'Mala semilla' saca a la luz procesos contra mujeres altoaragonesas entre los siglos XV y XVII.

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“En el verano de 1532 cuatro mujeres fueron juzgadas, torturadas, condenadas a muerte y quemadas en Monzón [Huesca] por brujas”, escribe Carlos Garcés en su libro Mala semilla. Una de ellas, Isabel Bielsa, fue denunciada por su hijo de nueve años durante un careo en la prisión. El niño afirmó que una noche la madre le tomó de la mano y le llevó a ver al Boc de Biterna, la personificación del demonio que presidía los aquelarres, el cual “se lo hizo por detrás”. Isabel, espantada, le respondió “¿cómo puedes decir tan grandes malezas? ¿Quién te lo hace decir? Los frailes de la Trinidad te lo deben hacer decir”. De la confesión de Isabel se deduce que había mantenido relaciones sexuales con aquellos religiosos, a los que había servido: “A la puerta de la cocina se le apareció el diablo muy grande en forma de fraile” y, en las siguientes noches, “tornó el diablo con forma de un gentilhombre con una corona en la cabeza y se echó con ella en la cama y se lo hizo por el trasero”.
Isabel fue torturada, suspendida en el aire con las manos atadas por una cuerda a la espalda. Después de días de dolor y tormento, la mujer confesó todo lo que le quisieron imputar: dos infanticidios y “mala arte de bruja y medicinera”. En sucesivos interrogatorios le obligaron a delatar a otras mujeres, implicándolas en “la brujería”. Unos días después, las cuatro fueron quemadas en una hoguera. Éste y otros 30 nuevos casos de brujería más aparecen relatados en el libro que Garcés Manau ha publicado en Tropo Editores sobre estos procesos en el Alto Aragón, donde se tiene constancia de 120 casos. Aragón es el segundo territorio en el siniestro ránking de brujería en España, encabezado por Cataluña con unos 400.
La interesante obra de Carlos Garcés desmonta cuatro tópicos. El primero, que no fue la Inquisición, al menos en Aragón, la que condenó mayoritariamente a estas mujeres, y algunos hombres. El 90% de los procesos fueron abiertos por la justicia civil municipal. En el caso de Isabel Bielsa, por ejemplo, fue el concejo de Monzón quien la encausó. Una vez juzgadas, sentenciadas y ajusticiadas estas cuatro personas, la Inquisición se interesó por su expediente ya que, al haber confesado, bajo tormento, renegar de Dios y tomar al diablo por señor, la Iglesia podía declararlas heréticas y apóstatas, para así confiscar sus bienes. La mayor parte de estas mujeres son “chivos expiatorios sobre los que recae la culpa” de las tragedias El segundo es que no se las torturó durante los juicios, pues sólo se han encontrado cinco casos en los que esto sucediera. El tercero es que, a partir de mediados del siglo XVI, las condenadas no morían ardiendo entre llamas, sino en la horca. Y, por último, que aunque algunas son viudas y curanderas o parteras, no así la mayoría; la mayor parte de estas mujeres son “chivos expiatorios sobre los que recae la culpa” de las tragedias que suceden en sus comunidades, desde las pérdidas de cosechas, los fenómenos naturales, las enfermedades o las muertes.
Durante su investigación en los archivos históricos, Garcés quedó “muy impresionado y muy fascinado al mismo tiempo” al ir destapando todos estos casos inéditos. “Recuerdo el de María Pardo, la viuda que ahorcan en Huesca en 1574, porque fue uno de los primeros procesos que consulté. Recuerdo verme sentado en la mesa del archivo luchando, porque tenía la letra muy difícil. E ir desentrañando las confesiones extraordinarias, sin que hubiera tortura de por medio, de cómo subía a la sierra para encontrarse con un demonio de cuatro cuernos”. Curiosamente, según la confesión, el demonio se parecía a un fraile y los cuernos también podrían ser los adornos de un sombrero. Aún en los casos en que no es la Iglesia la que juzga, con su “propaganda misógina” (según explica Silvia Federici en su esencial Calibán y la bruja) alienta el miedo que albergaban los hombres hacia las mujeres y, con estos procesos, el poder inocula una fuerte división en la clase proletaria. Hablamos con Garcés sobre este trabajo.
Tu libro está dedicado a las mujeres que aparecen en él, “víctimas del miedo”. ¿Qué opinas sobre las corrientes que enlazan brujería y feminismo y que califican la caza de brujas de genocidio contra las mujeres?
El objetivo fundamental de estas cazas son las mujeres. El manual más conocido es el Malleus Malificarum, el martillo de las maléficas, donde el título ya está en femenino. Mi libro documenta 120 casos de mujeres muertas y sólo un brujón ahorcado en tierras altoaragonesas. Estas creencias aberrantes tenían como objetivo que las víctimas fueran mujeres. Es un libro sobre mujeres en una época en la que no tienen mucha presencia en la documentación y, a través de estas persecuciones, son protagonistas. Hay pocas ocasiones en las que se pueda uno acercar a las vidas de las mujeres como en estos documentos.
Es una lástima que la poca documentación que hay sobre las mujeres en los siglos XV, XVI y XVII esté falseada por aquello que les obligaban a confesar.
Los documentos judiciales son siempre maravillosos porque permiten arrojar una luz muy potente sobre los contextos, como las relaciones en comunidades o las creencias que compartían las mujeres, pero es también una luz muy distorsionada que nos habla de acusaciones todas falsas. Los infanticidios, por ejemplo, son difíciles de creer, pues había muy pocos niños.
Al revelar todos estos procesos llevados a cabo en ayuntamientos, ¿servirá tu investigación para trasladar una posible culpa, que podríamos sentir como ajena, de un “ellos” (la Inquisición, la Iglesia) a un “nosotros” (la sociedad civil)?
Sí, es una idea interesante. Suelo poner de manifiesto que a estas mujeres altoaragonesas las mataron los hombres altoaragoneses, porque los consejos eran masculinos. Y la idea de que era la Inquisición la única culpable sacaba fuera esa culpa, es una leyenda muy negra a cuyas espaldas se puede cargar todo sin ningún problema. Y hay que ver que no, que fuimos nosotros, nuestros antepasados, quienes lo hicimos.
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