Buscando el comunismo de los singulares.
La pregunta sobre la comunidad es un lugar recurrente en el pensamiento de las últimas décadas, con reflexiones marcadas por el trauma del totalitarismo del siglo XX. Si tanto la tradición socialista como la liberal por lo general han mantenido como fundamento al prepotente sujeto soberano ilustrado, el de la pulsión de objetivación, cuya noción de conocimiento está ligada al dominio y el control, y es tan dado en política a la exclusión, otros pensadores como Bataille, Nancy, Blanchot, Derrida, Agamben o Espósito piensan la comunidad invirtiendo los presupuestos del pensamiento moderno que liga ésta al sujeto que la instituye, como ocurre en el contractualismo, o que es un producto suyo, como en los diversos comunitarismos al uso. En una vuelta a la especulación metafísica que abre espacio al sujeto ético ya no como fundamento, sino como “resto” –como lo que impide la totalización, el cierre dialéctico en la síntesis–, deconstruyen la alternativa especular entre individualismo y holismo, emergiendo la noción de singularidad –plural, cualquiera, impersonal– expuesta siempre a lo común donde antes estaba el sujeto moderno varón, blanco, soberano, individual, propietario.
Singularidades
Como en los autores mencionados, con ellos, en Tiqqun hay un impulso por trascender la lógica de la soberanía en pos de una política de la fragilidad más allá de toda negación o exclusión, más allá de toda acción y representación, que haga que el poder constituyente no se agote nunca en el constituido, ya hablemos de singularidades o de la propia comunidad ‘por venir’. Una política de la potencia –de las posibilidades– de lo que Agamben denomina nuda vida, de la vida desnuda, de la simple vida convertida en “forma de vida”, entendida como algo que merece, sin excepción, la protección del común. Una puesta en valor del simple ser más acá del hacer –que no deja de ser una modulación metafísica del productivismo capitalista–. Ser, “desprendernos de nuestras identificaciones, devenir infieles a nosotros mismos, desertarnos”.
Y es la melodía de esta comunidad por venir, de este imposible que está por ser pensado y vivido, de este ser-con de singulares cualquiera, lo que humaniza la rabia tiqquniana: “¿Cómo conjugar mis heridas y el comunismo?”, “¿Cómo permanecer en guerra sin perder la ternura?”.
Un intento de pensar la existencia compartida por fuera de la lógica del sujeto soberano moderno, y del presupuesto, el fundamento y toda mediación dialéctica entre individuo y totalidad. Asumir la fragilidad y la distancia, poner en valor su potencia constituyente sin dejar, nunca, que se consuma y fosilice en constituida. No hay fundamentos estables del estar-en-común, ni la comunidad puede ser puesta por delante o por detrás de nosotras si es concebida como modo de relación circulante, “reinvención del juego entre las singularidades”, “nuevo arte de las distancias”. No necesita ser fundada: “No encontrarse es imposible; los destinos tienen su clinamen”.
Las visiones fusionales o comunionales, consideradas totalitarias a la postre, quieren una comunidad tan ideal y apuntalada que no sólo carecen de potencia, de vida, sino que llevan en sí la muerte. Y en los tiempos del Bloom, la comunidad terrible permite al Imperio encarnarse, impone la homogeneidad haciendo imposible la pluralidad y la distancia. No es abandonada porque el mundo-ya-no-mundo resulta aún más inhabitable, pero ambos guardan continuidad, utilizan las mismas categorías. Desean lo mismo: “El mejoramiento del estado de cosas existente”.
Comunidad terrible son todas las comunidades en el biopoder, aunque se apunta especialmente a la comunidad militante. Para entrar, hay que ponerse entre paréntesis, y no es posible la parresía, esto es, decir lo que se piensa sin tapujos, pues aplica en su seno la más estricta endovigilancia, la policía de los discursos. No acepta un bios, una vida conducida libremente, lo que la convierte en “una suma de soledades que se vigilan sin protegerse”, ya que no se acompañan ni se conocen. La informalidad es el soporte de las jerarquías más despiadadas y siempre tiene un líder, a menudo varón. En su interior atruena el silencio de las mujeres.
El fin de la comunidad terrible coincidirá con la apertura al acontecimiento, a la discontinuidad que hace que emerja la novedad, “en torno al cual las singularidades se agregan, aprenden a cooperar y a tocarse”. Por eso, mantiene con el acontecimiento una relación de conjuración defensiva, animada por su deseo de autoconservación que la hace pasar “por la criba de la compatibilidad con su existencia, en vez de organizarse en torno a su surgimiento”. Es la comunidad de la traición, que mantiene el biopoder.
¿Cómo desertar? Alguna pista: “Experimentando en nosotros mismos el ser extraño que siempre-ya nos ha desertado y que funda cualquier posibilidad de vivir la soledad como condición del encuentro, la finitud como condición de un placer inaudito, la exposición como la condición de una nueva geometría de las pasiones, ofreciéndonos como el espacio de una fuga infinita, maestros (y maestras) de un nuevo arte de las distancias”.
Glosario clima tiqqun
Partido Imaginario
Doble paródico de los partidos, negación del Imperio, su resto irreductible. Lo forman todas las formas de vida insurrectas. Tiqqun es su facción consciente. Lo revolucionario no es abrazarlo sino la no-identidad.
Comité Invisible
Es la célula terrorista del Partido Imaginario. Autor de La insurrección que viene. Proclama su rechazo al activismo y aboga por los lazos insurrectos mediante pactos incondicionales --no contratos--. Defiende la práctica del sabotaje.
Teoría del Bloom
Tipo humano que representa el nihilismo, el desinterés y la sensación de irrealidad en un mundo cuyos valores, en el fondo, nos son extraños. Puede vivir en la inercia o parálisis --lo habitual-- o ser semilla insurrecta si descubre que su nada es pura potencia.
Teoría de la Jovencita
‘Jovencita’ es un significante de la frivolidad existencial, la carencia de singularidad, la insustancialidad. Consume identidades para dar una imagen. Feminidad y juventud en versión consumista. Choni, hipster, okupa... varón, mujer, trans... es igual: pura fachada.
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