Con una mutilación se produjo un corte en la historia.
A veces pienso en los dedos cortados con sierras radiales o seccionados en las cadenas de montaje. Quien ha tenido ocasión de ver una mano mutilada de cerca, ese muñón que enrojece y duele cada invierno con la llegada del frío, no lo olvida. Pero no es eso de lo que quería escribir ahora, sino de Zoran Mušič y la mujer de un senador.
Durante su tiempo de cautiverio en Dachau, Zoran Mušič fue capaz de esbozar un centenar de dibujos con los cuerpos de aquel suplicio diario, muchos de ellos cadáveres. Por desgracia, bastantes de esas obras furtivas desaparecieron antes de su liberación, aunque algunas consiguieron ser salvaguardadas, junto con varios recuerdos del exterminio.
En los últimos días de aquel horror, cuando ya no le quedaban soldados al ejército nazi para custodiar los campos de concentración, reclutaban a gente muy joven y sin experiencia, casi adolescentes, que vivían con miedo también, especialmente a la represalia de las SS. Obviamente, cuando llegó el ejército norteamericano, se cargaron a todos ellos.
Años más tarde Zoran Mušič recordaba el cadáver de uno de esos chicos, de dieciséis o diecisiete años. Lo recordaba porque la mujer de un senador norteamericano que estaba de visita mandó que le cortaran un dedo al ver la sortija que portaba. Luego limpió bien aquella joya, con una hermosa piedra verde.
El pintor esloveno no dibujó a esa mujer. Ni siquiera nos dio su nombre. Con aquella mutilación se había producido un corte en la historia. Terminaba una época y empezaba otra, la que Zoran Mušič llamó Nous ne sommes pas les derniers. Sí, nosotras no somos las últimas personas en esa cadena.
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