Repensar a la bruja en un tiempo de crisis y mutaciones. Es a lo que han aspirado dos películas, 'The Lords of Salem' y 'Las brujas de Zugarramurdi'.

Más sigilosamente que en los convulsos años 70, la presente recesión socioeconómica está propiciando una cultura alternativa a la oficial, ajena a los dictados establecidos, en la que confunden sus rasgos teorías conspirativas, brujas, cultos, sectas, magia, pseudorreligiones y comunas. No parece casual que Robin Hardy, artífice en 1973 de una cumbre del cine sobre rituales paganos y nigrománticos, El hombre de mimbre, haya logrado financiación para concretar treinta años después una relectura, The Wicker Tree (2011). Título al que podrían sumarse, sin ánimo exhaustivo y sólo en lo que a brujería se refiere, The House of the Devil (2009), Black Death (2010), En tiempos de brujas (2011) o Hansel y Gretel: cazadores de brujas (2013).
Sin embargo, los dos estrenos recientes más destacables sobre el tema han sido The Lords of Salem (2012) y Las brujas de Zugarramurdi (2013). Destacables no sólo por constituir las brujas parte insoslayable de sus historias, sino por la visión que brindan de una figura cultural cuyo mayor interés, hoy por hoy, reside en su capacidad metafórica para albergar discursos que cuestionan la razón instrumental articulada por el patriarcado. Cuando el público ve actualmente en la pantalla a brujas bailando en torno a una hoguera o volando en una escoba, es difícil que no interprete esas puestas en escena convencionales como símbolos de otra forma contemporánea de brujería: la practicada por mujeres que, con sus actos, sus pensamientos y sus creaciones, están desbordando los límites de su condición, su género, su programación, su sumisión.
Lecturas opuestas
Pero las conclusiones que pueden extraerse de The Lords of Salem y Las brujas de Zugarramurdi son opuestas. Con la primera, el artista multimedia Rob Zombie reinventa el terror por la vía de un primitivismo estético y argumental que incide también en una concepción renovada de los arquetipos de la bruja y del propio Mal, entendido por el guionista y director como una forma liberadora de conciencia. Cuando arranca la película, Heidi, la locutora radiofónica encarnada por la mujer de Zombie, Sheri Moon, es depositaria de siglos de represión fruto de las cazas de brujas acontecidas en Massachusetts a finales del siglo XVII. Una mujer que aspira a ser buena, que se somete a terapia para superar lo que entiende por vicios o defectos, que carece de atributos. Pero, a través de la música y un cónclave redivivo de hechiceras, Heidi acabará renaciendo como Virgen Apocalíptica, en una ceremonia alucinada de tintes explícitamente representativos que acaba con todos sus espectadores y proclama la llegada de una nueva era. Significativamente, The Lords of Salem concluye con panorámicas en blanco y negro de la localidad donde ha transcurrido la acción, una localidad que ha pasado a ser el mundo de ayer.
Y el ayer es precisamente el tiempo que, por desgracia, habita la última propuesta de Álex de la Iglesia, crónica de las desventuras de un grupo de hombres “oprimidos” por sus “parientas” que, tras cometer un atraco, acaban en una de las cunas históricas de la brujería española, Zugarramurdi. Allí tendrá lugar una guerra fantasiosa de sexos basada en todos y cada uno de los estereotipos más rancios sobre la cuestión. Queriendo ser provocativa, políticamente incorrecta, la película sólo delata maneras pedestres de pensamiento, ser un reflejo deleznable del sistema. Las brujas de Zugarramurdi, o al menos sus exégetas, no habitan este siglo, sino aquel en el que imperaban las torturas y las hogueras. //
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