Burlas, críticas y conceptos como “choni” y “cani” son algunos de los rasgos que adquiere el clasismo de nueva ola en el Estado español.
2 de junio de 2014. Juan Carlos I abdica y la noticia se lleva por delante la emisión del día de un programa de éxito como Mujeres y Hombres y Viceversa (MYHYV) en Telecinco. El hecho es utilizado en las redes sociales para un nuevo alarde de ridiculización estética: “Puede que hayan muerto dos o tres canis por sobredosis de cultura e historia”, “abocados a la extinción”, “niñatas llorando”, “un tortazo con la mano abierta”, “canis y chonis que rabian”, “así va España”, “me dais asco”, “chulo putas y lumis de esquina”, “ignorantes que sólo quieren ver MYHYV, fumar porros y contagiarse de sida”, “el ex rey nos ha hecho un favor por un día”, “que sea por haber quitado un programa sesudo y no un zoológico de canis”, “anormales”, “maricones y cerdas”, “alquilad un cerebro”, “a las chonis les está explotando el cerebro”, “estos son los que quedan mientras los preparados tienen que irse”, “chonis con depresión por no ver el puterío ese”, “mataba a todas esas chonis”...
¿De dónde sale todo este desprecio hacia chavales que prefieren ver MYHYV antes que a una pléyade de tertulianos tan agonizantes y ajenos a su vida como el mismo rey?
Para el periodista cultural Víctor Lenore, “han sido los jóvenes más molones de la clase media (o con mentalidad de clase media) quienes han inventado y popularizado todas esas etiquetas como ‘cani’, ‘choni’ y ‘pokero’ (para jóvenes de clase baja) o ‘pies negros’ y ‘perroflautas’ (si están politizados). He comprobado cómo las usan con euforia un montón de periodistas veinte y treintañeros en las redacciones más diversas”.
Detengámonos en la palabra “choni”, ejemplo de la unión entre machismo y clasismo que ha hecho fortuna desde hace años. Como aquel término de “maruja”, procede de una mirada en vertical, desde arriba, que juzga y ejecuta una doble función: la generalización estética de las jóvenes de clase popular y la evocación de un “submundo” de instintos y sometimiento que en parte trata de exonerar de la acusación de sexismo a las clases medias y altas.
Para una de las integrantes de Pandora Mirabilia, cooperativa que trabaja en institutos la comunicación y la igualdad de género, esa mirada no es en absoluto aséptica: “Quizá el sexismo que encontramos en el alumnado de clases más desfavorecidas es más burdo y explícito, Las clases medias y burguesas tienen muchos más mecanismos para disfrazar o adornar lo que piensanpero tiene cierta frescura, me atrevería a decir que hasta inocencia. Pero siempre hay una voz que rebate y las chicas no se quedan calladas. Nos parecen más peligrosos otros discursos más sutiles, los de esos grupos donde reina lo políticamente correcto y repiten el concepto de igualdad como un mantra. Cuando rascas sale un sexismo despiadado y más adulto. Las clases medias y burguesas tienen muchos más mecanismos para disfrazar o adornar lo que piensan”.
La psicóloga María Bilbao coincide: “Es posible que las clases más altas o las más ‘educadas’ utilicen más la microviolencia o mecanismos más perversos y difíciles de visibilizar porque no es correcto ser abiertamente sexista hoy en día. Es como cuando se producen asesinatos machistas y se especifica que el asesino es extranjero, especialmente si es de un país pobre. Esto contribuye a crear el mito de que machistas son los otros”.
Una ventana para mirar
A pesar de que efectivamente el consenso de la Cultura de la Transición se pueda haber asentado sobre lo “progre”, que ha tratado con condescendencia a las clases trabajadoras en los últimos años del siglo XX (y que hace el modelo español difícilmente equiparable al británico de ‘chavs’), lo cierto es que los medios de comunicación han asumido desde hace tiempo el papel de transmisor de una corriente que busca ridiculizar a quien muestra bajos niveles de cultura general, estéticas no asimilables por el canon impuesto por las clases dominantes y cuyo origen socio-económico aboca a transitar por una eterna precariedad laboral.
En programas como “Gandía Shore, Princesas de barrio o Sálvame se dan a conocer personajes escogidos, zafios, que se jactan de su incultura, a los que se señala como pertenecientes a la clase obrera. En mi opinión, esto desactiva la potencial lucha de clases porque es difícil imaginarse compartiendo elementos culturales y de clase con según qué personajes estrambóticos y crea en la audiencia una ilusión de estar por encima de ellos, al mismo tiempo que hay quien ve en estos personajes altamente despolitizados e individualistas modelos a seguir para tener la vida solucionada. En cuestión de precariedad, de opresión de género, de recorte de derechos, no hay mucha diferencia entre ellos y nosotros”, analiza Bilbao.
Partiendo de que la lógica de la colaboración ha sido apartada por la de la competición, Lenore incide en este punto: “Una ex ejecutiva de televisión, Mariola Cubells, explicaba en un libro la explotación sistemática de invitados de clase baja en los platós. Se presionaba a gente normal con problemas para ser entrevistados, prometiendo vagamente que así sería más sencillo encontrar una solución. Muchas veces ni siquiera les pagaban. Una vez les tenían en directo se les ridiculizaba sin ninguna compasión. Había casos extremos como pagar con dinero o drogas a adolescentes en un programa de Canal Sur para que dieran carnaza sobre el caso Arny (nadie comprobaba la veracidad de lo que decían). Aquello fue el germen de la instalación en nuestro país de lo que Owen Jones llama ‘pornografía de la pobreza’”.
Todas las mofas sociales que tienen lugar desde arriba hacia abajo culminan en la criminalización de colectivos a quienes la hegemonía niega un papel diferenciado y en primera persona. Así, el rapero dominicano Monkey Black, por ejemplo, murió de forma violenta el pasado mes en Sant Adrià de Besòs (Barcelona), pero sólo ocupó páginas de medios generalistas en la sección de Sucesos por este hecho, cuando su música nunca lo había hecho en Cultura.
Enderezar el árbol
Esta condena a lo informe, lo desprovisto de rasgos diferenciales y nunca protagonista por los propios actos y virtudes, sino por el juicio que el resto de la sociedad impone, tiene un origen especialmente duro en el proceso educativo y el comienzo de la socialización, desde la segregación de espacios.
María Teresa Cataldo es educadora social en el barrio de Sant Ildefons de Cornellà de Llobregat (Barcelona). Las chicas y chicos de entre 12 y 20 años de los que se ocupa son conscientes de la desventaja “infinita” de la que parten para conseguir un trabajo: “No se pueden pagar academias de idiomas, ni refuerzo escolar, y sus padres no pueden estar con ellos porque o están ya deprimidos sin empleo o tienen empleos precarios que les obligan a pasar todo el tiempo fuera de casa. Se está implantando de forma muy peligrosa una cultura de la excelencia que prima a las élites y que penaliza al resto Aquí se habla mucho de bandas latinas, pero no todos los latinos están en bandas y lo que sí veo cada día es a algunos abuelos que insultan a los chicos, simplemente porque les tienen miedo o porque están enfadados con el mundo, y los chicos reaccionan enfadados, sin golpes, a estos insultos. Es un pez que se muerde la cola. Además, los medios les ponen etiquetas todo el tiempo y se mantienen los prejuicios”. Desde Pandora señalan una de las causas: “Hay un reparto tremendamente injusto y clasista de los recursos educativos, tanto en Europa como por barrios y en cada centro. Se está implantando de forma muy peligrosa una cultura de la excelencia que prima a las élites y que penaliza al resto. En los centros de zonas deprimidas, donde las madres y los padres son más precarios, es más difícil que se movilicen para exigir derechos, y esta carencia no se refuerza. Si no hay un buen tejido barrial que se corresponsabilice de estos chavales y chavalas con menos recursos, estarán excluidos”.
En el argumento de la criminalidad pivota parte del juego sucio contra las clases populares. Las falacias de igualdad basadas en el mérito individual calan en un sentido especialmente afectivo en una sociedad a la que se ha hecho valorar con celo su seguridad física. Pero más allá de los mitos, existen certezas. La diferencia de trato en la administración de Justicia es una de ellas. Escandalosa y susceptible de serlo aún más si entra en vigor el nuevo Código Penal.
Lorena Ruiz-Huerta, abogada del turno de oficio, miembro de la Asociación Libre de Abogados y de la plataforma No Somos Delito, habla desde la experiencia: “Hay diferencia de trato entre una persona que es detenida y llamada a declarar como imputada con la mera existencia de un atestado policial como elemento acusatorio, y a quien se les dicta un auto de 227 páginas justificando los motivos por los que se le cita a declarar como imputada. Tampoco es lo mismo llegar a declarar delante de un juez esposado, tras pasar dos días en un calabozo, sin haber apenas dormido, comido, ni haber podido asearse, custodiado por la policía y con una escasa asistencia letrada, que llegar a declarar en un coche blindado, escoltado por caros y prestigiosos abogados. Las personas que, además de ser pobres, tienen aspecto de serlo, o las personas extranjeras con rasgos étnicos diferenciados, son detenidas con mayor facilidad por los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, pasando con ello a tener antecedentes policiales, lo que afecta en un posterior juicio sobre la ‘peligrosidad’ por parte de los jueces”. La media de duración de las condenas en el Estado español duplica a la europea (19 meses frente a 10), lo que le convierte en el tercero del ranking de la UE tras Portugal y Rumanía.
“Son los pobres quienes mayoritariamente ocupan nuestras prisiones. Ello no sólo es debido a que no tienen acceso a los citados recursos de defensa, sino también a que cometen delitos que están castigados con enorme dureza por nuestra legislación penal. Por ejemplo, robar a la cajera de una cadena de supermercados 300 euros utilizando un instrumento intimidatorio puede estar castigado con la misma pena que robar al erario público 120.000 euros o más”, destaca Ruiz-Huerta.
Pueblo sin canis
Lo popular como elemento a absorber y “redirigir” por parte de las instituciones e incluso por organizaciones de izquierda encuentra en la marginación, ridiculización y estigmatización a la que se somete a los llamados “canis” y “chonis” (pero también jóvenes de ascendencia latinoamericana o de origen magrebí y gitano) la excepción que confirma la regla. Ni las instituciones ni las organizaciones de izquierda los quieren.
Convertidos en carne de cañón de un sistema que los utiliza para obtener un beneficio del que nunca serán partícipes, toda una generación de jóvenes trabajadoras y trabajadores sin contrato, con contrato por horas o en paro Esta generación es todavía asaeteada con llamadas a su “politización” forzosa es todavía asaeteada con llamadas a su “politización” forzosa
Acusados de desmovilización, desmotivación y un estilo de vida consumista tan lejos del modelo del esfuerzo capitalista como de la presunta (y oxidada) ética de la militancia izquierdista, son, en el mejor de los casos, ignorados como actores políticos. ¿Y si el 15M hubiera estado formado mayoritariamente por estas chicas y chicos?
“Creo que no hubiera tenido éxito la revolución de las llamadas ‘chonis y canis’ porque seguimos siendo muy elitistas y no los hubiésemos tomado en serio por nuestros prejuicios. Es posible que al ser un movimiento de ‘universitarios’ se le otorgue más legitimidad social, aunque creo que eso tampoco es suficiente”, afirma María Bilbao.
“Creo que hay que evitar la expresión ‘choni’ o ‘cani’ para referirse a alguien. En todo caso, siempre es buena noticia la politización de una cajera de Mercadona o de un mensajero de Seur (además de un meritazo, ya que habrán tenido que sortear un montón de estímulos sociales y mediáticos que empujan en la dirección contraria). Básicamente, el 15M somos tres de cada cuatro españoles. Mucha gente no fue a las plazas porque estaba molida por su trabajo o tenía a su cuidado hijos o jubilados o porque vive en una ciudad dormitorio a veinte kilómetros de Sol o Plaça Catalunya. Tengo conocidos sociólogos y de ciencias políticas que me dicen que en las asambleas la mayoría de los que hablan son universitarios, pero tampoco sabemos si es que no hay jóvenes sin estudios en la asamblea o simplemente no se atreven a tomar la palabra. En realidad, no hay cambio social posible si no se implican repartidores de Domino’s Pizza, teleoperadoras de Movistar y reponedores de Ahorra Más”, concluye Víctor Lenore.
De los 'quinquis' a los 'canis'
Se puede trazar un continuum desde la exposición mediática de lo “quinqui”, que puenteó el proceso de transacción institucional en los 70, a la maquinaria sociocultural que empuja a las personas gitanas a una ciudadanía de segundo orden. En esta perversión, al racismo en vertical se le unen el mito de la no participación, no asimilación y la acusación de tratar de vivir a expensas del Estado, esto es, del “todos” al que alude cada campaña tributaria desde su dificultosa implantación en los años 80.
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