Manuela y los intelectuales

En este proyecto de Madrid, ciudad inacabada, intentan sobrevivir como doctores personajes como Juan Cruz

21/06/15 · 7:59
Gracita Morales y Manolo Gómez Bur.

En ocasiones, leemos a Juan Cruz. El adjunto a la dirección de El País, según Wikipedia, viene a ser lo que se dice un influyente hombre de letras. Más perdurable que su obra, sin embargo, nos parece el papel jugado por el aludido en la colocación de las figuritas de ese pesebre que llamaremos “historia intelectual de España”. Un trabajito a la medida de Jesús Polanco, gran hombre de empresa, y como Julito Iglesias, “a su manera”, el único poder fáctico realmente existente en esa España que ahora se despide, corriente de fondo de un poder que ya no vive, precisamente, sus mejores horas.

No en vano, PRISA y Polanco, con lo más granado del capitalismo patrio entre sus socios, han jugado un papel central en la España de los últimos 40 años. Sus mandarines y herederos son esos seres almidonados que pretenden seguir teniendo en sus manos una importantísima llave: aquella que abre las puertas del Olimpo, aquella que decide quién es alguien y quién no existe en las procelosas aguas de los medios de comunicación y la cultura que leemos, escuchamos y miramos.

Y en PRISA todavía corretea –desde 1976– el inquieto Juan Cruz, ¡qué chiquillo!, haciendo prácticamente de todo. Incluso, todavía hoy, 20 años después de abandonar los mandos de Alfaguara, una personalidad tan ubicua como la suya no puede evitar reflexionar sobre el llamado “incidente Zapata”, en lo que parece un intento sincero por ilustrarnos sobre Madrid y los fundamentos de su cultura. Pero también, sobra decirlo, donde se traduce toda una llamada de atención para que Manuela Carmena, la nueva alcaldesa al grito del “Manuela somos todas”, tome buena nota sobre quién es quién en la barraca cultural de la capital del reino.

Así, la expertísima jurista se encuentra en el ámbito del gobierno de la cultura –como en tantas otras cuestiones– al galope por el espacio interestelar donde se negocia entre la permanencia de lo viejo y el desborde de lo nuevo. En las coordenadas de lo que ha sido, parece, el cruce de caudales que casi por pura necesidad han empujado su candidatura.

Sin embargo, el primer error de la cultura que representa Juan Cruz, sospechamos, consiste en confundir todos los saraos del reino (o quizás, más en concreto, aquellos a cuyas puertas caen rendidos) con la cultura real de nuestra ciudad. Sobre todo, porque esos saraos, desde los tiempos de la peseta, no recogen otra tradición que no sea la de pelotear a una España dedicada a la glotonería y el despilfarro.

El primer error de Juan Cruz consiste en confundir todos los saraos del reino con la cultura real de nuestra ciudad

También ignora, lamentablemente, la mención de todos aquellos nombres que no encajan en la defensa de sí, actitud que resume las esencias éticas del polanquismo según el evangelio de sus elites letradas. Por tanto, nos toca afirmar –con vehemencia– que la cultura del Madrid que ahora accede democráticamente a las instituciones es tan poderosa y profunda como heterogénea y plural.

Lo anterior precisa, en primer término, del disfrute de la inteligencia silenciada en la anómala modernidad española. Desde los exilios del siglo XIX con Blanco White a la cabeza hasta llegar a las aportaciones contemporáneas de actores colectivos como el Patio Maravillas (y una larga historia de centros sociales) como Traficantes de Sueños (y tantas más dedicadas a publicar los cánones que emergen) o como la creatividad social y política de las PAHs. Multiplicidad de sujetos desde una ciudad que, por fortuna, y pese a los dictados de Juan Cruz, ha sido un foco de inteligencia libre y sensibilidad creadora. Una genealogía heredera de miles de nombres imprescindibles, de Maruja Mallo y Bartolomé Cossío, Max Aub y José Gaos, Sánchez Vázquez y Val del Omar, León Felipe o Arturo Barea (por citar, de manera apresurada, apenas algunos nombres del exilio exterior e interior del siglo XX español)

La cultura contemporánea madrileña se mira desde los panópticos del grupo PRISA, cuya mejor síntesis fueron los abonos de pago al porno, los toros y el fútbol en Canal +. Pero también, y sobre todo, se vive y se experimenta desde las mixturas, malditas y estúpidas, donde se reconocen los saberes cultos y populares. De Jardiel Poncela a Lina Morgan, de Tirso y Lope a Faemino y Cansado, de Pedro Reyes a Lolo Rico y La bola de cristal. Madrid tiene a Los Brincos y Las Grecas, al grupo Zaj y a Parálisis Permanente, a José Ángel Valente y los Sánchez Ferlosio, a Gracita Morales y Manolo Gómez Bur, a Basilio Martín Patino, Cecilia Bartolomé, Óscar Mulero, Isidro Ferrer o Carlos Giménez.

La cultura del Madrid que ahora es mayoría democrática, también, es la cultura del Madrid que habita las dificultades, del Madrid orgulloso de sus barrios. Desde Tiempo de silencio a Camela, de los stencils del Noaz y los grafos del Muelle a la música de SKA-P, de La Excepción al Club de los Poetas Violentos, del Coletas de Moratalaz al indie de Rosvita, Ginferno, Atomizador o Los Cohete.

​Madrid es la ciudad del rock de Leño y Rosendo, de los Burning, de la “troupé” surrealista de la escuela de Vallecas

Madrid es la ciudad del rock de Leño y Rosendo, de los Burning, de la “troupé” surrealista de la escuela de Vallecas moviendo rítmicamente el culo con los sonidos de África casi un siglo después. Incluso, querido amigo Juan Cruz, en los barrios que sufren la violencia de los desahucios  y el desempleo –te vas a quedar pasmado– suceden cosas increíbles, como, por ejemplo, que nos enamoramos gozando la salsa y la cumbia, el reggaetón, la bachata y el dembow. En este Madrid mulato, sincero y directo como un boxeador sonado, todavía suenan los cassettes de Los Chunguitos y Los Chichos, suena el cante de los gitanos que llevan generaciones dejándose las suelas y las gargantas en los tablaos de los señoritos.

Madrid es mucho, precisamente. Sobre todo, por todo aquello que no se ve, pero que existe. Una cultura urbana poliédrica y diversa que no dicta nadie, que pese a los dictados, sencillamente sucede. Una matriz de posibilidades y combinaciones que ha podido existir y crear y ser gozada, sin el amparo del poder, sin reconocerse ante el espejo de una cultura tan elitista como éticamente indigente, diseñada por los banqueros felipancos o en las veladas del cura Aguirre.

Una cultura ajena a los templos vacíos que tanto encandilan a Juan Cruz. Una ciudad donde es obvio el poco cariño que se siente por la colección Thyssen, desde sus orígenes, una reconocida estafa. Tuvieron que llegar desde Barcelona para darle oxígeno al Reina Sofía, cuya ampliación nos parece tan fea como incómoda, y cuya inoperante revista, por descontado, también editaba Jesús Polanco.

En sitios como la Gran Vía, arteria central, cada vez encontramos más señales de su conversión en un Shopping Mall de cartón-piedra, nada más lejano de una avenida medular insomne, dedicada a la cultura y a las artes. Mientras que en la Puerta del Sol, con su nombre unido por contrato municipal a una gran multinacional, llevamos casi un par de siglos construyendo uno de los mejores símbolos de la dignidad de esta ciudad tan conflictiva como interminable. 

En este proyecto de Madrid, ciudad inacabada, intentan sobrevivir como doctores personajes como Juan Cruz. Son quienes cuentan su vida por la vida de otros, quienes jamás hicieron otra cosa que husmear en la basura y olfatear sin miramientos en la bragueta del poder. En esta ciudad, donde todos somos contingentes, queridos amigos, sepan ustedes una cosa: cuando uno cae, somos una multitud imparable quienes estamos dispuestos a reemplazarlo para volver a resoplar desde abajo.

+A Agrandar texto
+A Disminuir texto
Licencia

comentarios

0

Tienda El Salto