Literatura
Elipsis y viscosidad de 'Parole, Parole. Una infancia en Rentería'

En Parole, Parole. Una infancia en Rentería, Ion Arretxe describe la niñez en un barrio obrero de la España de la transición.

04/03/14 · 14:25

Imaginen que están en la cubierta de un barco que surca las aguas. Pueden ser las aguas del mar, de un río, de una piscina o de una charca. El tipo de embarcación también es indiferente. Lo importante es imaginarse asomado por la popa. Seguro que no les resultará difícil representarse mentalmente el dibujo que la trayectoria del barco va esculpiendo sobre la superficie. La estela abrupta, irregular, caótica en la cercanía, apenas es una ligera ondulación allá a lo lejos, pero es gracias a esa ondulación que aún podemos reconocer el paso del barco.

Un buen amigo relaciona esa imagen con la memoria, para ser concretos, con la viscosidad de la memoria, que es la capacidad de retener fragmentos dispersos para poder encontrar algún sentido al conjunto. Un ejemplo de cómo funciona sería, sin ir más lejos, en una frase: hay que esperar al final sin olvidar el comienzo para entender esas palabras que, sueltas, no nos dirían nada o casi nada. La viscosidad de la memoria es el recuerdo vago de algo pasado que se arrastra latente hasta el presente. Gracias a ella -otro buen ejemplo- comprendemos la música.

En la experiencia estética debe existir una relación entre la tensión a que es sometida la memoria y el placer resultante. Como si el entendimiento diese saltos de júbilo cuando se le obliga a pasar de elemento en elemento, de fragmento a fragmento, sin que debajo haya realmente nada. Similar a un deporte de alto riesgo –los alpinistas siempre buscan picos más y más altos–, cuanto más lejos se halla una cosa de otra para que surja una posibilidad de sentido, inexplicablemente, resulta más placentero. De la misma fuente debe beber el mecanismo que se pone en marcha durante la elipsis. La elipsis sería el alma mater de cualquier manifestación artística probablemente porque el entendimiento encuentra un reto de grandes proporciones. No se trata ya de saltar de una cosa a otra sino de lanzarse al vacío sin estar seguro del arnés que nos sujeta.

A la viscosidad de la memoria y la elipsis hay que añadir un tercer elemento: la objetividad.

La objetividad fui capaz de comprenderla leyendo las Conversaciones de J. P. Eckermann con Goethe. “Cualquier esfuerzo eficaz parte del interior para dirigirse al mundo exterior. Las épocas que se encuentran sumidas en el retroceso y la disolución son subjetivas, por el contrario aquellas que progresan tienen una orientación objetiva. Esto puede comprobarse no sólo en poesía sino también en pintura y muchas otras cosas” –cito de memoria–. La objetividad de que Goethe hablaba no era la científica, sino aquella que hace que el foco salga de uno mismo (sus sentimientos, sus pasiones, sus preferencias, sus vanidades y todos sus sus) para situarlo prioritariamente en el otro. Lo que no significa dejar de hablar de uno sino hacerlo, por así decir, de forma elegante. Se trata del gesto de dejar al otro pasar primero sin recabar en ello o bien, por seguir con el símil, describir la montaña para dar cuenta de la escalada.

Pues bien, el dominio de estos tres elementos podemos encontrarlo en la manera en que Ion Arretxe compone Parole, Parole. Una infancia en Rentería. Un librito que sorprende tanto por su contenido como por su forma. A base de fragmentos, con un evidente eco autobiográfico, Arretxe va trazando los contornos de una infancia en un barrio obrero en la España de la transición. Una infancia que recorre desde sus inicios “prehistóricos”, cuando los protagonistas no sabían leer, hasta esa adolescencia en que las palabras, que una y otra vez han estado presentes en boca de los adultos, se adquieren y se repiten y se despliegan y se transforman, para decir de un mundo que va perdiendo su inocencia.

Los motivos que conforman los fragmentos han sido escogidos con una sensibilidad cargada de ternura, llaneza, dulzura e ironía tragicómica. En ellos no sucede nada, no son más que pequeños cuadros que podríamos calificar de costumbristas, donde el narrador, ¡un niño que recuerda!, habla de otros niños que van y vienen, miran y escuchan, corren y se detienen, y en cambio, al hilván (o a la estela) de motivos que van ampliando el paisaje de aquellos años, aquella historia, aquel pueblo, aquellas voces, sucede todo: el devenir del tiempo, el asombro, la nostalgia, el miedo, el amor y la conciencia de la muerte que acecha.

Así, de fragmento en fragmento, convocando de forma inusual la magia de la elipsis y haciendo gala de una extraordinaria viscosidad de memoria, Arretxe dibuja la trayectoria de su infancia. El trazo sigue siendo el de un niño. Un trazo zigzagueante, por momentos decidido, en ocasiones titubeante, aparentemente caótico e impreciso pero siempre fluido y ligero. Es el trazo de un niño de cincuenta años que abre los ojos como platos despreocupado de sí, absorto como está en descifrar lo que sucede del otro lado.

+A Agrandar texto
+A Disminuir texto
Licencia

comentarios

0

Parole, Parole. Una infancia en Rentería (ed. Garaje)
separador

Tienda El Salto