El pasado mes de septiembre el Teatro Circo Price de Madrid presentó el estreno de 'Capitalismo, hazles reír', un montaje de Andrés Lima y Joseba Gil que no hemos podido ignorar en DIAGONAL, dado el nivel de cutrerío discursivo y el papel contraproducente de este tipo de obras para el teatro, el pensamiento crítico y el cambio social.

Capitalismo, hazles reír, la obra que dirige Andrés Lima en el Teatro Circo Price de Madrid y en la que arrastra a la pista del circo a 17 actores, entre los que hay gentes consagradas, resulta un espectáculo grotesco. La obra consiste en una secuencia de escenas gobernadas por el látigo del propio Andrés Lima (no es una metáfora) en la misma pista en la que se intercalan algunos números pobremente circenses.
Parece ser que el montaje es el resultado de lo que llaman “taller de investigación teatral” sobre el capitalismo protagonizado por “teóricos y artistas multidisciplinares”, y llevado luego a escena por el dramaturgo Juan Cavestany y el propio Lima. Si esto es así, Capitalismo resulta triplemente ejemplar de algunos signos del teatro contemporáneo que ocupa más espacio en la cartelera española.
La vocación de espectacularidad se ha adueñado de casi cada estreno del circuito del gran teatro estatal o municipal, esa vocación por el subidón televisivo, por el gesto chillón pretendidamente cómico o coral, un histrionismo que quizás haya aspirado al esperpento o al teatro de lo grotesco, pero que no abandona nunca su, en realidad, vocación de sketch televisivo, es paradójicamente lo contrario de lo que intentaría enfrentar en este montaje. ¿Sabéis en cuántas obras de gran presupuesto de los últimos años un actor hace el bailecito de Michael Jackson? Esta es una. Haced memoria, estad atentos.
Reveladora también es la idea política que parece traerse a escena. Esa misma espectacularidad pretende ser también política y unos enormes plasmas ofrecen la secuencia de los aviones del 11S, Gadafi siendo apaleado asesinado, meteoritos impactando en el planeta tierra y bombardeos de Irak. Una tortura sigue a un show gritón, una parodia de una presidente declarando guerras de “libertad épica”, el señor Adelson con su ciudad casino y la sanidad volviéndose negocio… Y así, al filo de la actualidad espectacular se atropellan lo que parece un barajado de motivos de escándalo escandalosamente arrojados.
Como si lo político o un posible teatro emancipador pasara por el aleccionamiento moral sobre las torturas americanas, los negocios con la sanidad, las falsas guerras de salvación y la doctrina del shock. Aleccionamiento o peor aún, rasgado de vestiduras en un escenario en el que en realidad nada respira, nada está vivo, nada puede ser pensado. Se abordan los estereotipos del poder desde los estereotipos de la izquierda menos reflexiva, como si el mundo entero fuera la peor conversación de bar o un programa de la tele.
Un último signo inquietante del teatro de presupuesto público y lustroso que nos queda es que lo representan siempre los mismos actores, los dos o tres mismos directores que se multiplican para copar todas las salas del circuito del Centro Dramático Nacional (CDN) y del Ayuntamiento de Madrid. Como espectador siempre me ha resultado inquietante, dura mucho un grupo de colegas encajados en la parrilla, y cuando llegan los siguientes tienen pinta de volver a durar demasiado. No creo que sea tan difícil generar algún criterio de selección de los miles de actores en paro de este país o de un reparto más oxigenado, arriesgado y honesto de los montajes.
Últimamente nos han visitado compañías extranjeras, argentinas, mexicanas pongamos, que desde el arte más confiado y más pegado a la sensibilidad de lo más sencillo nos han dejado memorables experiencias teatrales, muy alejadas de lo espectacular y de lo televisivo y con frecuencia profundamente políticas, si esa fuera la cosa.
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