Deporte
La final inesperada

El alejamiento del fanatismo futbolero es una de las principales enseñanzas que el fútbol ofrece.

24/05/14 · 8:00
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El 24 de mayo, jornada de reflexión, se disputará la final inesperada. Para presenciar el partido en el Novo Estádio da Luz, en Lisboa, es necesario ser socio de uno de los clubes en liza –Real Madrid y Atlético de Madrid–, haberse visto tocado por la suerte –el Real Madrid efectuó un sorteo– y disponer de los recursos económicos para el desplazamiento. No es fácil y, una vez allí, puede resultar penoso mirar alrededor. Los 27.000 socios agraciados tendrán como vecinos de asiento a un colectivo extraño formado por los compromisos de la UEFA (24.000 entradas) y de los propios clubes (en torno a 4.000): patrocinadores, proveedores, consejeros, adjuntos a los consejeros y toda una retahíla de gentes convencidas de que han de disfrutar de ese privilegio. En definitiva, en la grada habrá más coleccionistas de estatus que aficionados al fútbol.

En el Novo Estádio da Luz disputa sus partidos el Benfica. Uno de los aficionados ilustres de este equipo fue el escritor José Saramago, al que muy joven le pusieron una corbata y un emblema del Benfica en la solapa para acudir al estadio de Amoreiras. Su padre era socio del club, y Saramago acudía al campo más por querencia de su progenitor que por voluntad propia. Se divertía, pero sin fanatismos.

El Benfica fue cambiando y el escritor tomando distancias. Tras Amoreiras vino el Estádio do Campo Grandes y, por fin, el Estádio da Luz: un coliseo que llegó a tener capacidad para 120.000 espectadores. El Nobel portugués relataba en noviembre de 1998 para la revista A Bola Magazine el camino de su desencanto: “Nunca fui suficientemente entusiasta para andar con la bandera y la bufanda y toda esa parafernalia que ha hecho que el espectáculo se haya trasladado del campo a las gradas. Y que, además, está de acuerdo con las actuales costumbres del mundo”.

Pero el distanciamiento de Saramago debió de ser paulatino. Según recoge el columnista del diario argentino La Nación Ezequiel Fernández Moores, Saramago frecuentaba el Estádio da Luz, inaugurado en 1954, y allí, una tarde, se mostró sorprendido al ver que muchos a su alrededor se persignaban rogando al cielo: “Yo también espero todos los días una señal de Dios. Una lástima que no la encuentro”.

El Benfica amplió sus gradas y lo ganó todo, hasta que una conocida maldición puso fin a sus éxitos europeos. En 1962, el entrenador austrohúngaro Béla Guttmann, después de haber logrado con el club dos Copas de Europa, fue despedido y pronunció la frase por la que ha pasado a la historia: “Sin mí, el Benfica no ganará un título europeo en 100 años”. De momento, lleva 52 años acertando en su pronóstico.

Y Saramago, con el carné número 1.322, dejó de ser socio. ¿Cuándo? Difícil rastrear la fecha exacta de la despedida. A Bola recordaba: “No quiero caer aquí en una conversación saudosista de ‘antiguamente era bueno’. Pero la verdad es que, en esa época, el jugador tenía su club, y el club y el jugador estaban pegados el uno al otro. La camiseta era algo respetable. Casi como otra bandera. Y el Benfica vivía el orgullo de tener sólo jugadores portugueses… en un tiempo no muy lejano. ¿Y ahora qué sucede?”. Su balance no era precisamente alentador: “¿Dónde están hoy el Benfica, el Sporting de Lisboa, el FC Oporto? El fútbol es sólo un negocio. Desapareció una cierta solidaridad de grupo. Eso me hizo perder el interés. El fútbol se ha convertido en un espectáculo y ya nada tiene prácticamente de deporte. Sólo eso”.

Las derrotas

Con la concesión del premio Nobel en 1998, llegó el momento de las alabanzas. El Benfica distinguió a José Saramago como socio de honor y los caminos de ambos siguieron a una prudente distancia. El club, en lo más hinchado de la burbuja peninsular, construyó un nuevo estadio con motivo de la Euro­copa de 2004. Saramago, desde Lanzarote, continuó su vida y su obra sin caer en la tentación de abrazar un futbolerismo tardío.

El Novo Estádio da Luz, mutación última del primitivo Amoreiras, albergará el próximo sábado un drama en 90 minutos –tal vez 120–. Para los aficionados que allí estén y para los que no hayan podido ir, y para cualquiera que sufra con estos asuntos, el autor de El evangelio según Jesucristo dejó una frase a manera de epílogo: “Lo malo de las victorias es que no son definitivas. Lo bueno de las derrotas es que tampoco son definitivas”.

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