¿Y por qué habrá querido representar a la Borgia así, llena de bondad, justo en este momento?
La Lucrecia Borgia de Dario Fo es una dama humana a pesar del ambiente de violencia en el que vive; culta, valiente y decidida a pesar de su condición de mujer; tan esquiva a hacer uso del poder como receptiva a la belleza espiritual; justa, caritativa, carismática y, encima, joven y hermosa. Dario Fo ha querido contraponer esta imagen a aquella otra de caprichosa, despiadada, intrigante y viperina que durante años ha prevalecido en nuestro imaginario. Si esta Lucrecia nos resulta más o menos verosímil que aquella o aquellas otras, ese es otro cantar.
¿Y por qué habrá querido representar a la Borgia así, llena de bondad, justo en este momento? Porque Dario Fo siempre encuentra en el escándalo pedagógico, la irreverencia, la sátira o la marginalidad, un medio de sacudir nuestra aletargada conciencia, crónica incapacidad contestataria y aburguesada necesidad de dejar las cosas tal como están. Esta otra Lucrecia, que según Fo se asemeja más a la que existió en la Italia del mil cuatrocientos, nos pone en guardia contra las certezas que hemos asimilado sin más. Certezas que sirvieron y todavía pueden servir al poder imperante. Desmontarlas, contraponerles otra narración, señalar su parcialidad, significa ensanchar la perspectiva con que miramos aquello que nos concierne y por tanto, entablar un diálogo más rico con nuestro presente. También significa hacer uso de una voluntad de independencia y libertad frente a la manipulación de los hechos y lo que estos pretenden significar. Al variar la forma con que se nos cuenta la Historia, Dario Fo está sirviéndola como se merece, sin pretensión de inamovible absoluto.
Sin embargo, por todo esto, no podemos decir que esta Lucrecia que nos presenta Fo, sea más verdadera que aquellas otras de Dumas, Faunce, Barberá, Chauvel o, la menos conocida y más parecida a la de Fo, de Cécil Saint-Laurent. Los personajes de novela son exactamente eso, personajes. Un artificio que en el mejor de los casos presenta una evidencia no tanto histórica como humana: el ejemplo –la experiencia– de una posibilidad.
Lucrecia Borgia, la hija del Papa (la recién editada en castellano y primera novela en solitario de Darío Fo) es un libro a medio camino entre la novela histórica y el texto teatral. Mientras lo leemos es imposible olvidar la trayectoria de Fo como autor y actor de teatro. Así, la narración se apoya más en acciones que en descripciones, en escenas-significantes que en mosaico de impresiones, en diálogos a la espera de hacerse vivos mediante una voz que en la vida surgida de lo no dicho. Esperamos, no obstante, que a raíz de su publicación algún director se decida a llevar esta Lucrecia a escena y así de paso contraponerla también, a través de medios no escritos, a las Lucrecias que andan sueltas por ahí en multitud de pantallas y escenarios.
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