Borja Cobeaga, director y guionista de 'Negociador'
"Se pregunta mucho por los límites del humor pero se habla poco de los límites de la indignación"

El conflicto vasco ha dado lugar a propuestas cinematográficas muy diferentes, pero hasta ahora pocas habían venido desde el género de la tragicomedia. Cobeaga ha asumido este reto con 'Negociador', una película que aún está en los cines.

25/03/15 · 8:00
Borja Cobeaga durante el rodaje de 'Negociador'.

Borja Cobeaga, director de Pagafantas y coguionista de Ocho apellidos vascos, presenta Negociador, una tragicomedia sobre las negociaciones entre ETA y el gobierno Zapatero. Lo hace con la experiencia de haber sido uno de los impulsores de Vaya semanita, el programa televisivo que rompió algunas barreras al hacer humor sobre la política y la violencia en Euskadi. Su nuevo propuesta es considerablemente sobria: una comedia entristecida, con toques paródicos pero alejada de la lógica del encadenamiento de gags. Ramón Barea interpreta el papel de un negociador bienintencionado y algo ridículo, un político socialista empeñado en agotar vías para conseguir la paz. Su mismo autor afirma que no ha hecho una película transgresora, y pone a la británica Four lions como ejemplo de que una película sobre el terrorismo puede ser mucho más ácida.

En Negociador, desmitificas un momento importante de la política reciente del Estado. Y le das mucho peso al factor humano. ¿Realmente crees que una negociación puede alterarse tanto por un cambio de un interlocutor, o porque la traductora no trabaja en domingo?

Esa es la convicción absoluta que tengo. Muchas veces se dice que, en este tipo de situaciones, todo está calculado y afinado al detalle. A mí me parece que pesan muchísimo las casualidades, las cutreces y las manías personales, que ese factor humano es determinante. Pasa en la política lo que pasa en la vida: la pereza, la mezquindad o haberse levantado mal una mañana puede tener influir mucho.

La película es más pausada, más sobria y, sin duda, mucho más triste que tus anteriores Pagafantas o No controles. ¿Sientes estas decisiones estilísticas como una evolución de tu estilo, o sólo como una adecuación al tema?

No adecué el tono a la historia, sino que busqué una historia que cuadrase con el tono que quería usar. No creo que se trate de una transformación. Lo que pasaba es que me estaba dejando algo, porque los cortometrajes que dirigía tenían ese tono de comedia tristona. Era una faceta que había abandonado y que me ha gustado recuperar. Me parecería perfecto poder continuar mi carrera alternando comedias de vocación más popular, que quieren arrastrar a más gente al cine, con películas más personales como esta.

"El resultado tiene algo de eso, de sentir que fue un fracaso y a la vez que también sirvió de algo"

¿La sobriedad visual de Negociador es totalmente deseada, o el presupuesto ajustado te impulsó a ello?

Aunque no sabía si iba a filmar la película cuando la estaba escribiendo, desde el principio tuve claro cómo quería filmarla. Después de ver cómo no conseguimos financiación para otros proyectos, yo mismo me limité mucho: tenía que rodar de una determinada manera, en poco tiempo, con un equipo pequeño... Hemos sido muy concienzudos. Mis anteriores largometrajes, por ejemplo, estaban diseñado para que los personajes campasen a sus anchas: ya que había mucho más diálogo, el estilo intentaba ser más invisible. En esta ocasión, pensaba que tenía que ser más expresivo.

En 2003, Julio Medem sufrió críticas muy duras por su documental La pelota vasca. Si hubieses pensado que te podía pasar algo parecido, ¿te hubieses echado atrás?

Pues... no lo sé. Creo que es muy fruto de su época, del alto el fuego definitivo de ETA. Pero estas cosas son difíciles de decir. Justamente en 2003 empezó Vaya semanita, aunque quienes lo hacíamos éramos muy chavales y el programa estaba planteado desde una cierta inconsciencia. Sí creo que no hubiese hecho Negociador sin haber hecho antes Vaya semanita. Y que tampoco la habría rodado sin un alto el fuego definitivo de ETA. Una cosa buena del filme es que, a pesar de que la negociación fracasa, sabes que en la vida real hubo un final feliz: el anuncio del fin de los atentados.

Has mostrado una cierta confianza en que Negociador no despierte una gran polémica...

Sí, esa sensación deriva de la presentación en San Sebastián. Fue precisamente el sitio donde había estallado la polémica alrededor de La pelota vasca, y también de Tiro en la cabeza. Además, el año venía calentito porque se presentaban Lasa y Zabala y otros títulos sobre el tema. Pero no pasó nada, se vio con normalidad.

Aunque quizá no se detecte la crispación de otros momentos, ¿estas preparado para que escruten Negociador?

Puedo entender que, si anuncio una historia con las claves “comedia” y “ETA” en el argumento, alguien me diga que por qué lo hago, que no tiene ningún sentido. Pero creo que la película responde mucho en ese sentido. Yo sé que no he hecho una obra transgresora. Incluso alguna gente ha echado en falta un punto de vista más acerado, o que me mojase más, pero no era lo que quería hacer. Por supuesto que, en un país como este, donde cualquier persona se ofende por cualquier cosa, estoy preparado para que alguien se moleste. Se pregunta mucho por los límites del humor pero se habla poco de los límites de la indignación.

Incluyes una imagen de una cierta reconciliacion para acabar la narración. Se puede entender que el diálogo sirvió, quizá no en la alta política, pero si para reconstruir puentes interpersonales que estaban rotos.

Exactamente. Es la crónica de un fracaso, porque la negociación fue mal. Al final, se comunica al protagonista que han atentado contra un amigo suyo, y a Eguiguren le sucedió eso: después de tener que oír la frase de Thierry de “ya te puedes ir comprando cinco corbatas negras”, mataron a compañeros suyos. Pero él también contaba que, de repente, gente de su pueblo le empezó a saludar después de treinta años sin hacerlo. Saber esto me hizo pensar. El resultado tiene algo de eso, de sentir que fue un fracaso y a la vez que también sirvió de algo, porque algo cambió en una capa más interpersonal.

"Bernardo Atxaga decía en 'La pelota vasca' que los vascos levitaríamos dos metros por encima del suelo cuando nos quitásemos el peso que llevábamos encima"

Que este desenlace esté basado en un hecho real quizá lo impermeabiliza a algunas críticas. Pero seguramente no gustará en algunos sectores, porque va más allá de la apelación al diálogo y sugiere que la negociación fue útil.

La película sólo se posiciona en una cosa: a favor del diálogo. Y me parece que esa es una cuestión de sensatez más que de posicionamiento político. Cualquiera de nosotros, cuando se le menciona el diálogo arabe-israelí o con las FARC, dice que por supuesto que las cosas se solucionan hablando. En cambio, cuando miramos de puertas adentro, somos muchísimo más pejigueros. Yo creo que ya muy poca gente sigue en contra del diálogo. Pero sí que hay quien que se puede escandalizar y puede decir: “con esos no hay que hablar, son asesinos y punto”. Pero... es que no lo son, estamos hablando de personas y eso me parece importante.

¿La tregua de 1998 a 1999 facilitó que, con Vaya semanita, expandieseis un poco los limites del humor que se considera aceptable?

No lo sé. Éramos jóvenes e inconscientes, como he dicho antes, pero también reflejábamos la época. Poníamos en pantalla algo que estaba en la calle: la gente estaba hasta las narices. Había una violencia muy trágica, muy directa y muy reconocible, que era la de los atentados. Pero también había otra menos visible, más del día a día: vivir en un contexto donde es complicado hablar de ciertas cosas, donde desconfías de tu vecino, donde el lenguaje está muy pervertido y se te encasilla políticamente por tu manera de hablar. Tanto Vaya semanita como Negociador van de esa otra violencia que no aparece en las portadas de los medios. Había un hartazgo brutal. Bernardo Atxaga decía en La pelota vasca que los vascos levitaríamos dos metros por encima del suelo cuando nos quitásemos el peso que llevábamos encima.

¿Y lo habéis hecho?

No, porque hemos asumido con una naturalidad bestial que no hay atentados, a pesar de que antes era el pan nuestro de cada día. Todavía hay muchas cosas por solucionar. Como el tema de los presos, donde el gobierno no ha movido ficha. Los dos tíos que hicieron esto fueron Eguiguren y Otegi. A uno lo han defenestrado y nadie de su partido saca la cara por él; el otro está en la cárcel. Yo no creo que sean héroes, pero son personas que arrimaron bastante el hombro y pusieron en riesgo sus carreras y sus vidas personales por esto. No se lo estamos agradeciendo.

¿Crees que una mirada foránea vería esto como una anomalía?

Totalmente. Pero me parece que Eguiguren era muy consciente que esto iba a pasar. Lee mucho, se había empollado el tema de las negociaciones y sabía que los negociadores siempre salen escaldados. Creo que había una especie de sentimiento trágico. Sabía que, si las cosas salían mal, le iban a machacar. Y que, si salían bien, no se lo iban a agradecer.

Tiempo atrás quedó abortado un proyecto de comedia mucho más polémica potencialmente, Fe de etarras. ¿Su rodaje está más cerca?

Sí, hay interés, pero ni Diego San José ni yo tenemos tiempo ahora mismo. Yo estoy haciendo entrevistas, ambos estamos con la secuela de Ocho apellidos vascos... Fe de etarras no se parece a Negociador: es mucho más alocada y está mucho más cerca de los primeros Vaya semanita. Básicamente es como Friends, pero protagonizada por un comando.

Negociador pivota alrededor de ese negociador socialista que puede despertar más o menos simpatía, pero que entra dentro de lo comúnmente aceptable. En Fe de etarras, en cambio, se daría el protagonismo a miembros de ETA y se pondría su punto de vista en el centro de la comedia. ¿Es eso lo que provocaba más recelos?

Sí. Puedes asumir que sientes simpatía por un tipo del gobierno que está empeñado en conseguir la paz. Si empatizases con los protagonistas de Fe de etarras, en cambio, estarías empatizando con un comando. También está el tono de la película. En Negociador, cuando aflora la violencia, el tono tragicómico pone acento en la tragedia. En Fe de etarras, el tono es muy paródico y muy enloquecido, y eso se puede confundir mucho con la banalización. Pero creo imposible que una obra tan desenfrenada pueda verse como una defensa de una ideología o de unas personas concretas.

Negociador está protagonizado por un político algo ridículo pero bienintencionado. La película sigue al personaje, y acaba desprendiendo cierta simpatía hacia este. En un filme desmitificador, acaba pareciéndose a un héroe quijotesco...

Sí, totalmente. El guión era muy frío, incluso cínico. Intenté no conocer a los protagonistas reales para no simpatizar con ellos, para evitar pensar en algún momento: “esa escena no la meto, porque puede ofender”. Lo que ha dado tanta humanidad al resultado final es el trabajo de Ramón Barea. No creo que el personaje hubiese desprendido ese quijotismo en manos de otro intérprete, es una aportación suya.

Habías comentado que a Eguiguren no le gustó el proyecto...

En realidad, me parece que las reacciones negativas surgieron más del entorno de los socialistas vascos que de él mismo. Supongo que pensaban que sería un relato de la negociación a palo seco. Y mi vinculación, la del guionista de Vaya semanita Ocho apellidos vascos, quizá generó precaución. Hubieron algunas declaraciones muy furibundas, en plan “a ver qué haces”. Las palabras de Eguiguren fueron más... pasotas.

¿Y te han llegado comentarios desde el mundo de ETA?

No. Gente del mundo de la izquierda abertzale sí me ha dicho que quizá el filme es un pelín demasiado caricaturesco. Pero alaban el papel de Barea, lo consideran muy bien retratado a través de esa humanidad que le ha dado el actor.
 

Tags relacionados: Arnaldo Otegi Conflicto vasco
+A Agrandar texto
+A Disminuir texto
Licencia

comentarios

0

Tienda El Salto