Crónica de la edición del festival Voces del Extremo celebrada en noviembre en Madrid.
Texto de Francisco Fernández Ramos
Desde 1999, el festival Voces del Extremo, auspiciado por la Fundación Juan Ramón Jiménez y bajo la lenta y constante labor de Antonio Orihuela, y con el ánimo zumbón de Matías Escalera Cordero y tantos otros... ha ido ganando terreno hasta convertise –parafraseando a Enrique Falcón–, a dos metros contados del apocalipsis, en el encuentro de poetas más lícito ante el fin y la caída del capitalismo.
El criterio integrador y el espíritu nómada han dado lugar a una segunda edición anual bajo el lema “poesía y resistencia”, que llevan en sí una larga carga literaria distinta y alejada de modas hegemónicas. Con este espíritu comenzó la mesa redonda en el Ateneo de Madrid en la que se estableció una dinámica de conflicto en torno a la pregunta del papel, o si acaso, la existencia de los intelectuales en la coyuntura histórica actual.
Destacando el necesario, y hoy por hoy posibilista, reconocimiento oficial de Enrique Falcón en las instituciones a las que se les han dotado de la labor de preservar el tesoro de la palabra en el tiempo. Por una vez los poetas de la conciencia tuvieron que hacer acopio de nociones de salvación civil, e incluso privarse de parte del público que tanto añoran, por cosas del aforo. Tanto el Patio de Maravillas como los locales El Dinosaurio Estuvo Allí y Vergüenza Ajena y el Campo de la Cebada se vincularon en la labor profunda de exponer una poesía cuya materia de atracción está vinculada a la capacidad de sostener una proactividad hacia el decrecimiento. Sumando, por los tiempos que corren, voces reputadas y dispares que se espacian en la necesidad de compartir un espíritu de supervivencia colectiva frente al capitalismo: agua frente al desierto, comprensión frente al acoso.
La primera batida de poetas nos trajo entre otros a Giovanni Collazos, poeta con mayúsculas telúrico y vallejiano, más que recomendable su poema “La poesía mata... de hambre” que abrió su colorido canto andino. Gsus Bonilla nos sugirió “cargarnos la luz propia de las tinieblas”. Mientras Antonio Crespo pedía “la palabra, la alzada dignidad de este nombre”. A Inma Luna, que traía contra el frío la casaca oficial del ejército tibetano, convertido en símbolo de la poesía de Juan Ramón Jiménez.
Por la tarde pudimos ver a Manuel Rico quien fue capaz de hacer un poema sobre un vídeo de Youtube, y de esta manera tuvimos la oportunidad de acercarnos a la primera figura de la poesía andaluza de los años 80, el fallecido poeta comunista Javier Egea. También a Bárbara Butragueño con una poesía interior y corporal que no elude la defensa de los más débiles. Alicia Martínez que sabía que “éramos niños en un país de plástico/ habíamos dejado de ser árboles”. Tras esta tanda, poemas musicados por la voz de Diana Trigueros. Y por la tarde la inconmensurable presencia de quien se ha hecho la voz más defendida de la poesía de la conciencia: Enrique Falcón.
También Roxana Popelka relatando en verso la voz de los docentes triturados por el capitalismo. Arturo Borra y Laura Giordiani, el viaje de Argentina a Madrid hecho metáforas. Juako Eskaso y nuestro mundo sin sabor. Para acabar Antonio Orihuela jugando con el pasado y el futuro de la contracultura andaluza en el destino de los que escribieron anuncios de contacto en la revista Ajo Blanco.
La noche fue para los juglares de Lavapiés en El Dinosaurio Estuvo Allí. Asalto de poemas con matices de grisú y muerte, recuerdo de los mineros. Y por la mañana más: David Benedicte performático, combativo, poniendo en duda la niñez y el Canon. Viktor Gómez y su embelesamiento y su esperanza. Carlos Salem destrozado como el mundo. Milagros López, la voz de las docentes humilladas por el poder. Rubén Romero, si alguien quiere un verdugo que mire en su bolsillo. María de la Vega, los desahucios en poesía. Óscar Pirot quien lanzaba la piedra de Sísifo al otro lado de la montaña.
De nuevo comida, discusiones: y más por la tarde María Solís intercambiando en el supermercado latas de atún por niñas. Zapico enorme y renegando del lamento. Guinda coreado, juguetón y revolucionario. Ariadna G. García se hizo un búho luchador por el ártico. Bajamos a otra sala y Poemas de Lorca, Jimi Hendrix y Matías Escalera que se vertían de nuevo con Diana Trigueros y el grupo Tiempo Atrás. Luego por la tarde Ángel Pestime con la guerra bajo sus hombros; Juan Carlos Mestre y el saludo solidario de los metafísicos. Begoña Abad, la dignidad con un mechón azul. Y Ana Pérez Cañamares dio sentido a todo con un poema escrito el día anterior, irrenunciable: “No sólo nos definen/ las guerras que peleamos /el enemigo que elegimos /sino también la enfermería, el hogar/donde curar las heridas /el médico que nos cose/y su hilo./La poesía es la convalecencia/a la que apostamos la salud”.
Y por la mañana se abrió el campo de la Cebada con niños y Antonio Díez, David Trashumante, virtud y jugando con el lenguaje y contra la policía y enseñándonos que la poesía no son los cadáveres que se ponen en las escuelas.
comentarios
0