Medio siglo de 'A Love Supreme', de John Coltrane
Un tiempo supremo

Los Beatles reventaban el número uno de las listas, Bob Dylan constataba el fin de una era y Coltrane... Coltrane grababa su suite inmortal.

, @sputnikjkb
14/02/15 · 8:00
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En febrero de 1964, The Beatles ocupó por primera vez el número uno de las listas discográficas estadounidenses con la canción I Want to Hold Your Hand. Una canción de amor que gravitaba con los sentimientos y las emociones de las primeras etapas de ñoñería y suspiros. Las radios emitían la canción y las muchachas blancas se tiraban de los pelos frente al tocadiscos y las fiestas de fin de curso, para desesperación de algunos padres que, sentados en sus mecedoras, esperaban la hora de regreso al hogar de sus muchachas. Un rato antes de sentarse en el porche, con liviana preocupación familiar, el matrimonio había visto las noticias con cierta incredulidad.

Todo el país estaba en situación de emergencias. El sueño americano había virado el rumbo

En Estados Unidos las pantallas emitían signos inequívocos de que los tiempos estaban cambiando, no sólo porque Bob Dylan lo hubiera cantado un año antes. Todo el país estaba en situación de emergencia. El sueño americano había virado el rumbo, los protagonismos sociales se alejaban de los estereotipos de la familia feliz, anglosajona y anticomunista por naturaleza. El propio Dylan, lo confirmaba poco más tarde: "The Times They Are a Changin’ no es una declaración... es un sentimiento”. El que quisiera ver en aquella letra una canción protesta estaba algo desencaminado; era, también, una constatación de los hechos.

Para colmo de males de las élites, las mareas eran imparables. En los suburbios y en los alrededores de las plantaciones había pitote una noche sí y otra también. Por un tiempo, se detuvo el ciclo de las estaciones, sólo había calor, y era abrasivo. Malcolm X protagonizaba discursos y polémicas. El 12 de abril hizo público su discurso Los votos o las balas: “La conciencia de Estados Unidos está en quiebra. Hace mucho, mucho tiempo que perdió toda conciencia. El tío Sam no tiene conciencia. Ellos no saben lo que es moral”. A las familias que esperaban en el porche y sonreían en los anuncios de Coca-Cola se les hizo un nudo en la garganta.

Para abril The Beatles ya ocupaba los cinco primeros puestos de las listas estadounidenses con Can’t Buy Me Love, Twist and Shout, She Loves You, I Want to Hold Your Hand y Please, Please Me. Pero en las sombras del país susurraban otros sonidos menos armoniosos y vitalizantes. La llegada de la primavera y el verano lo confirmó. El 2 de mayo en Misisipi dos chicos negros que hacían autostop fueron secuestrados y asesinados por el Ku Klux Klan. Los paletos rednecks estaban al ataque. Sus cadáveres fueron encontrados descompuestos en julio, cuando se buscaba a unos activistas desaparecidos en la zona. Se trataba de Michael Schwerner, Andrew Goodman y James Chaney, que habían sido asesinados por un grupo de policías racistas. No sólo ardía Misisipi, en Harlem, julio llegó cargado de disturbios. La paz social estaba rota, Charlie estaba en casa. Y su mosqueo no tenía vuelta atrás.

En noviembre Lyndon B. Johnson ganaba la presidencia para los demócratas. Johnson había firmado una errática Ley de los Derechos Civiles con una mano, mientras con la otra sellaba órdenes para inundar de napalm el sudeste asiático. Los informativos no cambiaban el rumbo, no era suficiente con posar para las fotos y estrechar manos con media sonrisa. Los muchachos desangrados en el barrizal de Vietnam no era plato de buen gusto, por mucho que se rellenase cada poco la taza de café. Con las plegarias ya no bastaba, algunas evasiones menos apegadas a la bandera empezaban a ser consuelo para muchos, y en el patio interno seguía el jaleo.
 

No sólo ardía Misisipi, en Harlem, julio llegó cargado de disturbios. La paz social estaba rota, Charlie estaba en casa. Y su mosqueo no tenía vuelta atrás.

El 9 de diciembre de 1964, en el estudio de Rudy Van Gelder, que ofició de maestro de ceremonias, el cuarteto de John Coltrane grababa A Love Supreme. Al día siguiente grabó otra versión con el cuarteto, más Archie Shepp al saxo tenor y Art Davis al contrabajo. Se editó sólo la grabación del primer día. Nació un disco de leyenda. Coltrane lo pensó como reivindicación de su espiritualidad, en cierta medida inspirado por los espíritus libres de un Greenwich Village que frecuentaba, que hervía de pasiones hippies, y donde también el jazz estaba llamando a otras puertas. Conectó con el misticismo y la ecuación funcionó. Atrás dejaba una etapa de excesos. El “despertar espiritual” difuso del músico venía acompañado de una concepción de la improvisación elevada a categoría de arte mayúsculo. El mantra que se construyó alrededor de esa grabación y ese disco permitió un cambio de postura en la mecedora y sus ocupantes. El 14 de diciembre, la Corte Suprema señalaba que los hoteles no podían negar el alojamiento a los ciudadanos negros. Un síntoma de un recorrido que ni mucho menos terminaba ahí. Quedaba un mundo.

Dejando a un lado la personalísima relación de Coltrane con el disco, hay otras lecturas sugerentes. Si uno escucha A Love Supreme puede olvidarse, al menos por un rato, de los gritos, las distorsiones o las marejadas. Es el sonido de la elegancia, del virtuosismo y del erotismo de la música. Con la perspectiva del tiempo, no se puede entender sin pensar en las realidades que no atendían a la lógica de los hijos en el cine para coches, el batido de banana en el dinner y el desfile del 4 de julio con la mejor de las sonrisas al paso de las majorettes. Coltrane removió las raíces para poner en valor un tiempo de vida pretérito de liberaciones, construyendo una obra maestra que susurra todavía en las noches con la misma calidad de entonces, con independencia del clima que uno viva. Una voluntad auténtica que surge del alma. Ya lo dijo el autor: “Mi música es la expresión espiritual de lo que soy, mi fe, mi conocimiento, mi ser”. 50 años después, A Love Supreme es una excelente forma de sentarse en el porche, relajarse y disfrutar de la brisa. 

Artículo publicado originalmente en la revista Enlace Funk número 48, diciembre 2014.

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