo, George Pelecanos, salí de esa conversación dando botes. Lo que nunca he sabido hacer es entrevistar a gente que no me interesa en absoluto.
Pero has sido muy kamikaze. Una de tus primeras crónicas en prensa es una entrevista a Miguel Bosé.
En realidad, yo querría hacer mucho más de esto pero no me dejan. Porque saben lo que pasará: de ahí no saldrá una entrevista con ese fulano, saldrá mi crónica. Como la de Miguel Bosé, que cito tres frases suyas al final..
¿Y no has sido represaliado nunca?
La gente no te vuelve a llamar. Pero te queda un artículo como el de Miguel Bosé que es un artículo divertidísimo y definitorio: “¿Cómo escribe este fulano?” “Escribe así” “¿Nos podemos fiar de él para una entrevista?” “Pues no lo sé…”
Y luego hay crónicas que levantan ampollas, como aquella sobre el concierto heavy que incendió todos los foros del género…
He de decir que no estoy contento de haber escrito eso. De ahí, a pedir perdón, hay un largo trecho. No estoy contento, de la misma forma que no lo estaría de haberme reído de un jorobado.
Pero es un artículo gracioso…
La agudeza oral utilizada para mancillar a un colectivo es parecido a alguien que tuviera algún tipo de superpoder y lo utilizara para el mal. ¿Y cómo se explica todo esto? Por la chifladura de un hombre loco. Y de ahí el sentido de explicar todo lo que me pasó alrededor de ese artículo. Una vez cuento la panoplia de horror por la que estaba pasando, se entiende que fue quien se cruzó en mi camino. Podría haber sido el colectivo de fans del cubo de Rubik de Cataluña, si hubieran tenido una convención ese fin de semana. Estaba loco, airado, deprimido y borracho. Pillé la primera víctima propiciatoria que no fueran el Ku Klux Klan o nazis asesinos.
Me sorprendió tu reciente serie dedicada a la infidelidad pero sobre todo el inesperado éxito que ha cosechado.
Fue viral y jamás pensé que utilizaría este concepto en público. Surge de escuchar y de que me fascine el porcentaje, absurdamente elevado, de historias que me llegaban. Tuve suerte porque me podría haber encontrado con tres ñus pero di con tres tías que verbalizaban y no podía parar de escuchar.
Y ya que ha salido el término viralizar ¿cómo vive alguien que ha hecho bandera de lo analógico, ha editado fanzines, tiene un blog que se llama bendito atraso… la transición al medio digital donde últimamente te prodigas?
Medios digitales sí, pero en cuanto a redes no tengo nada. Pero no porque me resista sino porque no es natural. Y cuando lo he intentado, no era mi talante, ni se parecía en nada a lo que hago… Por imperativos laborales tuve que ocuparme del twitter del Primera Persona (Festival) y duré exactamente dos semanas. No podía. Me daba la impresión de un río de mierda donde vas tirando cosas que nadie recoge. Se te puede ocurrir una gran frase, afilada y certera, pero yo no la voy a arrojar ahí porque, además, no te salen tantas, no somos tan brillantes. Cuando te sale una, la guardas para un libro.
Salvo para el Ku Klux Klan
Monday, el Hitler It's Alive
Weekly y dos más, para todos los demás escribo
De ahí quizás el sentido de recopilar en Chap Chap algo tan ligado a la actualidad, como son tus artículos.
Y en cierto sentido explicar que esos artículos que suenan a vómito, a cosas que he vivido, no son para nada así. Todos pasan por un proceso de artificialidad, de mecanismos narrativos, porque tienes que llegar al lugar desde donde puedes contar esa historia. Y ese lugar casi nunca es la inmediatez. Si hubiera tenido que escribir un tuit cuando atropellé al viejo no sería nada parecido a la voz que luego apareció, al escribir el artículo…
Y ahora, con la excusa de la tan cacareada crisis ¿qué te parece la progresiva becarización de todo pero, especialmente, del periodismo?
Si te dijera lo que cobro y soy una firma, fliparías. Es muy bestia lo de ahora. Solo se consigue la supervivencia escribiendo para todo el mundo. Mira, salvo para el Ku Klux Klan Monday, el Hitler It's Alive Weekly y dos más, para todos los demás escribo.
De ahí la progresiva depauperización de contenidos a la que estamos asistiendo...
Vamos a intentar ser positivos: tiene que llegar un momento en que la gente diga que esto no puede ser. Yo tengo la sensación de que lo que publico obedece a varios procesos de azar. Antes, podía estar en desacuerdo cuando me tumbaban algo, pero había una peña al otro lado del teléfono pensando una línea: “Esto entra, esto no…”. Ahora depende del día y la hora…
Pero esto tendrá una consecuencia y es que, al final, todo ese tipo de comités, editoriales, sellos que “imponían” su criterio, también generaban seguidores, una escena, un público fiel…
Esa es una buena reflexión. Esto lo ves mucho en el mundo de los sellos de los que tantos se han quejado. Algunos no te gustaban nada, otros eran unos advenedizos que estaban ahí para hacer cuatro duros… Pero, este intermediario siempre ha sido valido, sea discográfica, editor o lo que sea: el tío de en medio, el que desbroza la banalidad. A mí una frase que me pone la piel de gallina es la de “que el mundo sea de los aficionados”. Lo que no tiene que haber es mercantilismo pero tiene que haber expertos, son nuestros sabios.
Y concluimos la charla lanzando loas a la encomiable y amorosa apuesta de editoriales, como Anagrama o Blackie Books, por libros suicidas, como la obra de Richard Brautigan, demostrando que en la edición también pueden existir, y de hecho existen, gestos de verdadero amor por los libros.
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