Cine
Interstellar o el empleo del tiempo

Christopher Nolan apabulla sensorialmente con un pastiche cuyo contenido no parece corresponderse con su apariencia solemne.

10/02/15 · 8:00
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Comencemos por el final de una crítica cinematográfica posible de Interstellar: el film ofrece una experiencia cinematográfica atractiva, extensa, pero que difícilmente puede devenir tediosa. Pero la peculiaridad de esta comida rápida de tamaño XXL, presentada de manera presuntuosa (“blockbuster inteligente”, dicen), es que alardea de su pesada digestión como un elemento más del goce. Al abandonar la sala oscura, algunos espectadores luchan por dotar de sentido a este pastiche de western, ciencia-ficción y culebrón familiar que entrelaza lo monumental y lo sentimentaloide. Lo que acabamos de ver no puede ser kitsch, no puede tener un desenlace que remeda al Kubrick de 2001 en clave ingenua y ‘new age’. El público se pelea con el material que ha contemplado y con sus propias impresiones para encajar la experiencia vivida con la categorización consensuada: estamos ante un espectáculo trascendente de Christopher Nolan, el cineasta que consiguió que ver películas de Batman no pareciese tan inmaduro.

Hay algo de Ed Wood, ese narrador especialmente torpe al que se calificó como “el peor director de cine de la historia”, en esta apropiación desacomplejada de elementos narrativos diversos. Pero, a diferencia del irreflexivo y sinceramente personal autor de '¿Glen o Glenda?', los hermanos Nolan trabajan en un entorno hiperprofesional y son conscientes de su método. “Arrojamos un montón de cosas contra la pared para ver si pegan”, declaró el realizador tiempo atrás. Su anterior 'El caballero oscuro' se resolvía con la construcción de una mentira socialmente salvadora que connotaba una visión muy paternalista de la comunidad, representada como incapaz de afrontar según qué verdades. En su última obra, se incluye una situación parecida: un científico alimenta las esperanzas de supervivencia trabajando en una ecuación que sabe o considera irresoluble. El Hollywood descreído de 'Lincoln' y 'Los idus de marzo' vuelve a la carga.

De la misma manera que en 'El caballero oscuro', el cinismo también es extracinematográfico: los Nolan dan apariencia solemne a su juego, pintan puertas falsas. Su trampantojo finge abordar el lugar de la humanidad en el cosmos, pero se desarrolla y resuelve con puerilidad. Se presenta un nuevo apocalipsis medioambiental quizá porque en el cine estadounidense se acepta un ecologismo vago. Con todo, la ficción tiene ecos del negacionismo neoliberal que clama que, aunque se produjese un calentamiento global, éste se resolvería con tecnología que aparecería cuando fuese necesario. Estos opinadores no suelen concretar si serían sólo los adinerados, en lugar de los creyentes y los inocentes, quienes podrían acceder a ese moderno Arca de Noé. En Interstellar tampoco acaba de quedar del todo claro.

El enfoque, en todo caso, es pintorescamente irracionalista para una narración aparentemente protecnológica. La fuerza motora del avance científico que salva a la humanidad es el amor. El amor, o una inconcreta caridad cósmica, nos salvará de cualquier crisis económica o ecológica, trascendiendo el espacio y el tiempo. A través de ropajes sci-fi, este espiritualismo aparentemente antropocéntrico parece aspirar a una apariencia de sensatez, como el creacionismo que se rebautiza como diseño inteligente. Los responsables añaden paradojas temporales, quizá para ­disfrazar la puerilidad con laberintos.

Como en tantas superproducciones recientes, se opta por apabullar sensorialmente. Las sobrecargas lacrimógenas dificultan aún más que la audiencia reflexione sobre lo que está viendo. Pero, una vez acabada la experiencia cinematográfica, se transfiere al público la responsa­bilidad de rellenar espacios ­vacíos, de generar ideas o discursos que integren materiales dispersos y diversos. A fin y al cabo, no entender la inteligencia del blockbuster podría resultar estigmatizador. 

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