“También están los que piensan que soy un bluf”

Miguel Noguera (Las Palmas de Gran Canaria, 1979) protagoniza “Taller Capuchoc” de Carlo Padial y prepara ya su siguiente libro.

17/01/15 · 8:00
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En internet circula una cita de Jordi Costa, crítico de cine y TV, que dice: “Lo más diabólico de un Ultrashow es que se resiste a ser contado. Tiene que ser vivido”. Sin embargo, revisando algunas de las muchas entrevistas que se le han hecho a Miguel Noguera se observa una necesidad casi enfermiza por parte de periodistas de definir lo que son los ultrashows.

¿Por qué crees que hay esa insistencia en definir tu espectáculo?

Supongo que si no tiraran por la senda de la definición o del etiquetado habría poco que preguntar. Esto de las entrevistas tipo es una condena para el periodista y para el entrevistado, una putada inevitable... Al final tienes a dos pobres diablos presos de una máquina para la divulgación y la publicidad, además de que tiene que darse un refuerzo de los lugares comunes. El entrevistado ve en los ojos del periodista a un animal encerrado y el periodista también lo ve en los del entrevistado, pero no hay nada que hacer... aunque de otro modo tampoco habría de qué hablar. La entrevista se funda en la ocupación del entrevistado y las únicas preguntas sensatas posibles tienen que girar en torno a esa ocupación: qué haces, qué piensas de lo que haces, qué harás, qué piensan de lo que haces... si no, no tendría sentido. De hecho, la obsesión por la clasificación del trabajo creativo sólo aparece en las entrevistas y en las reseñas, es como un tic del periodismo mismo. Nadie más me pregunta por esto, a nadie le importa realmente.     

¿Cómo definirías el papel de la risa en el conjunto de tu obra artística?

Sí, sí, el muñeco del humor asoma de inmediato… Me resulta difícil lidiar con él. Hace poco un conocido me comentaba que en las entrevistas me esfuerzo mucho en negar que mi objetivo sea el humor pero que en el escenario lo desmiento, porque es obvio que allí busco la risa del público. A ese conocido lo encerré en su coche y le prendí fuego… (risas) No, no, a ver, el conflicto “humor no-humor” es clave, una paradoja insostenible. Intento explicarla: aunque sea lógico e inevitable que se me aborde desde ahí, que se me considere “cómico” o perteneciente a la estirpe de “los que vienen a hacernos reír”, yo no me pienso como tal. Cuando anoto mis cosas no pienso en “comedia”, ni aplico el juicio de lo “gracioso o no gracioso”. De hecho, más allá de lo que hago en el Ultrashow, ese clima socarrón de la comedia me resulta un tanto ajeno, incluso puede llegar a hacerse desagradable en según qué entrevistas o contextos; pero, repito, entiendo perfectamente que se me lea desde ahí, que se dé por sentado que mi objeto estético es “lo gracioso” o no sé qué alquimia de la risa. Al fin y al cabo, si puedo ganarme la vida con esto y la gente acude a verme al teatro es porque me asocian con algo gracioso, porque se ríen, etc. Basta con ver el Ultrashow; en todo momento recurro a las gracietas y el tono general es humorístico; aunque el detonante afectivo de lo que hago no es humorístico, es más bien una especie de poética de las formas. El material nace de una base artística más o menos tópica: el juego formal puro, los cuerpos, el cuestionamiento de la obra como parte de la obra, etc. Estudié bellas artes y sigo moviéndome en esos fangos mentales.

¿Te sientes identificado con algunas de las etiquetas con las que se te relaciona como “post­humor”, “postmodernismo”, “Ferrà Adrià del humor”, etc.?

No. Y creo que en último término no es asunto mío identificarme o no con ellas. No puedo evitar que la gente opine e interprete a su manera, o que me usen para ilustrar sus teorías. Tam­bién están los que piensan que soy un gran bluf, el fruto de la decadencia del criterio cultural… yo qué sé. 

Hasta la fecha has publicado cuatro libros, uno junto a Jonathan Millán (Hervir un oso, editorial Belleza Infinita) y otros tres en solitario con Blackie Books (Ultraviolencia, Ser madre hoy y Mejor que vivir). En ambos casos se trata de editoriales pequeñas e independientes que dicen guiarse por la belleza, ¿cómo fue el proceso para llegar a publicar con ellos?

En el caso de Belleza Infinita todo partió de David Bestué, el artista, que me propuso hacer algo con vistas a publicarlo en esa editorial. Yo no veía claro qué hacer y le propuse a Jonathan Millán, también artista, si quería que hiciéramos algo entre los dos, ya que existía la posibilidad de publicarlo con esta editorial tan fina, y bueno, pasó mucho tiempo, muchas fases, hasta que por fin salió Hervir un oso, que es un trabajo de Jonathan Millán sobre ideas mías y de él. Nuestro lema era “hacer algo lo suficientemente claro y atractivo para que pudiera venderse bien en la Fnac” sin renunciar a nuestros imaginarios; y creo que se logró con creces.  Luego me escribió el editor de Blackie Books, que había visto mi blog y algunos vídeos de ultrashows y quería proponerme un libro de ideas con bastante texto. Y así fue. Tam­bién costó un tiempo llegar a la fórmula de Ultraviolencia, y los siguientes se hicieron a partir de la experiencia del primero.

¿Hay algún libro más a la vista?

Sí, afortunadamente Blackie Books publicará otro en 2015. Más de lo mismo. Siempre hago lo mismo. Será parecido a Mejor que vivir en la forma, aunque quizá haya algunos cambios a peor (risas). Te digo los títulos que barajamos a día de hoy: La vieja tigresa o el erotismo en la senectud, La muerte del Piyayo o Gaulimauli. Siento no poder darte los títulos que estamos barajando, los mantenemos en secreto… ¡pero qué digo! ¡Si te los he dado todos!

En Taller Capuchoc, de Carlo Padial, haces de protagonista. ¿Qué tal ha sido la experiencia y cuál crees que está siendo la recepción de la película?

No sé cómo está yendo el asunto. Supongo que habrá todo tipo de reacciones. El cine de Los Pioneros del siglo XXI es escarpado y genera fuertes adhesiones y rechazos. Estuve en el estreno en Barcelona pero no he visto las versiones posteriores (Taller Capuchoc es una película que va variando a medida que se exhibe; se incluyen nuevas escenas y se modifican los ejes narrativos). La experiencia de rodaje fue muy cómoda, si ves lo que hago en la peli lo entenderás. No es un papel que exija grandes habilidades actorales, si no, no hubiera podido hacerlo, porque no soy actor.

¿Qué sería de Miguel Noguera sin internet?

Desde hace una década todo ocurre en internet para bien y para mal. Todo circula por Facebook, Twitter y Youtube… Supongo que sin la difusión que procura internet no hubiera llegado a ganarme la vida con esto. También hay que decir que internet sirve para llegar a la gente y tal, pero en mi caso la pasta ha venido de los espectáculos en directo (sobre todo) y de la venta de libros. Internet no me ha dado dinero directamente. De hecho, hay gente muy talentosa que muestra su trabajo en internet y obtiene reconocimiento y vínculos de afinidad, pero apenas ganan dinero o no lo ganan en absoluto. Tienen que esperar a que una productora apueste por ellos, o un sponsor, o una editorial, o un canal de televisión, o una beca o premio raro, o una publicación que pague a sus colaboradores, o un comprador de originales, o un espacio físico que cobre entrada… Sólo los blogueros y los sitios con muchos visitantes viven de internet, de la publicidad en internet (o quizá gente que venda muchos originales de lo que sea por correo). El caso del stand-up es muy afortunado; es fácil y barato de producir, atrae público, eres tú solo, etc. Yo he tenido una potra extrañísima con lo mío. Al final todo se reduce a tiempo, energía, dinero, visibilidad y reconocimiento. Hay personas que no necesitan alguna de esas variables, y eso lo facilita todo. //

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