Cartas a jóvenes filósofas y filósofos, un libro que no encaja en la nueva reforma educativa.
Texto de Isabel G. Gamero
Una figura barbuda, con camisa a cuadros y pluma en mano, quizá Marx, quizá Eugenio, nos mira pensativa desde la portada de Cartas a jóvenes filósofas y filósofos, la nueva publicación de la editorial Continta Me Tienes. En este libro, como su título indica, se encuentran nueve cartas de filósofos y filósofas dirigidas a generaciones más jóvenes. Pero hasta el momento no se ha dicho nada. Quizá habría que preguntar qué significa ser joven y cuál es el interés que puede tener este libro (y la filosofía en general) para este sector de la población. La primera pregunta queda clara desde la primera página: estas cartas no están dirigidas a ninguna generación en particular. La juventud no es una franja de edad, sino una forma de pensar inconformista, abierta y deseante. Y aunque algunas de las cartas, como las de Marina Garcés, Fernando Broncano y Julián Santos, sí fueron escritas para solazar a estudiantes de filosofía, preocupados por las salidas laborales de esta carrera o por las dificultades de la academia, en realidad este libro está dirigido a cualquiera que tenga inquietudes y desee pensarlas por sí mismo, porque al fin y al cabo, ¿qué es la filosofía y quién puede filosofar?
Iván de los Ríos responde a esta cuestión en su carta, donde distingue dos tipos de filosofía: la escolar, que momifica el pensamiento y depende del poder de una élite de catedráticos aburridos; y la cósmica o cosmopolita, que traspasa los muros de escuelas, universidades y academias y se instala en las plazas públicas, para que todos y todas podamos pensar libremente sobre lo que queramos. Y así, en cierta medida, ya hemos contestado a la segunda pregunta antes planteada, ya que pese a la diversidad de temas tratados, en todas las cartas que componen este libro se rechaza plenamente la filosofía escolar, por amarillenta, rancia y ajena a las preocupaciones de la calle; y se mantiene por el contrario, que la filosofía es imprescindible como práctica crítica y empoderadora en una sociedad como la nuestra, donde cualquier atisbo de pensamiento propio se entiende como una posible amenaza y por ello es perseguido, censurado o amordazado.
La juventud no es una franja de edad, sino una forma de pensar inconformista, abierta y deseante
Este libro puede entonces interesar a quien no se conforme con la versión oficial de los hechos y desee buscar sus propias respuestas o, como sostiene Marina Garcés en su carta, es para todos aquellos a quienes les avergüenza seguir obedeciendo. En un sentido similar, Jordi Claramonte nos anima a que tengamos un pensamiento autónomo respecto de la academia, el Estado y sus servidumbres, “para que ninguna conspiración de necios nos haga renunciar a lo que más queremos”.
¿Y qué es lo que más queremos? Sin duda la respuesta no está en este libro; ni, por supuesto, en ningún otro. Por el contrario, la clave del pensar filosófico, bien reflejada en cada una de estas cartas, es que cada uno debe encontrar y pensar sus propias respuestas, con un ejercicio de invención constante y rupturista como el que describe Julián Santos en su texto.
Entonces, si cada uno puede hallar sus propias respuestas, ¿para qué libros como éste?
Porque, en realidad, es difícil llevar a cabo este pensamiento crítico y autónomo en solitario, especialmente en el momento presente, donde se valora más el interés económico y financiero que cualquier otro interés (como destaca Marc Richir en su capítulo) y donde los avances de la técnica, la velocidad del dato inmediato y la imagen en alta definición apenas dejan espacio y tiempo para pensar las cosas con calma y sopesar distintos argumentos. Dada esta intervención de la economía en nuestras vidas y este exceso de inmediatez y mediación técnica, libros/cartas como éste resultan necesarios y alentadores, como una muestra de que se puede pensar de modo diferente, así como una guía para conocer algunas de las preguntas que han movido a distintos pensadores y los han llevado al estado de crítica e inadaptación, que según Jean-Luc Nancy, caracteriza al filósofo. En definitiva, y como mantiene Miguel Morey, filosofar es pensar sobre lo que ya se ha pensado para alcanzar un pensamiento propio.
Cabría plantear entonces (y ésta sería una de mis preguntas tras leer el libro) por qué la mayor parte de los escritores de estas cartas son varones (siete de diez) y por qué muchas de las destinatarias son mujeres jóvenes que estudian filosofía y confían sus dudas e inquietudes a sus maestros varones. Y la respuesta a esta cuestión nos vuelve a llevar a la filosofía escolar, tan denostada en este libro, según la cual venerables y autorizados catedráticos imparten sus sabias enseñanzas a interesadas y motivadas jovencitas, que los admiran, quizás los aman y aprenden mucho, aunque muy pocas llegarán a ser como ellos. Por ejemplo, hoy en día en la Facultad de Filosofía de la Complutense de Madrid, el 80% de los estudiantes son de género femenino, pero sólo un cinco por ciento de los catedráticos son mujeres.
Como contrarréplica y crítica a esta distribución diferencial, en todo el libro pero especialmente en la carta de Miriam Solá y Lucrecia Masson, se anima y se provoca para rechazar los roles que nos fueron impuestos y las categorías tradicionales del pensar, y para tener la osadía de pensar y hablar en cualquier espacio, en primera persona, y de rechazar consejos ajenos (incluso los planteados en este libro) para desarrollar ideas propias, reconocer los propios deseos y alcanzar un lugar propio en el mundo, sin olvidar, por supuesto los vínculos que tenemos con los demás.
Es decir, a diferencia del sujeto completamente autónomo, seguro de sí mismo y que no admitiría nunca su debilidad o su error, este libro se dirige a todas aquellas y todos aquellos que, reconociendo la complejidad del tiempo en el que nos ha tocado vivir, a pesar de estar repletos de dudas, incertidumbres y dificultades variadas (o quizás por tener todas estas dificultades), intentamos encontrar alguna respuesta válida, alguna certeza no prefabricada a la que asirnos, alguna traza de sentido en medio del caos.
Estas cartas, en definitiva, nos enseñan, animan a retomar la sana actitud socrática de no dar nada por sentado y preguntarlo todo, y además, nos acompañan en el arduo y pedregoso camino del cuestionamiento crítico y la duda constante. Ya que, como sostiene Iván de los Ríos, aunque probablemente todo vaya a acabar mal, al menos, habremos dudado, criticado y preguntado, lo cual no es poco en una época donde la libertad de expresión es perseguida, atacada y coaccionada y donde en las escuelas, tras la reforma educativa, se va a aprender márketing y publicidad antes que pensamiento crítico.
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