Cartuja a Rás es un proceso de creación artística desde lo flamenco en el que han participado Los Voluble, Bulos.net, Niño de Elche, Juan Carlos Lérida y Rocío Márquez en coproducción con ZEMOS98.

El impulso que han generado ciertos acontecimientos clave (15M, movimientos antidesahucios, trabajo en red y tecnopolítico, nuevos actores en la contienda electoral) ha hecho mover los cimientos del régimen construido y adecentado después de la dictadura. Es lo que ya conocemos como el régimen de la Cultura de la Transición. Pero hay una pregunta que no se ha hecho mucho: ¿se ha movido mucho el sector cultural después de estos temblores? Algo, pero aún queda por remover más. ¿Se ha despeinado siquiera el arte flamenco con este choque de placas tectónicas? Muy poco, la verdad, la gomina está muy bien compactada.
La persona que lee esto debe saber que el flamenco es tan universal como individualista, tan de todas como una práctica cerrada en sí misma, sobre todo en lo que se refiere al cante, y tan popular como de “genios” que son alabados y encumbrados como semidioses. De un lado está quien ostenta el poder, que tiene incluso a sus voceros más reputados en el ámbito de la –casposa y machista– crítica flamenca, y de los otros lados están las compañías de producción, las artistas, los trabajadores del campo flamenco que viven hoy, con cosas de hoy y no en un marco vital que sólo remite a “ese cante gitano que ya no existe”.
En esa dicotomía constante que vive el campo flamenco las grietas existen, son pequeñas, pero nos gusta pensar a quienes estamos en ellas que vamos rompiendo poco a poco esa estatua de sal del flamenco como patrimonio universal inamovible. Desde el campo expandido del flamenco sabemos que, aunque la remezcla, la cita, la copia e incluso el plagio forman parte de la propia idiosincrasia de este arte, está ocultado, mal visto y es de mal gusto mencionarlas. Flamenco y remezcla es uno de los diálogos que hemos querido poner en valor, pero nos hemos dado cuenta de que el flamenco es pura remezcla, así que tampoco es necesario exacerbar esas relaciones, sólo nombrarlas y ponerlas en común. En todo este oscurantismo sobre las formas de hacer, que encumbran el genio individual y frustran cualquier proceso comunitario en torno al arte flamenco, algo tendrá que ver el propio estatus especial del flamenco: es una de las prácticas artísticas más arraigadas al régimen político-institucional, que ha sabido trasladar sus formas de gobernanza, bien asentadas durante el franquismo, al periodo post-Cultura de la Transición. Sí, la casta flamenca existe y, como la gomina, está muy bien asentada y enraizada.
Estéticamente, quienes nos hemos dado cita en el proyecto Cartuja a Rás, presentado durante la pasada XVIII Bienal de Flamenco de Sevilla gracias a la audacia de la Universidad Internacional de Andalucía, un aliado más del proceso, ya hemos desbordado la estética flamenca. Hacer otras cosas que sean flamenco pero sin parecerlo no es lo más complicado, otros muchos ya lo hacen, así como también incluir un pedal de distorsión, usar una silla de metal y no de anea, hacer un baile sobre cualquier superficie o incluir vídeo en directo. Es cierto que ese espíritu transgresor fue un punto de partida, pero lo que nos interesa señalar aquí no son las transformaciones estéticas, sino las políticas que hacen el flamenco. Por eso, Cartuja a Rás es un proceso de creación colectiva, horizontal y con todos los problemas que eso tiene a la hora de la puesta en valor de la improvisación frente al ensayo y el virtuosismo; es una propuesta que se piensa desde el archivo abierto (disponible en a-ras.bulos.net) frente al genio inaccesible, que utiliza la crítica institucional y que sólo se entiende con el desbordamiento de los espacios, en este caso un conjunto monumental dedicado al arte y la cultura, con la rotura de las estructuras dadas.
Como diría Marina Garcés, únicamente hemos intentando dar que pensar y en ese dar nos estamos dando cuenta de que la cultura, lo flamenco, y sus políticas de producción, distribución y exhibición, no van a permitir muchos vaivenes como estos. Así que, tras pasar unos meses de lenta cocción, aprovechamos este espacio que nos da Diagonal para reclamar prácticas institucionales que permitan procesos complejos, a la vez que invitamos a que el dinero público se disponga en facilitar procesos abiertos y propuestas que inciten al diálogo, y no tanto en el deslumbre, en el impacto, en el aplauso de madera. ¿Estamos reivindicando un 15M en el flamenco? No, pero sería bonito.
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