Nymphomaniac II, de Lars Von Trier
Cuerpos y moral

'Nymphomaniac' cierra varias etapas en la producción del polémico Lars Von Trier y supone un canto a la vida sin moralina.

23/03/14 · 8:00
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Y por fin llegó la segunda parte y el broche final al más esperado acercamiento al cine porno desde el punto de vista del cine de autor. Uno de los aspectos más interesantes de la segunda parte de Nympho­maniac es cómo Von Trier recalca que su criatura Joe no es una adicta al sexo, sino una “ninfómana”, y deja claro su premisa: nos estamos dejando llevar por lo políticamente correcto. En su obra, su terreno, el polémico director no para de soltárnoslo: la lujuria, el poder, el dolor y el placer, todos aquellos aspectos del día a día se usan aquí como metáfora para reivindicar la naturalidad y la ociosidad: vive tu placer, tu dolor, tu lujuria y estate orgulloso de eso, sin avergonzarte. A través de los personajes de Nymphomaniac, Von Trier cuestiona aquello que se te impone, mediante el lenguaje y la acción. Ése es, al final, el estandarte con el que el director danés parece empapelar la pantalla de la sala una vez que la película acaba.

A través del fetichismo, el castigo, el gusto por el dolor y la penitencia, nos embarcamos en un nuevo viaje de Joe, ya crecidita, ahora por una especie de Hades. En esta segunda cinta, la película es más contundente y reivindicativa, y menos contemplativa. Si en la primera parte se servía de Bach y los métodos de la pesca para introducirnos en la vida de su protagonista, aquí ya nos es familiar su dolencia, así que el director se aleja de las consideraciones sobre la familia para profundizar en temas mucho más relevantes y filosóficamente ricos sobre el sexo y el goce como: ¿se puede separar el sexo de lo sentimental?, ¿puede haber una vida solamente alimentada de sexo, sin familia, sin nada más?, ¿o una vida sin sexo en absoluto?, ¿y sin amor (de cualquier tipo)? En el caso de elegir una vida donde el sexo sea lo único ¿qué tiene que decir la sociedad sobre ello? ¿es moralmente correcto?

En esta ocasión, el marco lo construye la música de Mo­zart y Beethoven, y la religión jugará un papel importante, como ya ocurre en otras películas del autor de Rompiendo las olas. Joe vive su ninfomanía como un suplicio y pasa por las fases de Cristo desde el nacimiento y la travesía por el desierto con sus pertinentes tentaciones, hasta la crucifixión. Von Trier nos invita también a reflexionar sobre el límite: el límite moral, sexual y físico mediante el juego, el BDSM y la dominación, convirtiendo así su pieza en otra película distinta que explora las filias humanas sin dejar de abrir preguntas sin respuesta que el director lanza continuamente al espectador.

Cierre de varias etapas

Pero nada de esto supera su más que complaciente deseo de que él y el espectador cierren al ver este film varias etapas: una, la de la película en sí, Nymphomaniac I y II (aunque ahora queda por ver la versión sin censura); dos, su Trilogía de la Depresión, que concluye con este film y nos lo indica muy claramente con un flash­back. Y, por último, parece entreverse la conclusión a un tercer ciclo al plantear ese descenso a los infiernos de una manera visualmente idéntica a cómo lo hizo con Medea (1988), una de sus primeras películas para la televisión danesa, que es un homenaje constante a Tarkovsky.

En la crítica sobre la primera parte, abríamos un interrogante: ¿empodera Lars finalmente a su Joe, empodera a la mujer mediante el uso del sexo en su película más mediática? Y la respuesta que puedo aportar es que sí, lo hace, sin moralina y sin pedir excusas. Finalmente huye de las definiciones, de la moralidad y del sexo impuesto por una sociedad patriarcal. //

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Stacy Martin, protagonista de 'Nymphomaniac'
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