Reseña de Staying Alive, el montaje de Matarile Teatro estrenado en la Universidad de Santiago de Compostela.

Las bailarinas se despiden, Ana Vallés nos saluda: “Nos vamos con la música a otra parte. Pero no nos olviden. Y no se olviden: ¡compren teatro, compren poesía, compren empanada de manzana!”. Río y me saltan lágrimas, la sonrisa se abraza con la añoranza de una felicidad que acabo de compartir; quisiera irme con ellas, quedarme horas en Staying Alive, en ese auditorio de la Universidad de Santiago de Compostela, un desguace transformado en fiesta de cuerpos, músicas y luces bailando la fugacidad.
En ese minuto en que no puedo ni quiero aplaudir, intentando que esto que vivo no se acabe nunca, mi memoria rebusca entre las cenizas y se reconforta en la continuidad de las ascuas y las llamas: es la misma materia ardiente de tantas noches de Matarile Teatro, del Festival En Pé de Pedra en La Quintana o Platerías, la estela de aquel salón de baile de mayores del Kontakthof, de Pina Bausch.
Matarile vuelve con una obra que ha elegido vivir con el público en espacios inusuales. Staying Alive ocurre. Es un continuo y una simultaneidad de instalación, baile, luces, palabras, sonido, músicas que se van creando en una inmensa pista, una performance descomunal con un extraordinario Dj sonoro / lumínico, Baltasar Patiño. Uno puede engancharse a la espiral de la fiesta subiéndose a tres grandes órbitas de acciones, palabras y danza, que se superponen y entrelazan en esta celebración del arte en medio de la ruina social y la dictadura financiera: la gozosa afirmación de la creación y del “teatro invisible”; el circo de los cuerpos de Mónica García, Rut Balbís, Nuria Sotelo, Vallés, y sus figuras; la epifanía de las mujeres rebeldes que cargan con el mundo a su espalda, la bola de espejos como memoria y agonía de Europa.
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