Libros
Julio Camba contra los prejuicios

Los escritos de la Anarquía de Julio Camba recogen algunas de las primeras aportaciones del escritor gallego al costumbrismo, un género que consagró.

20/06/15 · 8:00
Edición impresa
Portada de una de las ediciones de 'Oh, justo, sutil y poderoso veneno. Los escritos de la anarquía' de Julio Camba.

Cualquier espíritu filosófico que se precie debería acoger con inmediata curiosidad la denominación del anarquismo como la Idea. Este concepto se revela tan seductor que dan ganas de afrontar una tesis doctoral, nada académica, claro está, organizada en unos pocos créditos teóricos y en unas muchas prácticas callejeras. En la bibliografía seleccionada para abordar este trabajo, amén de los consabidos clásicos anarquistas de Kropotkin y Reclus, habría que añadir desde hace apenas unos meses la reciente compilación de artículos de Julio Camba titulada Oh, justo, sutil y poderoso veneno. Los escritos de la anarquía, cuyo prólogo y selección ha asumido Julián Lacalle, ideólogo de Pepitas de Calabaza. Este libro tendría que ir casi al principio de ese hipotético temario en un capítulo titulado a la manera antigua, con uno de esos títulos tan largos como didácticos: “Contra los prejuicios, que tanto daño hacen al raciocinio del ser humano”. Yo, no lo voy a negar, hace unos años, cuando estudiaba periodismo en la Universidad, que, por cierto, no es el lugar más apropiado para estudiar periodismo, tenía encasillado a Camba y me sucedía como a ese editor italiano que se negó a traducirlo porque lo etiquetó como un escritor facha. Pero la Idea, si es algo, es una sustancia más líquida que estática. La Idea tiene algo de esa búsqueda continua por todo lo que merece la pena del ser humano.

Las crónicas de Julio Camba dieron voz a todos esos parias que no tuvieron nunca la oportunidad de quejarse

Este meter el hocico en cualquier lugar donde la vida se manifieste con dignidad ha llevado a Julián Lacalle y sus colaboradores a encontrar en las hemerotecas decenas de artículos anarquistas de Julio Camba. La mayoría de ellos estaban perdidos en el olvido y, al contemplarlos todos juntos recopilados en un volumen, deslumbran por la verosimilitud con que nos revelan una época histórica: la primera década del siglo XX. La Historia se puede enseñar de muchas maneras pero una de las más eficaces, sin duda, adopta la forma sencilla de la lectura de los periódicos. A quienes nos gustan los diarios a rabiar hasta el extremo de sufrir mono cuando nos los quitan de nuestro desayuno, hemos sentido con este libro una emoción similar a la que sintió el arqueólogo descubridor de la tumba de Tutankamón, al poder leer cada noche, antes de acostarnos, en una especie de ritual conjuratorio, artículos de publicaciones míticas como Tierra y Libertad o El Rebelde.

Ya dijo Buñuel que, si le dejasen levantarse de la tumba, él se limitaría a leer la prensa antes de regresar al cementerio. Un servidor añadiría sólo un matiz a ese deseo: que esa prensa incluyese algún artículo de Camba. No hay mejor modo de palpar el pulso del pasado. Porque, miren, resulta muy distinto adentrarse en un relato histórico convencional donde con frialdad se cuenta un magnicidio a deleitarse con una sentida crónica sobre Mateo Morral escrita por un antiguo amigo suyo. Uno ya no sólo entiende la crisis del 98 sino que la sufre en sus carnes. Porque Camba se puso siempre, casi fervorosamente, del lado de los más débiles. Sus crónicas dieron voz a todos esos parias que no tuvieron nunca la oportunidad de quejarse. El mundo que retrató fue un mundo de marejada. Les aconsejo que lean también las estupendas memorias de Stefan Zweig (Acantilado) que acaban de reeditarse y las comparen con la visión de Camba. Apreciarán contrapuestos los dos lados del espejo, el anverso y el reverso de una sociedad lastrada por una soterrada lucha de clases. Mientras el escritor judío centroeuropeo nos describe la calma chicha de una burguesía endiosada en su alta cultura, satisfecha de haberse conocido, confiada en los beneficios económicos que le reportaba el progreso, Camba nos ofrece en bandeja revolucionaria los anhelos destructores de los movimientos anarquistas, decididos a acabar con ese bienestar burgués, de naturaleza injusta, sustentado sobre la miseria proletaria y la explotación laboral. ¡Ay, el mundo de hoy arremetía con toda su violencia contra el mundo de ayer!

Camba nos ofrece en bandeja revolucionaria los anhelos destructores de los movimientos anarquistas

Aunque más allá de los análisis históricos, este libro nos certifica el descubrimiento de un escritor excepcional, un superdotado de la escritura, cuya prosa nos deslumbra por su capacidad para desplegar la partitura del castellano hacia cualquier escala del alma humana. Era algo que ya sabíamos pero no con tanta precocidad. Piensen que este volumen se centra exclusivamente en los textos escritos durante su juventud, entre los dieciséis y los veintidós años, una etapa en la que las hormonas desatadas de los jóvenes tienden a poblar las cabezas de elucubraciones evanescentes más que de sólidas ideas. A esa edad tan voluble, Camba piensa ya como un adulto convencido de sus dotes para el manejo expresivo del lenguaje. Página a página, siguiendo el orden cronológico de sus colaboraciones en distintas publicaciones, asistimos en vivo a un remedo de taller literario, protagonizado por un escritor en ciernes, con una vocación irrefrenable, que persevera en su empeño de llenar cuartillas hasta perfilar un estilo único, donde la sencillez y la ironía final son producto de una depuración lograda con paladas de mucho sudor y mucha tinta. Gracias a esta perspectiva, el variado ensamblaje estilístico con que está cosido el libro reluce por todas sus costuras. La escritura panfletaria, que algunos sastres exigentes pudieran tildar de pasada de moda a causa de sus flecos modernistas, sobresale por la ilusión temeraria con que Julio Camba quiso transformar la sociedad a través del poder de la palabra escrita. Se nota que vivió en un tiempo en que todavía el cinismo no había pervertido el lenguaje. Las masas bebían con avidez aquellos pasquines, como si el ardor con que se habían escrito pudiese transmitirse a los músculos cansados de los lectores proletarios y así, al terminar la lectura de aquellas frases vibrantes, poder liberarse de las cadenas que les aprisionaban. Y la misma sensación liberadora se siente al degustar sus artículos costumbristas, tan merecidamente celebrados. Incluso se podría afirmar que en esta brillante recopilación adquieren una dimensión distinta, más combativa. Al leerlos contextualizados, dan ganas de decir adiós a otro prejuicio: el de pensar que la escritura egocéntrica está reñida con la lucha social. Porque a uno le parece que estos artículos costumbristas no hubiesen sido posibles sin los panfletarios. Bien mirado, sólo alguien que ha querido tanto a la humanidad en su conjunto puede regalarnos un punto de vista tan sensible acerca de un gato o de un limpiador de hotel o de un niño sifilítico.

No hay pose sino verdad en estas elecciones tan, en apariencia, nimias. Antes de este libro, cuando desconocía su faceta de arengador de masas, los textos de Camba me gustaban pero no me emocionaban. Ahora, es curioso, releo sus artículos más costumbristas y me emocionan. Porque percibo latente en ellos un costumbrismo universal, un costumbrismo, digamos, anarquista. Vista su evolución sin prejuicios, fue casi una consecuencia natural de su anarquismo el que se refugiara en una escritura tan cotidiana. Porque cuando uno se percata de lo difícil que es salvar el mundo, no le queda más remedio que conformarse con salvar a su vecino.

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