Estar en las nubes

'Historia de las Utopías', de Lewis Mumford, o como transformar un 'mal lugar' en un 'buen lugar'.

18/12/13 · 8:00

A quienes, por nuestra naturaleza utópica, nos ha costado adaptarnos a los ritmos mecánicos de esta sociedad del malestar, siempre hemos tendido a despistarnos mirando el cielo. “¡Estás en las nubes!”, nos reprochaban (y nos reprochan) la numerosa grey de realistas y pragmáticos que en el mundo ha habido y habrá.

‘Estar en las nubes’ es una expresión que rezuma poesía y, quizá, por eso, el reproche nos halaga. Al oírlo, uno se reafirma en su misantropía y musita para sus adentros: “Yo me quedo colgado en esta nube leyendo a Góngora y al mundo real que le zurzan”. Está claro que estos pensamientos poco católicos no facilitan una vida sana y equilibrada al uso corriente, es decir, con conexión a Internet y móvil activo las veinticuatro horas, pero vienen bien para degustar obras de arte tradicionales.

Yo aún recuerdo con un nudo en la garganta a ese desgañitado de Fellini que se negaba a bajar de la copa de un árbol. En cada uno de nosotros se agazapa una persona rampante alérgica a poner los pies en el suelo. La figura del encaramado nos resulta tan atractiva como la del anacoreta dispuesto a huir del mundanal ruido de una hipoteca. Esta predisposición cultural a idealizar la soledad pastoril es la que nos ha permitido sobrevivir durante nuestras épocas de desaliento. Porque los caracteres utópicos, tan bipolares, tendemos a encaramarnos sobre los lomos de la euforia tanto como a precipitarnos por los terraplenes de la depresión. No podemos evitar estos vaivenes. Leímos a Cernuda en la adolescencia y quedamos colgados para toda la eternidad en la brecha insalvable que separa la realidad del deseo.

A mí ahora me ha entrado la loca alegría de los locos leyendo el libro Historia de las Utopías, de Lewis Mumford, publicado por Pepitas de Calabaza. Es fácil que se apodere de ti una sensación de vértigo embriagadora leyendo a este sabio, un sabio que se enfrentó a este cuento idiota, lleno de ruido y furia, que es la vida, en vez de huir de ella. Éste fue su primer trabajo, un trabajo casi juvenil, y ya nos revela su genio mayúsculo para hacer fácil lo difícil. La filosofía, que en las neuronas de tantos pensadores se metamorfosea en un piélago obtuso, en Mumford se convierte en un lago cristalino al que sólo hay que agacharse para abrevar. Su ecuanimidad no tiene parangón. Nos presenta la cara luminosa de las utopías, su semilla de transformación social e individual, pero también el lado oscuro, su sometimiento tiránico a un dictamen uniformador.

El recorrido que hace a lo largo de la historia es tan fascinante que te entran ganas de montar una agencia de viajes para hospedar turistas, ávidos de nuevas experiencias sociológicas, en los seductores territorios proyectados por estos soñadores. Sería un éxito seguro. ¿Quién no quisiera instalarse por unos días en la placentera isla de Tomás Moro? ¿Quién rechazaría unas clases de retórica en la república de Platón? Claro que no podríamos ofertar el catálogo completo de estos viajes utópicos, debido a la peligrosidad de algunos de estos destinos. Porque, al contrario de lo que piensa una mayoría inmovilista, las utopías a veces se cumplen y, mal enfocadas, pueden derivar en terribles distopías.

El gran hermano tecnológico que con tanta felicidad abrazamos ahora es solo un triste ejemplo de ello. Por eso, Mumford nos advierte a sus lectores de que debemos tener mucho cuidado con lo que soñamos. Sobre todo, nos recomienda que humanicemos la ciencia y que paseémos al atardecer. Porque así es la naturaleza de este pensador, abarcadora como un abrazo maternal, capaz de conjugar en una misma reflexión lo más grande con lo más pequeño.

Miren, cuando terminas de leer Historia de las Utopías, vuelves a desear con toda tu alma gramsciana que el optimismo de la voluntad venza al pesimismo de la inteligencia. No quieres acabar siendo uno de esos radicales fatigados tan plastas, que siempre andan lamentándose de todo, sobre todo, de que nadie les haga caso. Para evitar caer en ese sempiterno cabreo narcisista, te das cuenta de que debes cambiar muchas de tus actitudes. La primera y fundamental: replantearte la noción de utopía. Porque, como nos explica Mumford, su etimología entraña un doble significado: el de ‘no lugar’ y el de ‘buen lugar’.

Hasta ahora, por inercia contemplativa, nos hemos decantado por el primero pero ha llegado la hora de que elijamos el segundo. Así que ya está bien de escapar a Brigadoon, ese ‘no lugar’ idílico que vive aletargado en un sueño inmortal para preservarse de la maldad de las ciudades. Lo valiente de verdad es crear nuestro propio Brigadoon aquí mismo, en este basurero cotidiano de tensiones y enemistades, es decir, transformar un ‘mal lugar’ en un ‘buen lugar’ donde llevar una vida que merezca la pena. Es lo que logró Mumford con sus libros: adecentar y regar diariamente un ‘buen lugar’ intelectual donde da gusto meterse porque, leas la página que leas, te embarga la sensación placentera de que el mundo, a pesar de los pesares, está bien hecho.

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