Las versiones de ‘Peter Pan’ son un indicador sobre las ideas del cuerpo y las relaciones.
“Soy un joven de 83 años”. Así se presentó Juan Pablo II durante su visita a Madrid en 2003. El mismo año se estrenaba la última de las versiones cinematográficas de Peter Pan, dirigida por P.J. Hogan. Jason Isaacs interpreta al capitán pirata y aún no ha cumplido los cuarenta años. El personaje de Garfio es sentenciado por Peter con una frase casi más mortal que las fauces del cocodrilo que le devora: “Estás viejo, solo y acabado”. ¿Pero qué se entiende hoy por vejez y qué se entiende por juventud? Los significados contemporáneos de la edad entran en constante contradicción con el paso del tiempo sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos.
La oposición infancia-madurez, en la sociedad burguesa victoriana, implementa una primera distinción a partir de la cual se construyen sexo, raza o clase
Este reportaje nace de un diálogo entre Jaime Cuenca y Rafael Sánchez-Mateos, durante unas jornadas organizadas en La Trasera de la Facultad de Bellas Artes de la UCM bajo el título “Descapitalizar la infancia!”. El punto de partida lo marca el libro de Jaime Cuenca, Peter Pan disecado. Mutaciones políticas de la edad (Consonni, 2013), en el cual el autor disecciona este personaje y su mundo ficcional en cada una de sus variaciones epocales, literarias y cinematográficas, señalando el niño, el adulto, el adolescente, los padres o las madres que el capitalismo desearía que fuéramos, y que tantas veces hemos sido. Sánchez-Mateos recuerda que “Benjamin ya señaló cierta disneyficación de la vida, al tiempo que la experiencia común era expropiada, empobreciéndonos por las guerras, la economía, el capital y la técnica contra la humanidad”. Entonces Mickey aún correteaba en blanco y negro.
En la pieza de teatro original de James M. Barrie, escenificada aquel 27 de diciembre de 1904 según el género de la pantomima, puede advertirse una oposición infancia-madurez que, en el contexto de la sociedad burguesa victoriana, implementa una primera distinción a partir de la cual se construyen, a instancias de los intereses burgueses y patriarcales, las oposiciones de sexo, raza o clase. En palabras de Jaime Cuenca: “A lo largo del XIX la niñez se convierte en la clave de bóveda de una compleja matriz de disciplinas que encauza en ciertos sentidos los cuerpos y los afectos y los somete a relaciones de poder presentadas como naturales”.
En 1953, Disney actualizó la historia original y sustituyó la oposición infancia-madurez por el par adolescencia-vejez, de modo que en el viaje americano Peter Pan ya no es el niño que “no podía crecer”, sino el niño que “no quería crecer”. Esta “mutación” tiene lugar al tiempo de un conjunto de transformaciones de las formas de producción, trabajo y consumo (posfordistas) y puede entenderse como un proceso de acumulación de capital a través de la seducción y la economía del deseo. Una empresa tan aparentemente opuesta a Disney como Playboy surge también en 1953 con la vocación de explotar esa fantasía del eterno soltero adolescente rodeado de bellas mujeres semidesnudas que se colaba en la versión americana de Peter Pan. En el fondo, ambas compañías respondían a un mismo modelo de “trabajo emocional” que hace del empleado un jovial teenager.
Fantasmas de la edad
Peter Pan hoy se nos presenta siempre joven, ágil, con una gracia natural inimitable, afectuoso pero sólo de forma pasajera, sin comprometerse, desmemoriado, espontáneo, seductor, intuitivo... se trata de un ideal inalcanzable si de verdad admitimos que el tiempo pasa por nuestras vidas afectándonos de muchas maneras. Peter Pan se deleita en un presente lúdico continuo; Garfio, obsesionado con el joven, no puede ocultar el desgarro y está lleno de impotencia pues nunca alcanza ese ideal que le martillea día y noche.
La promesa de juventud eterna de Peter Pan, inalcanzable, genera una burbuja de impotencia que ha sido impuesta por el capitalismo y absorbida por el consumo de masas
La fantasmagoría de la que nos habló Marx, esa que revela un modo de relación entre las cosas, inmaterial y fantasmagórico, que ignora las fuerzas materiales que las producen –y por lo tanto las que transforman el mundo–reconoce su “contenido universal” en el ideal de juventud. Este vuelve imposible tanto la infancia, que rápidamente se juveniliza, como la vejez, de la que trata de huir en aras de esa promesa de disfrute continuo que nos permita olvidar nuestras experiencias fracasadas, las fracturas, la fragilidad, la carencia, la dependencia que nos constituye. Pero, como señala el análisis de Jaime Cuenca, no es posible ser joven sin dedicar enormes esfuerzos al trabajo de remodelarse, al contrario de lo que sugiere el supuesto “síndrome de Peter Pan”. La burbuja de impotencia que genera esta promesa inalcanzable ha sido impuesta por el capitalismo y absorbida por el consumo de masas, si advertimos por ejemplo las imágenes que sirven los medios y los nuevos formatos televisivos. Sánchez-Mateos está de acuerdo con Cuenca en que efectivamente “se ha hecho un gran negocio con nuestra soledad, nuestra impotencia, nuestra frustración, nuestros miedos, nuestra fragilidad y nuestra incapacidad de alcanzar una experiencia”.
La economía del deseo transcurre fuera de la realidad de la vida cotidiana, posiblemente en un país similar a Nunca Jamás, y se diría que hoy nos parecemos más a Garfios fracasados que a exitosos peterpanes. Gente obligada a escoger entre el presumible fracaso de lo viejo o la insatisfacción de una juventud inalcanzable. Cuenca advierte entonces una suerte de inversión del ideal ilustrado, que ahora rezaría: “ten el valor de permanecer inmaduro”, cambia continuamente para ser tú mismo. Acaso este sea el más trillado y perfectamente perverso de todos los eslóganes, de Coca-Cola e Ikea a las posibilidades infinitas de Facebook, uno de los hitos que analiza Cuenca en su libro: “Facebook ha llegado en el momento perfecto porque hace posible exhibir la vida entera”. La ficción de espontaneidad propia de las redes sociales requiere de la seducción más exigente: “ahora sometemos nuestra vidas a una vigilancia y evaluación permanentes y este exhibicionismo de masas tiene muchos modelos, tantos como nichos de mercado”, asegura. No hay un afuera del juego seductor y hacerse viejo es admitir nuestra incapacidad, nuestra soledad, nuestro acabamiento. Como Garfio.
Potencias de la edad por descubrir
Peter Pan también podría leerse desde su carácter vitalista y disidente de la vida normalizada: “La infancia y la juventud es tan otra como el salvaje o la chusma”
Pero en la obra de Barrie existen personajes subalternos, como el encantador pirata irlandés Smee y la impropia Campanilla, que pondrían en problemas los estereotipos de masculinidad, mujeridad, maternidad así como de juventud. También Peter Pan podría leerse desde su carácter vitalista y disidente de las formas de vida que pretenden normalizar y moralizar, cuando Sánchez-Mateos se pregunta “si sería posible, aún en su pequeñez, revelar un conjunto de potencias justamente en aquello que está siendo mercantilizado” y añade que “a la pregunta sobre qué hacer con la ruina, el fracaso y la impotencia del presente podríamos encontrar respuesta en el hacer de cualquier niño cuando hace surgir algo nuevo de los deshechos. Lo pequeño, además, es justamente lo que podría volverse colectivo”. Jaime Cuenca recuerda y admite que, en este sentido, “la infancia y la juventud muchas veces es tan otra como el salvaje o la chusma, y podría ser capaz de un conjunto de resistencias a la disciplina civilizada que ya han interiorizado aquellas personas que los vigilan. Esta visión positiva sin duda podría dar lugar a interesantes análisis muy distintos al del libro”.
¿Cómo podríamos hacer entonces para actuar allí donde se nos imponen ideales que nos rompen? Un ejemplo concreto podría proporcionarlo la calle: “No estás sola” es la consigna que corean la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y las asambleas de vivienda ante los desahucios, y esta posición modifica el escenario en que el capitalismo querría vernos. “Dejar de sentirnos víctimas del capitalismo, sin dejar de admitir que somos sus afectados, quizá pueda ayudar a reconfigurar el conflicto a nuestro favor”, prosigue Sánchez-Mateos. Los problemas son comunes y “la reconstitución de otro orden de las cosas sólo puede hacerse colectivamente”, concuerdan ambos. El problema tanto de Garfio como de Peter es que no están solos y se creen que lo están.
Alianzas en el fracaso
La edad es una construcción cultural y social. El director de Playboy, Hugh Hefner, en 2011, con 85 años, lo tenía igual de claro que el difunto papa: “la edad es tan sólo un número”, dijo. Pero quizá esta performatividad cultural podría ponerse al servicio de otra cosa que no el capitalismo.
El “capitalismo de la juventud” ha vuelto escuálida también la idea de la juventud, reduciéndola a las ganas de, lo wannabe, pero ¿qué pasaría si Garfio renunciara a su anhelo de alcanzar ese ideal peterpanesco? ¿Qué ocurre cuando el sujeto vulnerable expulsa al fantasma de Mercado que lo parasita? Cuando tratamos de desprendernos de las formas de hacer y decir que uniformizan y discriminan se nos acusa de no querer crecer, de infantiloides y personas inexpertas, pero quizá este primer paso de renuncia a los atributos que se nos suponen sea todo un gesto de madurez, una posición que comienza a plantar cara a aquello que nos somete. “Aunque se trate de pequeños gestos de desobediencia y resistencia, quizá por esa misma pequeñez podamos soñar que se pueden propagar y volver fácilmente colectivos”, concluyen Jaime y Rafael.
Niñas que no bailan solas
por Nursery DJs
La niñez y sus interpretaciones han dado para mucho en un mundo controlado por adultos: el de la música popular contemporánea. Infancias atragantadas por carreras musicales supuestamente exitosas, miradas sexualizantes –desde Serge Gainsbourg hasta los Smiths, las listas de éxitos son el espacio mainstream donde la pedofilia ha tenido más cabida–, productos prefabricados que sonrojan... y también algunas propuestas más liberadoras.
“Muchachita, ponte tacón, hazme un guiño para empezar, pruébate una talla menor”. Esta contribución castiza al género de las odas a lolitas no se sabe si va en serio o es caricatura o crítica. El heavy ochentero es territorio confuso.
2. El desalojo del piojo (Candela y Los Supremos)
Niños músicos inquietantes hay muchos, pero sólo Candela, con 7 años, fue nombrada por El País como “la primera estrella ‘indie’ infantil”. Decían que le gustaba Wilco. Sus padres salían en las fotos promocionales casi más que ella.
3. Niño. Gato persa rmx (C.i.a.n.u.r.o.)
Un canto a la rebelión ‘edadista’: riñas anti infancia caricaturizadas –“Niño deja la pelota, deja de gritar, dejar de soñar y ponte a trabajar”– y envueltas en sonido electropunk digno de raves donde la juventud se celebra de forma extrema.
4. Habanera del primer amor (Vainica doble)
“Al año nos conocimos / haciendo flanes de arena / bien pronto nos descubrimos / tú eras nene y yo era nena”. Poca gente en edad biológica de ser Garfio ha escrito canciones que parezcan tan del lado de Peter Pan como Vainica Doble.
5. Teófilo Garrido (Fundación Robo feat. Albert Pla)
Teófilo se sentía solo, pero cuando bajó a la plaza descubrió que tiene miles de amigos. Esta canción guarda la clave de los últimos tres años de efervescencia social: politizar la ruina porque sólo nos salvaremos si la vivimos en común.
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