Por lo común
Ejecutada fui

Las manos de una poeta muerta como Patri siempre tienen vida.

03/02/15 · 12:37
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El mundo está a mano. Una mano puede sembrar una esperanza en una maceta o puede arrojarla, precipitarla sobre algo o alguien.

Manos hay que se abren para dar una bofetada, para romper otras manos, para golpear, lacerar cuerpos, manosear sentencias, para señalar con su dedo acusador a Rodrigo, Juan, Álex, Alfredo, Patricia.

También hay manos que se entrelazan en testimonios de la injusticia, como las de Silvia, Mariana, Diana, manos para poner un micrófono, para grabar, para filmarlo, como Xapo y Xavier en Ciutat Morta, donde Gregorio Morán nos dice que la prueba de la verdad es la vida.

Las manos de una poeta muerta como Patri siempre tienen vida, sirven para liar un cigarrillo, para acariciar a la compañera, para follar, para tomarse una caña con las amigas, para acordarse de Miguel Hernández en Wad-Ras o leer allí el Decamerón, para abrir una ventana frente a nuestro silencio cobarde o para escribirnos estos versos:

La tensión en las venas,
   el pálpito grave,
   el silencio devorando el
   monólogo prudente que
   protege la cordura.
Una rabia confusa, indignada,
   cegada por cientos de te
   quieros egoístas.
Una tristeza amarga, incrédula,
   nutrida con el veneno del
   silencio cobarde que alimenta
   un dolor profundo y firme.
La esperanza deslumbrada ante
   la incredulidad absoluta de una
   realidad falsa
   tendía crédula una soga
   asesina.
   Ejecutada fui. //

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