Se ha estrenado en multicines ‘Kick Ass 2’, la adaptación del cómic de Millar y Romita sobre Hit-Girl, una máquina de impartir “justicia”.
inforelacionada
Pegar el estirón puede matar. El instituto puede matar. El primer amor puede matar. Lo sé yo, lo sabes tú, lo sabe cualquier heroína. Supervivientes por definición, pues han hecho suya la lobotomía pedagógica estándar, las nuevas generaciones sacrificarían sus teléfonos móviles de última generación antes que tener como mentora a una zorra implacable con delirios de grandeza como la mutante Emma Frost, alias la Reina Blanca. Con sus lecciones equívocas sobre el heroísmo y el sacrificio, esta ex-villana y telépata con licencia para educar, aboca a muchos de sus alumnos mutantes, apenas ponen un pie en el mundo, a ser eliminados. La dificultad para trascender lo consensuado como real con habilidades únicas y un sistema de valores particular es uno de los argumentos que vertebran X-Men, la célebre franquicia de la Marvel. También Kick-Ass y a su verdadera protagonista: Mindy, alias Hit-Girl.
Kick-Ass, cómic consagrado por Mark Millar y John Romita Jr. a quienes son tan ingenuos como para creer que la solución a la miseria del mundo real pasa por enfundarse un traje de neopreno y salir un sábado por la noche a impartir “justicia”, cuenta ya con dos adaptaciones a la gran pantalla. La primera concluía con un discurso a favor del milagro superheroico, por mucho que la pequeña Hit-Girl, tras salvar el día con estilo y continuos derramamientos de sangre, claudicase en el epílogo de la cinta, doblegándose a una supuesta paz teñida de rosa. Kick-Ass 2, recién estrenada, profundiza en esa idea, descubriéndonos que haber sido alumno aventajado de Emma Frost o, en el caso de Hit-Girl, haber sido convertida en una máquina de matar por su propio padre prepara para cualquier eventualidad, pero no para lo inevitable: crecer, dejar de ser físicamente una niña, traicionar con la ebullición del cuerpo la fachada que le permitía erradicar el crimen abrazada a una muñeca.
Una ebullición del cuerpo que también ha traicionado entre 2010 y 2013 a la intérprete de Mindy/Hit-Girl, Chloë Moretz, lo que ha derivado en cambios argumentales respecto al cómic de sumo interés. Para el guionista y director Jeff Wadlow, la revolución hormonal inherente a la adolescencia amenaza con disolver el potencial subversivo, puro, de la superheroína sociópata en favor de la Barbie gestora uterina, aquella que cifra su guión de vida en su marca personal de mujer-mujer. La máscara que Hit-Girl estaría forzada a llevar en este contexto es la de futura MILF [acrónimo estadounidense del concepto Madre Que Me Follaría].
Pero Hit-Girl es la Heroína, con mayúscula, aquella que permanece a pesar de todo. Su viaje mítico es contra el mundo. Su apuesta es contra un sistema que pide de ella docilidad. Cincelada a golpe de voluntad, entrenamiento y obsesión ciega, la servidumbre poco tiene que ver con este personaje que, no obstante, es tentando por la seguridad que brindan el confort, el maquillaje, los tacones y las puñaladas por la espalda. Porque, si algo funciona en esta secuela, es el drama de instituto como metáfora, como inclemente campo de pruebas de género: Brooke (Claudia Lee), arquetípica jefa de animadoras, y su séquito de secundarias sin carisma enmarcan, siempre por anticipado, y ganan todas las batallas.
Esto amenaza con repetirse en la prueba de baile que decidirá quién será la animadora en el nuevo curso. La abeja reina Brooke da por hecho que seguirá ocupando el trono, y exhibe su capital seductor en forma de pornográfico lapdance. Con ello deja claro a las obreras de la colmena que ella es la hembra alfa, la que se quedará con el coche, el piso y las cuentas en Suiza de Ken. Pero Mindy, con un número que sublima las acrobacias letales que ejecuta como Hit-Girl, abrirá los ojos de sus compañeras a la excelencia, al cuerpo como herramienta de precisión y combate. A la carne como arma. Literal.
Mindy apunta, dispara y triunfa. Circunstancialmente, pues Brooke no aceptará que se le arrebate el cetro de la representación. Porque, no nos equivoquemos, su miedo no reside en que la sustituyan como jefa de las animadoras. Lo que teme verdaderamente es el desenmascaramiento que la pequeña Mindy pone en marcha al adoptar los códigos del enemigo para hackearlos. Una subversión que llegará al extremo en la batalla final, escatología mediante, cuando la lucha entre ambas deje en evidencia la programación deudora del aberrante feminismo Cosmopolitan que practican estas aprendices de Isabel Preysler.
Dramas de instituto con chica al frente como Carrie (1976) –cuyo remake, de próximo estreno, está curiosamente protagonizado también por Chlöe Moretz– y Jennifer’s Body (2009) ya habían propuesto protagonistas enfrentadas a los códigos de género, pero con poderes sobrenaturales que las atravesaban, ajenos a su propia naturaleza. Mientras que Hit-Girl elude esta característica, propia del cine fantástico, al ser fruto sus habilidades del entrenamiento y unos ideales intransferibles. Por ello, este personaje ejerce como útil delator del orden instituido. La agresividad hiperbólica, delirante, con la que combate el crimen y lo cotidiano no constituye un mero divertimento.
Las decapitaciones, los disparos a quemarropa, las torturas; en definitiva, la violencia gráfica con la que Hit-Girl rasga carne y pantalla, abren nuestra mirada a la auténtica violencia, la sistémica, que articula nuestro día a día hasta el punto de ser indisociable de la normalidad a la que nos adscribimos por interés, para medrar. Conviene recordar que los dos auténticos villanos de la película, The Motherfucker (Christopher Mintz-Plasse) y Brooke, coinciden en presumir de haber hallado la ventaja competitiva definitiva, aquello que les sitúa en la cúspide de la pirámide social y emocional, su superpoder: el vil metal.
Si la Reina Blanca hubiese sido mentora de Hit-Girl, probablemente le habría dado una clave final para su supervivencia como heroína, una a la que su padre no dio debida importancia al estar instruyendo todavía a una niña. Le habría explicado que internarse en la adolescencia trae aparejada la pérdida de la ilusión en una vida sin programaciones de género, así como la irrupción del amor romántico, con lo que éste acarrea en cuanto a distracción de motivaciones y objetivos. Mindy, desprevenida, está a punto de caer en brazos de quien hasta entonces había sido compañero de juegos, Kick-Ass (Aaron Taylor-Johnson). Pero en el último instante rechaza con lucidez la trampa de lo sentimental, el papel al que aún parece abocada toda heroína mayor de edad: “Ser víctima de la ideología amorosa y de un ejercicio relacional de oposición continuada” (Mari Luz Esteban); ejercitar una y otra vez un relato estereotipado de vida que te indica cómo ser mujer.
comentarios
0