‘Encontré al Diablo’ sigue la senda del cine psycho thriller surcoreano pero introduce una mirada distinta sobre la justicia y la venganza.

“La venganza es para el cine”, afirma uno de los personajes de Encontré al diablo, película recientemente editada en soportes DVD y Blu-ray. Podría añadirse con algo de sorna que la venganza es para el cine surcoreano, porque buena parte de los éxitos internacionales de esta cinematografía giran alrededor de ella, especialmente desde que Park Chan-wook (Oldboy) lo convirtió en eje de una multipremiada trilogía. La mencionada Encontré al diablo es otro ejemplo de esta fascinación: parte del asesinato, a manos de un psicópata, de la mujer de un espía gubernamental. Este último, Kim Soo-hyeon, inicia una caza de los sospechosos del crimen hasta que identifica al culpable. Su plan no pasa por entregarlo a las autoridades, ni tampoco por asesinarlo, sino por iniciar un acoso de consecuencias terribles.
Kim Jee-woon (Dos hermanas, A bittersweet life) optó por ejecutar un psycho thriller a medio camino entre la acción vibrante de The chaser y las contemplaciones cáusticas de Sympathy for Mr. Vengeance. El espectáculo de sangre seca y colorimetrías artificiales propias del postcine digital puede recordar a la franquicia Saw, pero Kim propone un enfoque menos rudimentario y menos replegado en las convenciones del terror fílmico. El suyo es un estilizado cóctel de elementos mainstream y hardcore, con cabida para pinceladas preciosistas, donde la violencia extrema se alterna con pequeñas distensiones. Los momentos de pausa conviven con montajes agitados, al igual que el gore de decapitaciones y descuartizamientos se salpimenta de humor negro... e incluso de escapadas lacrimógenas. La considerable duración de la película facilita, además, que el visionado tenga algo de tour de force. Y es que el autor parece intentar imponerse a referentes como Seven sacudiendo a la audiencia mientras calcula sus límites de resistencia, como intentando que sienta la satisfacción del corredor de fondo cuando éste concluye su esfuerzo.
El horror de Kim remite a la tradición manierista del Darío Argento más ambicioso, aquél que buscaba que varias escenas de cada una de sus obras se convirtiesen en material para las antologías del horror cinematográfico. A esta cuidada narrativa visual, el cineasta le añade algunos elementos característicos del thriller surcoreano, como el gusto por la acción o el juego con los tiempos muertos. Y, de paso, parece distanciarse del audiovisual autóctono más reaccionario, que tiende a representar las garantías procesales como un obstáculo para el mantenimiento del orden o la administración de justicia.
La película proyecta una cierta normalización de la tortura, desgraciadamente común en el cine de ese país. Y abunda en la falta de respuesta policial a una gran cadena de crímenes, en un espectáculo de incapacidad institucional muy propio del thriller alarmista estadounidense. Pero Kim no parece azuzar los bajos instintos de una ciudadanía surcoreana que, según la opinión publicada, cuestiona la vigente moratoria a las ejecuciones de penas capitales. Encontré al diablo explica una historia implícitamente crítica con el protagonista. Para empezar, su venganza es contraproducente, puesto que evita una detención temprana del asesino y provoca nuevos crímenes. Además, el descenso a los infiernos del antihéroe se representa como un camino de embrutecimiento, durante el cual éste pierde cualquier posible superioridad moral. Más allá del shock ante el refinamiento de los tormentos ideados, o de la admiración ante los mayores momentos de virtuosismo visual, quizá lo más memorable del conjunto sea la desazón causada al contemplar el hundimiento ético de una víctima reconvertida en verdugo.
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