'Ave que no vuela muere' es la nueva colección de poesía, transparente e intensa, firmada por Adriana Bañares.
A Nina Simone, en una entrevista, le preguntaron si cantaba por enojo. Ella respondió: no, canto por inteligencia. ¿Por qué cantas tú? ¿Escribes para ti o tienes multitudes dentro?
Tomando un verso de un poema de Brecht, Golpes Bajos hizo su famosa canción "Malos tiempos para la lírica". ¿Son malos tiempos para la lírica o es la lírica la que es mala?
¿Puede la poesía cambiar algo? ¿debe? ¿cambiar a qué? ¿debería cambiar ella? ¿se ha quedado anticuada, no habla de lo que tiene que hablar o son las gentes que hacen poesía las que no hablan de lo que tienen que hablar? Poesía de la experiencia, de la conciencia... ¿importa a alguien?
"Decir que la poesía se ha quedado anticuada es tan falso como decir que toda la poesía que se hace ahora es nueva"
¿Tiene su público la poesía o son, como dicen con muy mala idea, sólo otros poetas?
¿Son tiempos oscuros? ¿Se debe cantar en las tinieblas de las tinieblas más allá de las tinieblas? ¿Tiene sentido que la poesía "tome partido", que la artista esté posicionada, hable desde un lugar ideológicamente claro? ¿Puede hacer otra cosa?
Poesía e Internet ¿se llevan bien? ¿Hacia dónde puede ir esa relación? Los formatos digamos híbridos (performances, etc) ¿son una moda o es un universo nuevo por explorar?
"A mí me parece que más que de tomar partido, se debería hablar de ser coherente. No creo en una poesía hipócrita"
Todo pasa por el cuerpo y el cuerpo, al final, es el que habla. ¿Es un campo de batalla? ¿Cómo te atraviesa la poesía a ti? ¿Qué es para ti la poesía?
¿Qué pregunta que no te haya hecho te apetece responder?
Resistir la asfixia
Decía Yeats que el amante habla de la rosa de su corazón. Sabemos que para él, rosacruciano, la rosa significaba muchas cosas sin que una excluyese a la otra. Muchos significados pero no unos sobre otros en infeliz batiburrillo. Así, unas veces hablaba de la lengua de las piedras como Stanescu y, otras, de los hastíos demoledores de los amantes. O de los juegos de un mar que, en realidad, era la ajetreada vida de su país en lucha por su liberación. Cuando lo leemos sentimos al bueno de William sintiendo, cuando hace más de un siglo que es polvo, lo que dice. Y haciendo que lo sintamos también. No está hablando solamente de duendes y de pastos verdes. Un mucho de esta sucesión de significados está en el libro Ave que no vuela muere, de Adriana Bañares.
Hay una poesía densa y nerviosa que habla del reino de un recuerdo que nada nos dice y de hadas de la palabrería. En realidad, saca a las personas de los versos y nos habla de la capacidad de quien escribe poesía de salirse fuera del sistema y observarlo todo desde un inmaculado afuera. En realidad, nos está hablando de su privilegio. De su posición y escalafón. Banaliza sus sentimientos o, peor aún, suena a hipocresía. Como si en vez de contar silabas contara garbanzos. Los movimientos de sus vísceras nos son tan indiferentes como los de su digestión tras el cocido. Comparsas, cercanos al poder en muchos casos, no molestan con su poesía. No conmueven porque no cuentan nada. Se podrían presentar a competir por la alcaldía de Madrid con otro montón de gente aburrida.
Frente a estos hay una poesía trasparente e intensa. Transparente en el sentido de las aguas profundas. Aguas profundas son las de Bañares. Trasparentes porque permiten ver el cuerpo y los sentimientos. Como debe verse a través de las calles de la ciudad y los caminos de la sangre. Poesía que va más allá de lugares urbanos o naturales, calles sucias o playas bajo las que está el asfalto. Lugares tan tópicos e insustanciales que han dejado de ser comunes. Decorados de los que hablan muchos poetas que no tienen nada que decir porque no hablan de sí mismos sino de afectados personajes que han creado.
Es cierto que el paisaje es parte de nuestra habitación y, aún, de las personas. Que los edificios de la ciudad, el barrio de enfrente, hacen el mismo efecto en nuestros ojos que los muros de las prisiones. Hacen que cuando logramos escapar necesitemos gafas para ver de lejos. Esa es una de las funciones que debería tener la poesía y que, la de Adriana, tiene: vuelve transparentes los edificios. No los necesita. Vemos más para allá y eso, también, es viajar hacía dentro; hacía ese abismo en el meollo de los sentimientos.
La poesía de Bañares habla de lo que se siente. Desde el cuerpo. Pero no convertido en un tópico o un lugar que, de nuevo, nos es ajeno a los demás. Sin duda, habla de lo que siente pero es lo que puedo sentir yo también. Sé de lo que habla. He podido sentir lo mismo. A lo mejor no me vale cómo lo vivió ella o cómo lo cuenta. No es necesario. Cada poeta sólo puede cantar lo que necesita para no enloquecer. Puede que, con la que está cayendo, su poesía no pueda evitar que nos volvamos locas pero puede -debe- despertar en ti un eco que te haga componer esa canción. Esa resistencia.
En Ave que no vuela muere no hay poemas malos. Te quedan ganas de leer el siguiente. No se confunde la sombra con el hueso. Lo que sientes es lo que existe. Alguno de los versos podrías pintarlo en un muro o en una piel amiga.
La poesía que nos ofrece, efectivamente, cumple la promesa que nos hace de ser un refugio. Un refugio que no es, como casi nada, para siempre pero que sí es cierto; sereno y maduro. Un respiro antes de volver al frío del que, tampoco, podemos huir para siempre. Pues ese frío, a veces, también somo nosotras mismas. Y, a modo de colofón y de enseñanza, sí; es cierto: a veces hay que abrazarse a lo desconocido para no caer. Aunque, despues de todo, como dicen Adriana y Emily Dickson -mi poeta preferida-, puede que no nos sintamos nunca a gusto. Que no nos guste el paraiso.
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