Cine
Éxito a (casi) cualquier precio

El realizador de ‘Margin call’ cuestiona el sueño americano en 'El año más violento'.

24/03/15 · 8:00
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A medida que terminaba la década de los 60, multitud de filmes comenzaron a escenificar la reacción a la lucha por los derechos civiles o a las protestas contra el imperialismo militar. En una refutación tremendista de la confianza hippie en el prójimo, las pantallas se llenaron de thrillers ambientados en junglas de asfalto, en urbes de fracaso institucional. Más allá de los deseos posibles de justificar prácticas antigarantistas, a mayor gloria de la nixoniana “mayoría silenciosa” y de la futura agenda del Gobierno Reagan, las cifras de criminalidad reflejaban un cierto estado de emergencia. El año más violento se sitúa en esos momentos de zozobra y alude a la enorme cantidad de delitos violentos registrados en la Nueva York de principios de los 80.

Este contexto histórico se aborda con circunspección, lejos del cool paródico de La gran estafa americana. El protagonista de la ficción es Abel Morales, ambicioso empresario de la distribucion de gasóleos, intruso en un sector copado por familias irlandesas e italianas más o menos vinculadas con el crimen organizado. El personaje vive un momento decisivo: se expone económicamente para expandir su negocio, mientras sufre robos de combustible y una investigación penal que dificulta su acceso a crédito.

El director y guionista J. C. Chandor ya había mostrado su capacidad para dirigir thrillers contenidos, sin excesos espectacularizadores, con Margin call. En ella, dulcificó las estafas legales de Wall Street, presentando a unos responsables inverosímilmente sorprendidos por el hundimiento de las hipotecas subprime. Su nuevo filme trata de un empresariado semimafioso, relevante pero que aún no ha escalado hasta la cima del poder. El autor nos ofrece un El padrino 2 sin liturgia; un drama familiar de la inseguridad, y también del capitalismo, sin excesos pirotécnicos. Lo decora con escenas de acción que tensan la historia sin comprometer demasiado su credibilidad. E incluye alguna pincelada interesante: los actos de delincuentes comunes benefician a actores económicos relevantes, que aprovechan el caos para maximizar su lucro ilegalmente. En algunos momentos, el resultado puede recordar a la obra del desaparecido cineasta Sidney Lumet (El príncipe de la ciudad), a sus observaciones de la corrupción y del fracaso ético a través del thriller.

El año más violento trata de una época, pero básicamente es el retrato de un individuo en el umbral del éxito definitivo. El realizador va socavando el relato que el protagonista hace de sí mismo. Morales reafirma su honradez, pero apela a “las prácticas habituales del sector” cuando se le señalan irregularidades, y se mantiene convenientemente ignorante de la contabilidad creativa que diseñó su esposa. Así, no se muestra un descenso a los infiernos, sino el desenmascaramiento progresivo, sin giros abruptos, de la hipocresía de un self made man. La resistencia del empresario a emplear armas de fuego para defender su negocio y su hogar, a pesar de los ataques que sufre, podría convertirle en un antihéroe posibilista, obligado a actuar imperfectamente por las circunstancias. Pero el desenlace de la narración desmonta ese entramado autojustificativo. Sin el enfoque guiñolesco de Nightcrawler, cuyo protagonista llevaba a extremos radicalmente sociopáticos el hiperindividualismo de la autoayuda en clave económica, El año más violento parece aludir a una banalidad del mal capitalista: quizá Morales sea un cínico, pero el embrutecimiento es sistémico. Tan sistémico que la crítica a éste puede resultar insensibilizadora por general. Con todo, el mismo personaje resume la parte más antisocial del sueño americano: el objetivo nunca está en cuestión, sólo se puede modular la manera de alcanzarlo. //

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