Aviñón está cubierto de carteles teatrales. Afiches colgados en ventanas, señales de tráfico y árboles anuncian los más de 1.500 espectáculos de teatro, danza y música que llenan las salas de la ciudad francesa durante el mes de julio. Pero detrás del telón, afloran las movilizaciones de los trabajadores de las artes escénicas por la defensa de unos derechos en peligro de extinción.

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El festival de teatro de Aviñón, en sus versiones oficial (In) y alternativa (Off), ha vuelto a revolucionar esta apacible localidad de la Provenza francesa. Para entender el lema del festival ("El teatro más grande del mundo") sólo hay que pasear por las calles de Aviñón, jalonadas de iglesias góticas y encantadoras terrazas de bares y restaurantes. Cientos de actores y actrices recorren el centro histórico disfrazados, gritando, cantando, tocando instrumentos o incluso arrastrando elementos de la escenografía de sus obras.
Todo vale para conseguir que unos pocos de los más de 500.000 visitantes que acuden a Aviñón cada mes de julio lean el programa que explica en pocas líneas el contenido de su obra. Es la mejor forma de llamar la atención de los sobrepasados espectadores, que se pasean con un programa de 400 páginas bajo el brazo.
La programación del Off es variadísima. Abundan espectáculos musicales y obras comerciales del tipo La guerra de sexos, muchas tituladas con juegos de palabra intraducibles. Abundan los clásicos, sobre todo franceses -las versiones de obras de Molière, Diderot o Racine son innumerables-, aunque también puede verse algún Shakespeare.
Asimismo se programan creaciones basadas en la vida y obra de escritores y cantantes franceses, todas con un carácter marcadamente intelectual, pero de muy diversa calidad. Un buen ejemplo es Frères humains, una obra sobre el poeta del siglo XV François Villon, con una puesta en escena conservadora -mesa con jarro de vino y alfombras de época- y un monótono monólogo sobre la vida del autor, que no consigue dejar un recuerdo duradero en el espectador.
La división irreconciliable entre obras cultas y comerciales queda patente en el programa de una de las últimas, en el que puede leerse: "Harto de las obras intelectuales pomposas, harto de los clásicos polvorientos".
Por suerte, entre los cientos de comedias intrascendentes y las creaciones extremadamente intelectuales -y a menudo soporíferas- hay obras de calidad y que no renuncian a atraer a todo tipo de público, con buenos textos que no se limitan a la búsqueda de la risa fácil, actores con talento y puestas en escena originales. Por ejemplo, François De Brauer, el actor de La reforma Goutard, representa de forma magistral a veinte personajes en una obra divertida e inteligente sobre un diputado que propone una reforma para eliminar la cultura. Una estupenda versión de Hamlet llena a diario su pequeña sala en el teatro Albatros, El Revisor, de Niñolaï Gogol, hace reír y pensar a sus espectadores día tras día y la compañía francesa Umbral Teatro (con el mismo nombre que la veterana compañía colombiana Umbral) presenta una estremecedora versión clownesca de La resistible ascensión de Arturo Ui, de Bertolt Brecht.
Y es que en el programa se echan de menos más obras como estas, que emocionen y hagan pensar, que saquen al espectador de su cotidianeidad o le hagan adoptar una distancia crítica respecto la vida y sus conflictos. En definitiva, ese teatro popular de calidad con el que soñaban Jean Vilar y Rolland Barthes.
El éxito de público de las obras es tan variable como su calidad -y por supuesto no está directamente relacionado- lo que prueba el riesgo que las compañías asumen cuando deciden venir a Aviñón. Los principales beneficiarios directos del festival son los empresarios turísticos y los propietarios, que alquilan sus pisos y teatros por sumas estratosféricas. Algunas compañías han publicado sus presupuestos en las paredes de los teatros donde actúan, por ejemplo, alquilar una sala del Petit Louvre durante hora y media al día cuesta 9.000 euros. La consecuencia es que muchas compañías pierden dinero, pero siguen acudiendo a Aviñón porque es un escaparate para "vender" sus espectáculos y conseguir contratos de representación para el resto del año en otros lugares de Francia.
De ahí, la obsesión de las compañías por atraer a programadores y periodistas (los llamados 'profesionales') dejando en un segundo plano al público, que en ocasiones parece que está ahí para contribuir a cubrir los gastos del festival y para que los 'profesionales' no vean una sala vacía, dentro de un evento que parece más una feria de mercado.
El conflicto de los trabajadores intermitentes
A la tradicional precariedad del mundo del espectáculo se añade este año la intención del gobierno francés de reformar el Estatuto de los Intermitentes, que regula el subsidio por desempleo que los trabajadores del espectáculo reciben durante los meses en los que no tienen contratos ni bolos, financiándolo con sus cotizaciones a la Seguridad Social.
Este sistema se ve amenazado hoy por el acuerdo firmado el pasado 22 de marzo entre el gobierno francés, la patronal y los sindicatos CFDT, CFTC y FO, y que aumenta el número de días trabajados necesarios para percibir el subsidio por desempleo. Según la Coodinadora de Intermitentes y Precarios, este cambio obligará a los trabajadores a "aceptar, más o menos libremente, cualquier pequeño trabajo a cualquier precio, ante la permanente necesidad de recargar el derecho al subsidio".
Este acuerdo ha provocado semanas de movilizaciones sociales por parte de artistas y técnicos de las artes escénicas, una campaña de apoyo de toda la población, así como huelgas que también han afectado al Festival de Aviñón durante todo el mes. Los pasados 4 y 12 de de julio se declararon jornadas de Huelga General del sector de las artes escénicas en todo el país, lo que provocó la anulación de nueve espectáculos el día de la inauguración del Festival In. Y cartas públicas como la de Rodrigo García, actual director del CDN de Montpellier, y la consiguiente respuesta del actor y activista francés Franck Ferrara.
Además, el pasado 12 de julio una manifestación de más de 2.000 personas recorrió el centro de la ciudad, reclamando la anulación del acuerdo y el inicio de nuevas negociaciones entre el gobierno y los sindicatos y colectivos que representan a los trabajadores teatrales.
Estas movilizaciones sociales nos recuerdan el origen del festival, un encuentro del teatro popular, en el que artistas y técnicos con una buena situación laboral trabajarían para "un público popular, vasto, de origen variado, ciertamente, pero sobre todo fresco, y que en muchos casos descrubre por primera vez el teatro", como escribió el teórico y semiólogo Roland Barthes en 1954.
En su 68º edición, el Festival de Aviñón sigue mereciendo el título del "teatro más grande del mundo" (si no contamos el festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá en Colombia), y también sigue siendo un lugar para soñar con un teatro popular (accesible a todas las personas, sin importar su procedencia ni clase social y económica).
La ciudad de Aviñón (con su puente y su canción) ha recibido más de medio millón de personas, venidas para trabajar o ir al teatro, un fenómeno admirable tratándose de un arte cuya desaparición lleva anunciándose desde hace años. Aviñón está de fiesta crítica, la música de cientos de bandas inunda las calles a todas horas y las terrazas reverberan con las risas de los visitantes y también de quienes descansan después de una larga jornada de trabajo. Son los estudiantes en prácticas que reparten programas y venden entradas, los actores y técnicos que repiten a diario la misma obra durante tres semanas seguidas, todos los que trabajan sin pausa para que el telón se levante en este infinito teatro.
Orígenes y derivas del Festival de Aviñón
El festival oficial, heredero directo de la Semana del Arte de Aviñón –fundada por el actor y director Jean Vilar en 1947, poco antes del renacimiento del viejo Teatro Nacional Popular (TNP)– fue creado en la coyuntura de la posguerra, cuando empezaban a ponerse en marcha las reformas sociales diseñadas por el Consejo Nacional de la Resistencia, así como las bases del llamado 'Estado de bienestar' francés.
Entonces, uno de los ámbitos del esfuerzo reformista era la cultura. El TNP fue el mayor intento de crear un teatro popular, que según Barthes debía cumplir tres requisitos: "llegar regularmente a un público masivo, presentar un repertorio de alta cultura y practicar una dramaturgia de vanguardia"; Es decir, lo contrario del teatro francés de la época, conservador desde el punto de vista artístico y patrimonio exclusivo de la burguesía parisina, encerrado en instituciones como la Comédie Française y la Ópera.
Al frente del TNP, Jean Vilar pretendió extender las salas y espectáculos por toda Francia y hacer el arte dramático accesible a todxs, para lo que Aviñón le ofreció un emplazamiento ideal. En 1954, la Semana del Arte pasaría a llamarse Festival y en 1966 nacería el festival Off, formado por compañías independientes. Vilar murió en 1971 pero el festival siguió creciendo hasta alcanzar la configuración actual.
En la actualidad, el festival In (en el que se representan obras institucionales, producciones francesas y extranjeras de calidad reconocida por la crítica) convive en Aviñón con el festival Off, donde se presentan obras independientes de muy diverso tipo. En el Off las entradas cuestan alrededor de 15 euros, y en el In hay abonos y reducciones para jóvenes y otros colectivos como las personas desempleadas, pero los precios de las obras más reputadas oscilan entre los 20 y 40 euros, lo que aleja al festival del ideal de Vilar de un teatro popular accesible a toda la ciudadanía. Así que hoy el público de Aviñón es, en su mayoría, de clase media-alta, con estudios superiores y edad avanzada.
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