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Superhéroes después del 11-S

Entre peleas y explosiones, Capitán América: el soldado de invierno advierte del control
ciudadano mediante el miedo.

02/05/14 · 8:00
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Capitán América

El exitoso lanzamiento de la división cinematográfica de Mar­vel Comics ha definido un modelo alternativo a la trilogía Batman de Christopher Nolan: más luminoso, con generosas dosis de humor y efectos digitales. Pero la franquicia parece surgida del Marvel previo a la globalización e incluso, en algunos aspectos, al movimiento en defensa de los derechos civiles. Cuenta con nueve títulos estrenados, pero todos los personajes con película propia son hombres heterosexuales de tez blanca: mujeres y minorías raciales tienen reservados, por ahora, papeles secundarios.
 

El planteamiento, con aires de thriller político, acaba chocando con las limitaciones del modelo Marvel

Los responsables no han reconsiderado las vertientes más inquietantes de la ficción superheroica, sólo han limado aristas superficiales: destierran el sexo y cualquier exceso gore, optando por una violencia aséptica y lúdica. Sin proyectar el extremismo de las macho movies reaganistas, no cuestionan un justicierismo blando, ni la glorificación de la fuerza física y el poder militar. El camino vital de Iron Man ejemplifica las peores extravagancias belicistas del subgénero. Tras una expe­rien­cia traumática en Oriente Me­dio, Tony Stark quiere dar un giro altruista a su vida: podría perfeccionar una fuente de energía limpia, pero se regala una armadura de combate. El Stark renacido no comercia con armas pero se las proporciona al Gobierno, y derrota a contratistas estadounidenses sin escrúpulos... pero no se enfrenta al complejo industrial-militar del que también forma parte, quizá porque sigue creyendo que “la paz consiste en tener un palo más grande que el otro tío”.

El 11-S ha dejado huella, y sus pesadillas se repiten incluso en el planeta Asgard donde se sitúa Thor: el mundo oscuro. Son pesadillas del terrorismo (una nave espacial hostil se estrella contra el palacio real) y de la respuesta a éste. Porque Thor y compañía parecen un ficticio trasunto de las fuerzas especiales que asesinaron a Osama Bin Laden, analizadas en el documental Dirty Wars: una élite militar impone su orden colonial en mundos lejanos vistos como bárbaros. El paralelismo que se puede trazar es curioso, más aún con las connotaciones negativas que la mitología nórdica adquirió tras el III Reich. Incluso las relaciones paternofiliales entre el protagonista y Odín recuerdan al nudo dramático de la protonazi Metrópolis.

También Los vengadores proyectó mensajes inquietantes. Qui­zá pretendía secundar la decepción ciudadana con la gestión gubernamental, pero acabó asemejándose a blockbusters antipolíticos como Green Zone o Skyfall, que loaban a los suprademocráticos servicios de inteligencia. En el filme, los superhéroes y la agencia paragubernamental de ficción SHIELD desoyen la orden de atacar nuclearmente Manhattan para evitar una invasión alienígena. El espectador debe escoger entre la aniquilación, unos mandos homicidas... o apoyar a un grupo de semidioses, multimillonarios acorazados, supermilitares disfrazados y sicarios.

Gobernados por nazis

Capitán América: el soldado de invierno sigue usando materiales narrativos similares a los de Capitán América: el primer vengador, propios de los orígenes propagandísticos del personaje: infiltraciones nazi, sociedades secretas y armas fantásticas. Su ambientación contemporánea facilita una leve reorientación hacia el thriller político, pero el resultado choca de nuevo con las limitaciones del subgénero y del modelo. El ruido (sin furia) de las aparatosas escenas de acción aturde cualquier impulso reflexivo. Con todo, varias frases del supersoldado (“Esto no es libertad, esto es miedo”, “Pen­saba que el castigo se producía normalmente después del crimen”) son críticas pop a los Estados Unidos recientes. Los responsables vuelven a tratar del control ciudadano mediante el miedo, un motivo habitual en este cine posterior al 11-S que ha resurgido en forma de guerras preventivas futuristas (Star Trek: en la oscuridad, El juego de Ender) y privatizaciones sci-fi (Robocop). La industria audiovisual parece empeñada en no dejar cicatrizar las heridas producidas por los atentados de 2001 y su gestión gubernamental, contribuyendo a perpetuar el cultivo del pánico que aparentemente denuncia. Y desplazando, de paso, al apenas esbozado Ho­lly­wood del crack financiero.

En la ficción, el grupo nazi HYDRA se ha infiltrado durante décadas en SHIELD, buscando que la ciudadanía renunciase a sus libertades a cambio de protección: un proyecto totalitario es más viable si la ciudadanía lo acepta. Los antagonistas no visten disfraces carnavalescos, pero toman las decisiones absurdas de siempre (promueven ejecuciones en masa, dinamitadoras del consenso que querían fabricar), y todo ello resta cre­dibilidad a la amenaza. Se explicita la asociación im­plícita en Thor: el mun­do os­curo, al identificarse la pax americana con el Nue­vo Orden hitleriano. Pero se impone la broma posmoderna: el progresista Robert Redford interpreta a un halcón neonazi, y las aberraciones de la política exterior estadounidense (Viet­nam incluido) son responsabilidad de infiltrados. En el Capitán América low cost de los años 90 también se culpaba de dramas reales (como el asesinato de Mar­tin Luther King) a organizaciones inventadas. Por mucho que cambien los tiempos y las dotaciones presupuestarias, las inercias del subgénero perviven.

Ambigüedad deliberada

Al final del filme, SHIELD se autodisuelve, y sus miembros leales se reubican como héroes solitarios, agentes del FBI o trabajadores de Stark Enter­prises. Aunque el desenlace tiene algo de vuelta al orden tras las efusiones antipo­lí­ti­cas de Los venga­dores, el protagonista no encuentra su lugar en el mundo. Ante un futuro incierto, mira al pasado: la II Guerra Mun­dial aparece de nuevo como el (sangriento) paraíso perdido de unos EE UU libertadores. El mito se cimenta sobre olvidos intere­sados como los ataques nu­clea­res contra Ja­pón, pero la comparación desfavorable con el presente implica una cierta crítica. Algo de lo que ado­lecía, por ejem­plo, la re­ciente Mo­nu­ments Men.

Inquieta que una superproducción dirigida al público adolescente resulte más incisiva que un filme de George Clooney, referente del Holly­wood demócrata. Porque, aun siendo la producción Mar­vel que pisa terreno más res­baladizo, Capitán Amé­­ri­ca: el soldado de invierno pretende complacer a todo tipo de espectadores mediante una defensa genérica de la libertad individual. Con su barniz liberal y su sustrato conservador, es un test de Rorschach donde la mayoría del público proyectará su propio ideario. E incluso se minimiza el uso del uniforme de barras y estrellas del personaje. Porque, quizá, “los yanquis han colonizado nuestro subconsciente”, como dice un personaje de En el curso del tiempo, pero un soldado sin bandera identificativa coloniza los cines mundiales con mayor facilidad.

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