La terca libertad

Pinilla enfrentó a algunos de sus protagonistas con la inclemencia de la vida.

07/12/14 · 8:00
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“Yo creo mucho en la cosa natural que explica muchas cosas que ocurren”. Entre todas esas “cosas”, Pinilla primó el anhelo imperativo de libertad, el impulso que lleva al hombre, como a las hormigas, a bregar épica y hasta ciegamente. Para él, la literatura no era cuestión de talento, sino de “paciencia y tozudez”. Y esa tozudez y ese afán impregnan a todos sus personajes, gentes humildes que hacen frente a las sacudidas del tiempo o de la Historia.

Muy pronto su literatura tomó un rumbo marcadamente social: “Entonces, en medio de aquella insolidaridad, resolví mi vida y, cuando lo logré, […], me di cuenta de que eso no bastaba. Yo, que creía ser un ser solitario, tomé conciencia de que no lo era del todo. Este pequeño descubrimiento me empujó a incorporarme al mundo. Participé en movimientos como la Asamblea Democrática de Vizcaya y decidí ingresar en el Partido Comu­nista”. Pero Pinilla fue también un escritor existencial que abordó esencialmente la condición humana, y sus novelas, “una representación del paso del hombre sobre la Tierra”. Obstinados, trágicos y conmovedores, sus héroes no se enfrentan a un destino fijado por el Cielo, sino a la inclemencia de la vida y a la derrota previsible que traerá la muerte.

Como Sabas Jáuregui, tenaz e irreductible, que arrastrará a toda su familia para rescatar el carbón que un barco inglés naufragado ha dejado desparramado por la costa, aunque ese empeño cueste la muerte de su hijo.

Como Roque Altube, uno de sus personajes más memorables, campesino creyente y tradicional enamorado de la revolucionaria Isadora (trasunto de la Pasionaria), cuyo único afán es cuidarla y protegerla.

Como Rogelio Cerón, uno de los asesinos de Simón García, maestro republicano, que esperará treinta años bajo una higuera para expiar su crimen muriendo a manos del hijo de aquel. O como el propio Antonio Bayo, el Ruso, pastor y ladrón por el hambre, que nunca se doblegó pese a las continuas vejaciones de las fuerzas vivas del franquismo.

En las últimas entrevistas que le hicieron, siempre le preguntaban por la muerte. Él replicaba que en ella pensaba todos los días pero que no le daba miedo, “sino pena. Porque sé lo que no voy a encontrar en el otro lado: no habrá nada”. Y añadió: “Me da pena acabar porque yo estoy muy vivo todavía y eso, por la lógica de los números, no durará demasiado. Estoy bien y vivo, y me encuentro feliz en el mundo”. Le apenaba también “dejar aquí mucho dolor”. Pero nos ha dejado también un ejemplo y un legado literario excepcional. //

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