Documentales de música
Las ideas de fuera, las músicas de dentro

'Gabbers, hardcore for life', 'How to get out of the cage' y 'Angels and Dust' son tres documentales presentados en el festival In-Edit de Barcelona.

03/01/15 · 8:00
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Durante los días que dura el festival In-Edit es habitual ver personas apurando cigarrillos a las puertas del cine al final de cada sesión. Sin embargo, el día de la proyección de Angels & Dust (Héctor Herrera, Panamá-España, 2013), debido quizá a una extraña tensión gestada tras la entrevista del director con el público asistente, había más fumadores de lo habitual. Parece que no resulta sencillo hablar sobre la producción de un documental en el que el propio pellejo no ha estado siempre a salvo. Parece que el mismo desarrollo de la película, incluso su inevitable transformación durante el rodaje, ha hecho mella en los protagonistas. Parece que el viaje de Mauricio a las cárceles de Panamá en busca de justicia para su hermano (un famoso dj barcelonés retenido y acusado junto a su mujer y su hija pequeña de tráfico de drogas) ha tenido más consecuencias de las previstas. Cuando el director y Mauricio llegan a Panamá, el juicio de esta familia, motivo original del viaje, queda en un misterioso stand-by, y la mirada de Héctor Herrera se vuelve obsesiva y fetichista ante la violencia estructural de los guetos panameños y su palpable esquizofrenia social: una noche muere un chico por un balazo de la policía. Por la mañana, familiares y amigos rellenan su ataúd con latas de cerveza, lo cierran y lo cubren con una bandera del Real Madrid. Luego hacen rebotar un balón contra la caja que acaba entrando en la portería de una cancha de fútbol. Este tipo de escenas callejeras, regidas siempre por la ley del narcotráfico, acaban convirtiéndose en la voz cantante de un documental en el que, paradójicamente, la música carece de protagonismo. Las sensaciones se perciben en otro terreno. Todo en el ambiente es carne, nervios, muerte y la deriva de Mauricio da la sensación de confirmar una vertiginosa caída hacia ninguna parte en un país donde en realidad Dios está a la altura de un eslogan publicitario sensacionalista, en un país donde no parece haber ni un resquicio para la salvación.

“Vamos pasando por estados de ánimo diferentes: uno muy alegre, el otro es dolor, el otro es amor (...)”

En cambio la música sí que parece salvar y tiene poder incluso para redimir a toda una generación en Holanda en la película Gabbers! (Wim van der Aar, Holanda, 2013), sorprendente testigo de un movimiento juvenil que rendía culto a la música hardcore y que aquí tuvo su expresión en el sonido característico de las discotecas de extrarradio Scorpia y Pont Aeri en Barcelona, o Masía en Castellón. El documental, que juega con una interesante y divertida propuesta estética, ofrece al espectador la posibilidad de introducirse en el llamado sonido Rotterdam (la ciudad que albergó el desarrollo de carreras tan fructíferas como las de Dj Panic o Paul Elstak) y la cultura rave que se generó alrededor de este sonido. Chándals rosas y blancos, cremalleras arriba y abajo, tejanos, bambas, bailes poderosos con el tronco bien en su sitio y las extremidades superiores liberadas para dejarse llevar por la eventual psicodelia musical. El sonido de las salas siempre al máximo, las bases con sus bpm acelerados, todo este conjunto bastaba para evadir a una especie de “generación perdida” que luego pareció convertirse en una generación nostálgica por su pasado. Los parkings eran alegres lugares de encuentro. Algunos optaban por las drogas para vivificar la experiencia, otros tenían energía y pasión suficiente para resistir con un botellín de agua, pero salvo alguna que otra excepción, todos, chicos y chicas, llevaban la cabeza rapada. Lo que se llamó cultura gabber, un género hoy residual, tuvo la autenticidad de ser un movimiento fiel y verdadero de respeto a la música y a un sentimiento identitario y comunitario sin parangón, cuyo lema fue hardcore will never die. La fresca manera de presentarlo todo por parte de Van der Aar mereció a nuestro entender algún premio.

Nada permanece y nada es susceptible de ser sometido a una repetición idéntica, nos dice el docu de John Cage

Finalmente, algo que celebrar es no haberse perdido el documental How to get out of the cage. A year with John Cage (Frank Scheffer, Holanda, 2012). Este filme constituye una conversación al aire libre con el compositor quizás más influyente del siglo XX. John Cage, esa figura referencial de la posmodernidad y de la música avanzada, se nos vuelve accesible a través de los ojos del director holandés, que organiza una suerte de entrevista basada en el azar y nos acerca al complejo mundo creativo de este exponente inclasificable de la avant garde de posguerra. Schefeer, acompañado de un ordenador, se sienta ante el compositor de 4’33’’ y le pide que escoja aleatoriamente un número. Cage descubre tras éste el concepto que deberá desarrollar y establece cuál será el tiempo que durará la intervención: 28 segundos sobre la armonía, 63 segundos sobre la contingencia, etc. De este modo nos conduce a través de un mundo creativo que alterna oriente y occidente, filosofía y juego, teoría y misticismo. Creación e improvisación, política y nihilismo, sonido primigenio y cultura contemporánea. John Cage es, ante todo, un observador curioso y fascinado del mundo y por el mundo, de la naturaleza caprichosa a la que invita a sus conciertos, comprometiendo nuestros modos de ver la realidad, porque como mostró antes que él Marcel Duchamp, un árbol en el bosque, en otro lugar, parece otra cosa. De este modo nos cuenta mientras mueve una caracola ante el micrófono que él es necesario, pero no imprescindible; él es al mismo tiempo intérprete y oyente de sus composiciones. Para este jugador aficionado al ajedrez el mundo es una multiplicación de espíritus que fluyen en un continuo estado de cambio. Nada permanece y nada es susceptible de ser sometido a una repetición idéntica, tampoco la obra ni el artefacto artístico pueden meterse en una jaula que las prevenga del tiempo ni de la mutación intrínseca a la Vida en mayúscula. Cage sonríe cuando nos explica que existen dos tipos de ideas, aquellas que se encuentran dentro de la cabeza y aquellas que se encuentran fuera. Me interesan, confiesa, las que están fuera.

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