Tras revisiones que bordeaban la parodia, ‘Drácula: La leyenda jamás contada’ reverdece la gloria del mito creado por Bram Stoker.

Contaba una amiga que, a poco de haberse estrenado en España el pasado 24 de octubre Drácula: La leyenda jamás contada, había escuchado durante un viaje en transporte público hasta dos conversaciones en las que se glosaban las virtudes de la película. Una buena noticia que confirmaba a pie de calle los datos macro de taquilla: 220.000 espectadores en tres días de exhibición.
Y es buena noticia porque su éxito ha tenido lugar pese a la ceguera con que ha sido acogida por la crítica. Una ceguera que aúna prejuicios ideológicos, útiles analíticos enmohecidos y la ignorancia sobre determinados géneros y acervos. El público, mientras, sin otra pretensión que la de divertirse, ha vuelto a procurarle respiración asistida, presencia tangible en la esfera pública, a un medio expresivo tan frágil hoy por hoy como el cine.
El calado de esta nueva visión del vampiro gestado en 1897 por el escritor Bram Stoker, es síntoma además de que los mitos clásicos del terror continúan interesando. Siempre, eso sí, que se encuentre un equilibrio creativo entre el respeto por una tradición cultural que ha de servir ante todo como punto de apoyo, y el valor y el talento precisos para brindar relecturas de arquetipos que, si lo son, es precisamente porque saben transitar cualquier época con estilo, siempre con algo interesante que decir.El calado de esta nueva visión del vampiro de Stoker muestra que los mitos clásicos del terror continúan interesando
En este sentido, La leyenda jamás contada, al igual que la primera temporada de la serie sobre el Príncipe de las Tinieblas que ha protagonizado Jonathan Rhys Meyers, se halla lejos en espíritu de ejercicios fílmicos decadentes como Dracula: Pages from a Virgin’s Diary (2002) o Dracula 3D (2012), cuyas imágenes lánguidas daban más cuenta del ocaso del personaje que su condición de escasos títulos consagrados al mismo en los últimos años. La leyenda jamás contada tampoco tiene nada que ver con actualizaciones tan desatinadas de Drácula como las sufridas en Blade: Trinity (2004) y Van Helsing (2004), tras las cuales solo cabía pensar en él en términos paródicos.
El Drácula que encarna ahora Luke Evans elude ese destino aciago al seguir la estela de la célebre Drácula de Bram Stoker (1992) y, más en concreto, de su prólogo. Es decir, reformulando el personaje no en atención a su naturaleza de vampiro sino de Vlad Tepes (1431-1476), la turbia figura histórica a quien Stoker hizo digna de ser vampiro. La leyenda jamás contada plasma un Tepes que, en tanto gobernante transilvano, ha dejado atrás un pasado sanguinario y vela por el bienestar de su principado y su familia. Sin embargo, la amenaza de invasores otomanos muy superiores en efectivos a los suyos obliga a Tepes a aceptar los poderes sobrenaturales que le ofrece una misteriosa criatura.
La película bebe sin rebozo de ‘Juego de Tronos’ y la fiebre por reinventar personajes y marcas
La película bebe sin rebozo de Juego de Tronos y El Señor de los Anillos, el cine de superhéroes, los melodramas fantásticos para adolescentes en boga, la fiebre actual por reinventar personajes y marcas. Y logra destilar de todo ello un relato, puede que derivativo y algo impersonal, pero también rico en sugerencias pulp, aciertos plásticos y reflexiones de plena actualidad en torno a lo monstruoso como condición necesaria para sobrevivir en un mundo que, hoy como ayer, está sometido bajo las apariencias a los dictados de la violencia, el sectarismo, la voluntad de poder. Es imposible saber si, como personaje, Drácula hará honor a su condición vampírica y alcanzará la inmortalidad. Pero La leyenda jamás contada demuestra que, a sus 117 años, goza de una salud envidiable.
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