Cory MacLauchlin
“Toole sentía como un peligro la sensación de no poder reírse”

Entrevista con Cory MacLauchlin sobre 'La Conjura de los Necios'.

11/08/15 · 8:22
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No son pocas las voces que han comparado al gran Ignatius Reilly con el Quijote de Cervantes, y quizá razones no falten. La cruzada por la dignidad moral que monta Ignatius, un medievalista treintañero hipocondríaco que vive con su madre, en la oficina como revuelta proletaria es un claro ejemplo de ello. Ambas se tratan de grandiosas sátiras de su época que, a través de personajes trastornados por la ficción, nos otorgan una muestra de la compleja sociedad que les envuelve, siendo dicha realidad el primer enemigo de estos andantes antihéroes. Si bien el Quijote fue muy bien acogido en su época, no podemos decir lo mismo de La conjura de los necios, cuyo manuscrito fue rechazado por la editorial, tras lo cual su autor se suicidó. Varios años después, gracias a la insistencia de la madre del autor, el libro consiguió ser publicado. Al año siguiente ganó el Pulitzer.

¿Qué tenía aquel libro que no pudo ver el editor jefe del New Yorker que lo rechazó? Según Cory MacLauchlin, autor de la última y más rigurosa biografía de Toole, el hecho puede estar relacionado con que la novela supo expresar y dibujar la complejidad cultural de Nueva Orleans de una forma única y fidedigna. Como resultado, su novela salió como un mosaico de fragmentos que representaban las diferentes filosofías de vida de Nueva Orleans a través de sus situaciones y personajes. La clave no estaba en Ignatius solo. Por eso quizá fue una de las novelas favoritas de Roberto Bolaño, motivo por el cual Cory Mac­Lauchlin fue invitado a una presentación de su libro en el Matadero (Madrid), a raíz de la exposición Archivo Bolaño. Con él hemos tenido la oportunidad de hablar sobre Kennedy Toole, su obra, y tratar de rascar sobre la superficie de algunos asuntos

¿Por qué elegiste hacer una biografía sobre Kennedy Toole? ¿Fue una decisión académica buscando llenar un vacío de información o más bien algo que te apetecía hacer?

Ambas, creo. Todo empezó cuando leí la novela. Yo participaba en un curso sobre las formas de vida y cultura de Nueva Orleans y a raíz de aquello comencé a investigar sobre su vida. Entonces me di cuenta de que la información que había del tema era bastante escasa. Las fuentes de las que podías partir no eran muy buenas. De hecho, los amigos de Toole se habían mostrado casi todos ofendidos con la biografía oficial que circulaba del autor. Su amigo, Joel L. Fletcher, la señalaba como una biografía sensacionalista. Entonces, como él vivía a menos de una hora de mi casa, empezamos a contactar y a quedar para charlar. Por supuesto, había en él un sentimiento personal que le impulsaba a pensar que merecía una mejor historia, pero él no quería tampoco sentirse como un vigilante o un policía. Así que decidí hacer yo ese trabajo, motivado por el deseo y la responsabilidad. Entre documentación, investigación, entrevistas y el proceso de escritura han debido ser unos cinco o seis años.
 

“Cuando lees ‘La Conjura’, estás destinado a saber de la vida de Kennedy Toole”  

Después de estudiar largo tiempo tanto a Toole como al propio Ignatius, ¿cuál dirías que es la relación entre autor y personaje? ¿Se pueden trazar similitudes?

No demasiadas, más bien son seres opuestos. Toole es, al igual que su personaje, un intelectual; pero Ignatius está basado en Bobby Burn, un amigo de Tool. Bobby Burn era, al igual que Ignatius, un medievalista, también grande, corpulento, le encantaban los perritos calientes, llevaba a veces una gorra de cazador. Obviamente no era exactamente como él. Hay que pensar a Ignatius casi como un dibujo animado, una caricatura. De hecho, la forma en que se expresa y habla el personaje de Ignatius está inspirada en la forma en que lo hacía la madre del propio Toole, caricaturizando ese rasgo de ella también.

¿Cómo definirías la relación que has adquirido con Toole como personaje? ¿Cuánto dirías que hay de ti en el Toole del libro?

He de decir que en muchos momentos me he sentido muy conectado con él. Hay algunos aspectos en los que creo que coincidíamos. En algún punto de su vida él debió de plantearse muy seriamente la idea de “¿me convierto en novelista, en escritor, o me convierto en profesor, crítico?” Yo luché con la misma idea. ¿Qué camino seguir en el mundo del lenguaje? Creo que gran parte de la novela la he focalizado desde este aspecto, con esa perspectiva. Pero he de decirte que pasé mucho más tiempo rastreando información, cualquier anécdota y haciendo entrevistas que escribiéndola o pensando la forma.

Imagina que estás hablando con un fan de La conjura de los necios, ¿cómo definirías la relación entre la novela y tu libro?

Buena pregunta. Desde la literatura, hay escuelas que defienden que no necesitamos saber nada de los autores, que para entender y disfrutar de un libro tan solo necesitamos el texto. El problema con La conjura de los necios es que, al contrario que muchos libros, la vida de Toole, de cualquiera de las formas en que la entendamos, está profundamente emparentada con la novela. Cuando lees la Conjura, estás destinado a saber de la vida de Kennedy Toole porque Walker Percy escribió sobre ella y la incrustó en la propia novela desde su primera edición. La tragedia que se esconde en la propia obra es la tragedia del autor, de su historia. Y después de leer la obra, cargada de un notable sentido del humor, y habiendo leído las notas de Percy, uno no puede evitar preguntarse ¿por qué se suicidó el autor?

¿Qué tipo de lector era Toole? ¿Cómo leía Toole la literatura? ¿Qué significaba la literatura para él?

Él estaba muy entrenado académicamente, había asistido a la universidad y dado clases. Tenía ese tipo de pensamiento analítico hacia la literatura como el de un crítico o profesor. Pero por otro lado estaba muy interesado en la literatura contemporánea y en la cultura popular. Le encantaba ir a ver películas o los cómics, de hecho él fue viñetista y dibujante de cómics. Tenía esa suerte de doble visión, que le permitía acercarse a la cultura popular sin el punto de vista académico. Le gustaba mucho Evelyn Waugh, uno de sus autores favoritos, un tipo muy iconoclasta. Así que él podía fundir estos dos tipos de perspectivas.

Habiendo leído los primeros capítulos de tu libro, uno no puede evitar fijarse en la obsesión enfermiza de la madre de Toole por controlar la vida de su hijo y hacer de él un gran artista. En tu opinión personal, ¿podemos considerar a Toole como un proyecto diseñado por su madre?

Thelma sentía un amor muy devoto por su hijo. Pero la palabra proyecto no encaja con lo que pienso, su hijo no era un proyecto, su hijo estaba siendo preparado para tener éxito en todo lo que ella había fracasado como artista. También buscaba ese éxito para contrarrestar los fracasos de su marido. Pero ella trató de darle todo lo que tenía, fue muy atenta, quizá demasiado atenta, pero al mismo tiempo, sus expectativas hacia Toole fueron siempre demasiado altas. Ella decidió que su hijo iba a ser un genio y él tenía que hacerlo. He pasado horas en entrevistas con ella y es muy difícil escucharla durante mucho tiempo, para ser sincero. Pero he de decirte algo, la palabra excéntrico no tiene ningún significado en Nueva Orleans, porque todo el mundo lo es [risas].

En tu obra, la madre de Toole hace mucho hincapié en la fascinante capacidad de observación y análisis de su hijo. ¿Crees que Toole también está interesado en actuar sobre el mundo y cambiarlo?

Sí, Toole estaba realmente interesado por el sentido de la justicia, pero no diría que fuese un revolucionario. Política­mente en algunos aspectos era conservador. Con lo que sí estaba ciertamente obsesionado era con el humor. Siempre estaba bromeando o tratando de hacer reír, era raro que hablase en un tono serio. Tenía cierta devoción por pensar que todo era en realidad una sátira y tenemos que continuar siempre pudiendo reírnos de todo. Sentía como un peligro la sensación de no poder reírse.

Una de las razones del suicidio de Toole fue el rechazo que sufrió su manuscrito. ¿Cómo ves el mercado editorial en nuestros días?

[Risas] Era mejor en tiempos de Toole. Piensa que él llegó a entregar su manuscrito al mismo Robert Gottlieb [editor jefe del New Yorker]. Él le dijo que tratase de escribir algo nuevo y que se lo enviase. Hoy el mundo editorial parece que no sabe qué hacer. Quiero decir que se publican un montón de obras de gente famosa, como de la MTV, por ejemplo, que luego resultan estar escritas por ‘negros’, y organizan toda una serie de giras y presentaciones en las que venden muchas copias de ejemplares que se van a quedar en las estanterías.
En los EEUU toda la industria funciona como una corporación orientada a obtener beneficios a corto plazo, de forma muy rápida. El verdadero problema de las publicaciones, y Toole estaba en medio de esta tesitura, es la continua relación entre arte, artista y el mercado. Siempre ha sido complicado con todas las artes, así que también lo es con los libros. La pregunta que yo me hago es, ¿de qué es responsable el editor en nuestra sociedad? ¿Es responsable de producir la cultura o de producir beneficio?

Hay quien ha dicho que Toole ha sido el único escritor capaz de expresar el sentido de Nueva Orleans. ¿Qué crees que es este sentido de Nueva Orleans?

Si coges a cualquier gran autor hasta su fecha que hablase de la ciudad, como Tennesse Williams o Faulkner, encontrarás grandes diferencias. Nueva Orleans es ese tipo de ciudad con una poderosa fachada, que es la que muestran este tipo de autores. La relacionada con la música, el arte y la fiesta, pero también con el peligro de sus bajos fondos. Todos esos autores hablarán de un hombre tocando la trompeta en la calle. Pero lo cierto es que Nueva Orleans, debido a su historia, está compuesta de un conjunto muy heterogéneo de barrios, cada uno culturalmente único, de los cuales algunos ni hablaban la misma lengua. Toole era capaz de desenvolverse en todos y cada uno de estos ambientes y entender a su gente. Captaba prácticamente todo, sus costumbres, sus expresiones, la forma en que hablaban. Era alguien que respiraba y vivía Nueva Orleans. Ellos [los habitantes] saben que cuando vayan a Upptown van a oír hablar y ver comportarse a la gente de manera diferente a si estás en Tremé. Son casi filosofías de vida diferentes. Consiguió capturar esas costumbres y formas de hablar. Tennesse Williams sólo estuvo durante un mes o dos allí. No pudo llegar a vivir todo eso.

Tengo entendido que tú también te has dedicado a estudiar concienzudamente Nueva Orleans, y que también tomaste parte en las plataformas de reconstrucción de la ciudad después del desastre del Katrina, ¿cómo fue aquello?

Fue algo muy significativo para mí. Agarré a un grupo de estudiantes y fuimos a ayudar al destrozado Lower Nine Ward. Alquilamos una furgoneta y yo les llevé hasta allí. Millas y millas destruidas. Parecía el efecto de una bomba gigantesca. Pero también convivimos y hablamos con la gente. Ellos necesitaban hablar. Luego ibas a ayudar a la reconstrucción o a pintar y conocías a la familia que iba a vivir allí.

En la serie Tremé, que trata sobre Nueva Orleans después del Katrina, podemos observar cómo, detrás de este proceso de reconstrucción, también se escondían los intereses de ciertas corporaciones que pretendían hacer dinero con la reconstrucción y renovar la ciudad para darle un ambiente más orientado al turismo de clase media alta, llegando a echar a parte la poblaciones más humildes. ¿Hasta qué punto es verdad lo que cuenta la serie?

Por supuesto existía una discusión sobre qué debía ser salvado y qué no. ¿Debemos gastar esfuerzo y dinero en Lower Nine Street, una zona completamente inundada? ¿Qué pasa con las familias que llevan viviendo durante generaciones en la misma casa, que era muchas veces lo único que poseían? Se les presentaban contenciosos que se alargaban hasta cinco años, en los que tenían que demostrar que les pertenecía aquella propiedad, de la que habían perdido todos los papeles. Llegaban compañías ofreciendo dinero por renunciar a esas tierras, dispuestas a comprarlas después.
Así que todo ese tipo de cosas sucedían. Pero la verdad es que gran parte de la población no estuvo interesada en preservar la herencia cultural negra, había una especie de limpieza racial que hoy mismo sigue operando.

En tu biografía he encontrado un detalle que ha llamado mucho mi atención. He leído que ofreces clases de literatura y escritura en una prisión estatal. ¿Cómo llegaste a ello?

La universidad en la que trabajo ofrecía un programa para dar clases en la prisión y no encontraron a nadie más que estuviese interesado [risas]. Al principio tuve muchas dudas, pensaba que igual iba a resultar una locura, pero ahora amo esas clases, son mis favoritas. Leen los trabajos, vienen a clase con preguntas y se presentan discusiones muy interesantes. En mis clases normales no todos los alumnos leen los textos, suelen plantearme dos o tres preguntas y eso es todo.

¿Qué crees que puede ofrecer la literatura a un preso?

Parte de mis clases son sobre la literatura de confinamiento. Creo que la literatura les permite salir de los muros a través de la imaginación, lo cual resulta de mucha ayuda y es muy sano. También les permite observar y contemplar la realidad que viven como la institución que es. Creo que una de las cosas más peligrosas de las prisiones es que devienen vidas institucionales, los presos dejan de contemplar la institución que les envuelve y en la que viven. En cierto modo la integran y olvidan que está ahí. No trato de ser un revolucionario, pero sí de hacerles conscientes de lo que les está ocurriendo, para que no se conviertan en meros sujetos de ese sistema. Trato también de que escapen, y olviden, al menos durante un tiempo, que forman parte de esa institución. Creo que eso es realmente saludable.

¿Cómo definirías la literatura de confinamiento a la que has hecho alusión antes?

Es una definición muy amplia. Generalmente elijo a autores que escriben desde la prisión o que escriben sobre las prisiones. Pero también estudiamos a Sócrates, o la filosofía oriental en torno a la pregunta de cómo salir del cuerpo de uno mismo, como el Bhágavad Gita o el Tao Te Qing. [Risas] Algunos estudiantes aman estos libros y otros los odian, eso está bien, es la literatura. Lo que intento transmitirles es que cualquier tipo de escritura, en cierto modo, es un acto que te hace ganar cierta libertad. Todo escritor busca expresar algo en él y conectar con el lector, y el lector es justo lo contrario. Es como un juego, el lector está buscando esa conexión desde el lado opuesto también, y la parte más hermosa de la literatura es ese momento de trascendencia del espacio físico en el que conectan escritor y lector a pesar de que les separen muchos años. Tal y como me ha ocurrido con Toole. 

 

 

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