Más Pepes y menos 'Woodys'

Guionista de películas como ‘La torre de los siete jorobados’ o ‘Carne de horca’, un libro recupera los cuentos de Pepe Santugini.

12/09/13 · 8:12
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Parece improbable que alguien con un nombre tan castizo como Pepe pueda triunfar en un mundo tan esnob como el de la literatura. El rotundo y provinciano Pepe se queda huérfano de padrinos ante la suave eufonía de, por ejemplo, la sonoridad cosmopolita de un Woody. La inmensa mayoría de Pepes escritores no han podido colarse en los manuales de literatura ni siquiera por la puerta chica de las notas a pie de página. Incluido el desconocido Pepe Santugini. 

Menos para Santiago Agui­lar, un añorado antropófago de cine patrio que acaba de resucitarle a través de una sesión de médium celebrada en la editorial Pepitas de Calabaza, cuando apenas le conocía casi nadie. Su figura había pasado desapercibida hasta en los crucigramas.  Pepe Santugini fue, lo que se dice en la jerga de vanguardia, un talento iconoclasta, es decir, un tipo nada plasta. De su fértil trayectoria imaginativa brotaron los guiones de películas clave en nuestra deformación artística y espiritual como La torre de los siete jorobados o El cebo, artefactos extraños y magnéticos que contribuyeron al engrandecimiento de nuestras pesadillas. Amén de brillante guionista ligado a la personalidad de otro raro de nuestra cinematografía como Ladislao Vajda, cultivó la escritura y lo hizo a conciencia, como una laboriosa hormiga, publicando sin cesar decenas de cuentos humorísticos en las  míticas revistas de entreguerras Cinegramas y Buen Humor. 

Santugini fue, lo que se dice en la jerga de vanguardia, un talento iconoclasta, es decir, un tipo nada plasta Pero, a pesar de este despliegue creativo, Pepe Santugini no aparece en esta atípica lista ni en ninguna otra más convencional. Una auténtica losa asfixió su nombre tras su muerte y, como este anonimato no pudo deberse a una carencia de genio, habrá que achacarlo entonces a una mala suerte onomástica. Es el inconveniente de llamarse Pepe y dedicarse con seriedad al humor.

De aquella edad de plata que ventiló la España de orujo y pandereta con nuevos aires apenas quedó gloria para sus miembros más trágicos. La otra generación del 27, la de los cómicos que buscaron la catarsis no en la retórica dolorosa de un adulterio sino en el giro burlón de una greguería, ha deambulado por los extrarradios de la cultura oficial sin un rumbo claro. 

Pepe Santugini ha sido una de estas almas en pena. Sus cuentos, hasta hoy ignorados, exudaban un espíritu demasiado ultratúmbico como para que se los tomasen en serio los eruditos catedráticos. Como comprenderán, nadie con aspiraciones académicas dedica su tesis doctoral a personajes de tan escaso pedigrí literario como fantasmas, rateros de hotel o trepadores de fachadas. Pero ahí, en esa ruptura de los cánones, en esa vuelta de tuerca a los temas eternos, en esa búsqueda del amor, no en la solemne Madame Bovary, sino en una vulgar mujer barbuda, radica la genialidad de Santugini. Comprué­­benlo con De buen humor, la primera recopilación de sus cuentos en un libro, una ópera prima briosa, de osadía juvenil. Se toparán de bruces con un humor distinto al que están acostumbrados, un humor que podríamos tildar de utópico por su carácter visionario y reformador. El humor de Pepe Santugini, tan metafórico como realista, tan absurdo como consecuente, desprende el instinto subversivo de la comedia antigua de Aristófanes cuando se creía que la fuerza poderosa de la sátira podía detener el sinsentido cruel de las guerras. 

Al contrario de ese humor volátil cuya función primordial se limita a proporcionar dosis de evasión ante una realidad problemática, la lectura de estos cuentos desvela las añagazas de nuestra hipócrita sociedad a través de una crítica sutil, casi invisible, pero cargada de inteligencia. Tengan en cuenta que no basta con refugiarse en los monólogos del Club de la Comedia para atacar las inmoralidades de la crisis. Éstos, en su obviedad, en su evidencia, conducen apenas a una risa de fogueo. Andamos necesitados de algo más potente. Necesitamos más Pepes y menos Woodys para escapar de tanto solipsismo.

Tags relacionados: literatura Número 204
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