Saltar de espaldas significó un cambio de paradigma en el salto de altura.
En 1964 el periódico Medford Mail-Tribune de Oregón (EE UU) publicó una fotografía en la que aparecía un joven atleta saltando de espaldas. En el pie de foto bautizaron la instantánea como “Fosbury Flop”. Aquella conjunción de imagen y texto resumía un nuevo modo de entender el salto de altura. El protagonista del extraño salto, Dick Fosbury (Portland, 1947), había decidido simplemente hacer las cosas de otra manera.
Hasta que Fosbury tuvo la ocurrencia de saltar de espaldas, la historia del salto de altura había sido un asunto frontal. Las técnicas eran variadas: rodillo ventral, rodillo occidental, estilo tijera; pero todas compartían un mismo enfoque: ejecutar el salto de frente, mirando el listón que marcaba la altura a superar. Fosbury probó los estilos canónicos y pronto se dio cuenta de que no avanzaba. Quizá era demasiado alto. ¿Quién sabe?
Para resolver el bloqueo decidió guiarse por su instinto. Regresó al estilo tijera, el más anticuado, y lo fue modelando. Dejó caer los hombros, alzó las caderas y las nalgas… y, cuando quiso darse cuenta, estaba saltando de espaldas.
El gesto de máxima concentración que repiten hoy en día todos los atletas de salto de altura puede leerse como un secreto homenaje al Fosbury Flop. Durante unos segundos, el saltador visualiza las zancadas de su carrera en curva y el instante preciso en el que alzará el vuelo extendiendo el brazo más próximo al listón. Ahí se detiene: su mente reproduce el impulso final, la contorsión del cuerpo. Sin proponérselo, cada atleta recrea la intuición de Fosbury.
Dick Fosbury se entrenó en su hallazgo como atleta de la Universidad del Estado de Oregón. Atravesó la categoría juvenil entre la incomprensión y la curiosidad. Encaró la desconfianza de sus entrenadores. Fue mejorando marcas y logrando títulos. Y, cuando llegó el año olímpico de 1968, su excentricidad era ya un fenómeno aplaudido y estudiado. En aquel año crucial ganó los campeonatos universitarios y alcanzó también la primera plaza en las competiciones de clasificación para los Juegos.
Su momento había llegado. En el estadio de los Juegos Olímpicos de México, ante 70.000 personas, con la televisión en directo, el listón estaba situado a la altura de 2,24m. Fosbury tenía asegurada la medalla de plata, pero su historia parecía abocada al oro. Sin embargo, falló el primer intento. Sus contrincantes saltaban con la técnica tradicional. La ortodoxia y la heterodoxia competían, y el estadio se había decantado por el joven que saltaba de espaldas. Pero Fosbury también tiró el listón en su segunda tentativa. En fin, quizás no todas las historias de prodigios deportivos merezcan un final redondo y subrayado. Quedaba un tercer intento, el último. Fosbury, dorsal 212, con pantalón blanco y camiseta azul marino, resopló, cerró los puños y empezó a correr. Lo demás es historia: su espalda, dibujando un arco, superó el listón. Tenía 21 años, había creado un nuevo estilo y era medalla de oro en salto de altura.
Del Fosbury atleta nunca más se supo. Se retiró tras no lograr clasificarse para los Juegos de Múnich de 1972. Pero el Fosbury que saltaba de espaldas dejó un sello imborrable en el atletismo contemporáneo. Desde su victoria en 1968 los saltadores fueron adoptando y perfeccionando el Fosbury Flop.
Las explicaciones técnicas sobre el éxito del nuevo salto aluden a razones biomecánicas: el centro de gravedad del cuerpo pasa más cerca del listón. Resulta tal vez más sugerente que flop pueda traducirse como ‘dejarse caer’, pero también como ‘fracaso’. El riesgo de fracasar, la ligereza de dejarse caer.
Candidato retirado de las pistas, Dick Fosbury fijó su residencia en el Estado de Idaho y allí trabajó como ingeniero civil durante más de 30 años. Su vida pública consistió entonces en participar en las asociaciones del movimiento olímpico y en contestar a las preguntas sobre el cambio de paradigma que él propició.
En 2014 ha regresado a la actualidad por un doble motivo: los 50 años de su flop y su salto a la arena política. En efecto, ya jubilado, ha sucumbido a la tentación americana de hacer algo por la comunidad. Como candidato demócrata, concurrió a las elecciones para la Cámara de representantes del Estado de Idaho celebradas el pasado 4 de noviembre. Pero la leyenda deportiva no fue suficiente ante la inercia conservadora de sus vecinos. Perdió frente al candidato republicano por 126 votos. En su perfil en las redes sociales agradeció el apoyo recibido en su “primera carrera”. Quizá tenga de nuevo la ocurrencia de hacer las cosas de otra manera.
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