Cuando el capital desactiva los márgenes, cuando el margen desactiva la mirada.
Que un periódico económico recoja como noticia que la cantante Beyoncé se ha escandalizado por el tono subido de una de las escenas de la relectura cinematográfica de la trilogía literaria Cincuenta sombras de Grey obliga a indagar con mirada crítica en la pertinencia, en el trasfondo, de la absorción, compartimentación y categorización de lo cultural y lo sexual por parte de lo económico, que la crítica literaria Francesca Serra ha cifrado en “libertinaje industrial”. Concepto inaugurado por el Marqués de Sade, se entiende como un libertinaje fabril que comienza en el tocador de las élites, en el espacio protegido de la feminidad, y se expande, producción literaria mediante, a la sociedad mercantil de nuestros días. “Todo se sexualiza; con Sade da comienzo el mundo moderno”, matiza Serra en Cincuenta sombras de Sade, prólogo a la última edición de La filosofía en el tocador (Península, 2014).
Dos son las canciones con las que Beyoncé ha contribuido a la banda sonora de la adaptación de las novelas de E.L. James dirigida por Sam Taylor-Johnson: una versión del clásico de la artista Crazy in love, y Haunted, cuyo videoclip nos ofrece un catálogo de perversiones convenientemente sofisticadas. En él, la cantante camina por un largo pasillo desde el cual poder acceder a cada una de las habitaciones, contenedoras de las distintas performances al alcance del sujeto dispuesto a cruzar el umbral, a dejar de serlo. Mientras Beyoncé camina, haciéndonos el inventario de objetualizaciones, la diva aparece, a su vez, expuesta en una de las habitaciones: nos propone una experiencia más que sumar al historial de vida. Al aparecer como una opción más en el escaparate, la cantante pop nos está revelando que, por mucho que ejercite su postura de mirona, de consumidora de experiencias supuestamente extremas, el consumible es ella.
Del catálogo de perversiones, sólo una representación aparece como sintomática: una comida familiar. En el corredor de esta cacería fetichizada, una de sus habitaciones está habitada por un clan de maniquíes de plástico dispuestos a desayunar en armonía tostadas y zumo de naranja. Mientras, los habitantes de otras dimensiones, habitantes de carne y hueso, se preparan para gozar. Pero, ¿qué es de la perversión sin la clásica tarta de manzana? Como bien han sabido transmitir los arquitectos de la imagen de otra diva del pop, Britney Spears, en el capitalismo tardío la familia tradicional es sólo simulacro. Es decir, anhelo y fachada. No hace falta remontarse a videoclips como If you seek Amy –donde Spears protegía sus orgías multitudinarias celebradas en la intimidad de su hogar con un traje de chaqueta rosa y un Ken para la foto de portada del ¡Hola!– para subrayar la evidencia de que es la familia heteronormativa la que sostiene Estado y mercado.
En el capitalismo tardío la familia tradicional es solo simulacro. Es decir, anhelo y fachada
Lo que nos interesa, en la medida en que por obsceno resulta honesto, es cómo en You better work, bitch, el látigo en los glúteos perfectamente ejercitados, la fusta en las manos de la diva y la piscina de tiburones sobre la que trabajarse el show, son revelaciones de un sistema que promete coches de lujo, vida en mansiones y fiestas desmedidas en las que poder hablar, muy de cerca, con la policía y el gobernador. Éste es el nuevo desierto de lo real para Britney, una arena que remite a Las Vegas, a la especulación del yo, a un supuesto descontrol que nunca ha sido tal, sino todo lo contrario. El sistema, por fin, enseña sus cartas. Cuando el sexo extremo está meramente enunciado; cuando el látex y el cuero nos resultan inocuos, cuando la imagen apenas mancha, agárrense fuerte a sus seres queridos porque eso quiere decir que el sistema lo ha hecho suyo. “Mejor trabaja, zorra”.
¿Cómo explicamos este presente donde lo obsceno ha dejado de herir; en el que el mercado de las emociones es la norma y el sexo poco tiene que ver ya con hacer ninguna revolución? Como recuerda Francesca Serra, “la fábrica libertina jode a tiempo completo”. Britney Spears y Beyoncé representan sobre el escenario, en sus videoclips, las enseñanzas del buen Marqués, y las representan para las masas, como lo han hecho anteriormente Lady Gaga, Rihanna o Christina Aguilera. Divas del pop que son pornolectoras, que son jovencitas de Tiqqun, en la medida que “jovencita” y “pornolectora” funcionan como alegoría de la mercantilización. Imágenes poderosas, no de sí mismas, sino de un mercado asignado femenino, donde las mujeres son incapaces de intervenir a no ser que se decanten por la exacerbación del código, como es el caso de la rapera Nicki Minaj que, con la canción Anaconda y su videoclip, ha llevado al extremo, no sólo la representación de su anatomía, también las reglas que dictan sobre el buen gusto, es decir, sobre qué tolera el orden establecido que sea representado, o no. Por ejemplo, la celebración de los culos grandes e hipersexualizados. Si queremos ser sadianos, y Nicki Minaj lo es en un sentido hipermoderno, no debemos olvidar que, como bien nos recuerda el buen Marqués, “las hipérboles sólo se destruyen con otras hipérboles”.
Los ritmos de la sumisión
Rihanna
S&M
Britney Spears
You better work, bitch
Beyoncé
Why don’t you love me
Christina Aguilera
Not myself tonight
Lady Gaga
Bloody Mary
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