Nada es verdad, todo está permitido

Una tarde cualquiera, en algún momento de 1949, un emocionado William Burroughs cierra el libro que ha estado leyendo y se pone a buscar de forma frenética la manera de contactar con su autor. No tiene ninguna duda de que se encuentra ante una obra capaz de dinamitar el conocimiento científico del momento, de hacer saltar por los aires décadas de literatura médica. Algo así sólo puede haberlo escrito un visionario, un profeta capaz de desentrañar las sombras oscuras que acechan en el interior de las vísceras. Alguien como él.

03/05/14 · 8:00
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Una tarde cualquiera, en algún momento de 1949, un emocionado William Burroughs cierra el libro que ha estado leyendo y se pone a buscar de forma frenética la manera de contactar con su autor. No tiene ninguna duda de que se encuentra ante una obra capaz de dinamitar el conocimiento científico del momento, de hacer saltar por los aires décadas de literatura médica. Algo así sólo puede haberlo escrito un visionario, un profeta capaz de desentrañar las sombras oscuras que acechan en el interior de las vísceras. Alguien como él. Unas semanas más tarde, Burroughs recibirá en su casa un enorme paquete que contiene un misterioso artefacto metálico. La máquina es del tamaño de una cabina de teléfono y tiene un aspecto extraño. Como si procediese de las ruinas de una ciudad que todavía no hubiese sido construida.  Co­mo si procediese de un momento o una dimensión diferente. El remitente del paquete es el mismo autor del libro que Burroughs había estado leyendo, el psicoanalista y sexólogo austríaco Wilhem Reich. Bu­rroughs acaba de comprar uno de los pocos acumuladores de orgón que llegarán a comercializarse.

Varios años más tarde, Reich será encarcelado como consecuencia de un proceso judicial bastante oscuro en el que será acusado de fraude por vender aquellos artefactos. Según las autoridades, los acumuladores de orgón no producían los efectos terapéuticos que Reich prometía, aunque las razones reales para encarcelar a un marxista declarado parecían ser otras. Reich nunca saldría de la cárcel, moriría en su celda de un ataque al corazón. Sin embargo, para Burroughs aquella sentencia no significó nada. ¿Qué podían saber aquellos funcionarios de los abismos oscuros que nos habitan, de los laberintos interminables de los que está hecho nuestro cerebro? Durante años, el escritor se sometió a sesiones diarias dentro de aquel extraño aparato y la máquina le acompañó a todos los sitios en los que residió, desde el abarrotado apartamento de Tánger a la casa de Luisiana donde pasaría sus últimos días.

Precisamente en aquella casa sería donde recibiría la visita de Kurt Cobain una tarde de 1993. Por aquel entonces, Burroughs ya había abandonado las sesiones, pero seguía conservando la máquina. Durante el resto de su vida, Cobain guardará celosamente el dibujo que le entregó el escritor Intri­gado por su extraña forma, Co­bain se metería dentro durante unos instantes. La foto en la que saluda desde su interior a través de una pequeña ventana redonda sería una de las pocas que recordarían aquella visita. No sabemos si el acumulador de orgón generó algún efecto en Cobain, pero aquella visita le marcaría profundamente. Durante el resto de su vida guardará celosamente el dibujo que le entregó el escritor, una especie de autorretrato que parecía esconder mucho más de lo que mostraba. Como si Burroughs intentara darle una clave a Cobain, como si intentara advertirle de algo. El dibujo tenía varios agujeros de bala porque el escritor había disparado contra él.
No podemos saberlo, pero quizá aquel dibujo era una pista, un mapa para atravesar los túneles que unen unas dimensiones con otras. Al fin y al cabo, Burroughs era un psiconauta experimentado, un viajero que había transitado decenas de abismos.  Servando Ro­cha lo sabe y construye a su alrededor un texto que en realidad es un plano del laberinto, un libro de instrucciones para desentra­ñar los hilos que siempre ro­dea­ron la vida de Burroughs. En Nada es verdad, todo está permitido, Rocha se convierte en el profeta que nos guía a través de los túneles, llevándonos del cine donde fue asesinado el famoso atracador de bancos John Dillinger al lugar donde se refugiaba Hassan i Sabbah, el mítico líder de la secta de los Asesinos; de los escenarios donde un alucinado Ian Curtis era poseído por canciones que hablaban de interzonas y de callejones oscuros, al lugar donde el forajido Wi­lliam Quantril fue asesinado después de años de persecución. En medio de todos ellos, William Burroughs, el yonki iluminado, el asesino desquiciado, el gran profeta. En medio de todos ellos, Burroghs haciendo sonar la música, dando palmas, bailando de forma salvaje. Coged sitio. La fiesta está a punto de empezar. //

Tags relacionados: literatura número 221
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comentarios

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    Tomeu Giro
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    03/05/2014 - 12:49pm
    ...... no séais malos - podéis tener la primicia ;)
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    Tomeu Giro
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    03/05/2014 - 10:55am
    Podéis hacer algo por mí? Por favor. Sabéis quien soy?
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