El realizador Xavi Dolan presenta Mommy, su apuesta más atrevida hasta la fecha.

Según Bruce LaBruce, “Estados Unidos es el vecino ruidoso que Canadá tiene que soportar. El vecino ricachón. Al menos hasta hace unos años, Canadá estaba alienado con los valores democráticos y hasta cuasi-socialistas de la Europa del Norte”. De una generación posterior a David Cronenberg y Bruce LaBruce, el canadiense Xavi Dolan está en boca de todos y luciéndose en festivales.
Dolan es un joven director, guionista y actor, visualmente imaginativo, desigual hasta la fecha y sumamente prometedor que ha sorprendido por el atrevimiento formal de sus propuestas. Es posible que la sensibilidad de Dolan esté en algunos aspectos más cerca de les enfants terribles del cine francés (Ozon, Baier, Ducastel) que de otros realizadores canadienses (LaBruce, Cronenberg) que también levantan revuelo y se niegan a integrarse en la maquinaria industrial de sus vecinos estadounidenses, dando a sus filmes, casi siempre, un aire ‘extranjero’.
Recientemente, el realizador ha sido acusado de narcisista, a lo que ha respondido con el mismo descaro que lo haría el bello protagonista hiperactivo, disruptivo y borderline de su última y, hasta el momento, mejor película, Mommy. Él la ha definido como una reflexión sobre el papel de “la madre”, y la mujer, en nuestra sociedad contemporánea, pero su apuesta es más atrevida y se enfrenta a los dictados de la ‘normalidad’ en un sentido muy amplio.
En la intensa 'Mommy', Dolan se acerca más que nunca al cine queer y/o
inconformista
El cine, la “máquina de juguete” de Welles, le sirve al joven canadiense para exorcizar sus fantasmas personales, familiares y su lugar en una sociedad superflua y heteropatriarcal como le sirvieron a Ozon para escandalizar un poco a la Francia conservadora, clasista, homófoba y profundamente racista de nuestros días.
En Mommy, Dolan pone su cámara al servicio de sus dos protagonistas (espléndidos ambos): la madre y el hijo –bien secundados por una vecina en plena crisis laboral y matrimonial–, en una suerte de amorosa batalla campal. El director y guionista consiguen que sus intérpretes logren el más difícil todavía sin rozar el ridículo. Mommy es un filme narrativamente rico, valiente y, a ratos, barroco. Y lo consigue.
A pesar de algunas trampas visuales y argumentales, Mommy es la película más vigorosa de Dolan desde un punto de vista estrictamente cinematográfico. Es también su apuesta más iconoclasta, más animada que su sombría, inquietante y estilizada, Tom à la ferme y, a su manera, mucho más sentimental, visceral, imprevisible, delirante y, al final, desesperanzada.
Dolan se dio a conocer con su comedia negra J’ai tué ma mere –con claros matices autobiográficos–, en la que mostraba una juventud alienada y a la vez en transición, pero sobre todo una extraña comunicación-incomunicación entre diferentes generaciones.
En ella, el actor y director trataba por primera vez temas referentes a la diversidad sexual y amorosa en la juventud de su tiempo y coordenadas vitales y geográficas. La transexualidad será el eje de la valiente y colorista –aunque algo afectada y altisonante– Lawrence Anyways. Una nueva juventud brillará en la inteligente Les amours imaginaries y en la más sombría en Tom à la ferme se adentra en el thriller adaptando una obra de teatro sobre el duelo, la pérdida amorosa y la homofobia en pequeñas comunidades rurales.
En la intensa Mommy, Dolan se acerca más que nunca al cine queer y/o inconformista, poniendo un personaje marginal en un entorno plano e incluyendo los mecanismos tradicionales de exclusión del diferente, y a la medicina o las fuerzas educativas como aliados de la policía de los regímenes de lo ‘normal’ que se reafirman en la adolescencia contra jóvenes que se niegan a ser definidos.
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