El festival 'Ellas son Cine' mostró una cinematografía capaz de entretener, educar, denunciar, sorprender y, en definitiva, emocionar.

Texto de Alicia Sanjuán
En nuestro cada vez más amplio imaginario cinematográfico se encuentran películas o directores de cine de lugares tan lejanos como Corea, Taiwán o las mismas antípodas, pero apenas podemos rescatar algún nombre africano, y eso a pesar de que África comprende un total 54 países. El desconocimiento de la industria africana de cine contrasta con su ingente valor económico. Nollywood se esparce por las afueras de la capital nigeriana de forma poco visible e irregular, pero en apenas 20 años se ha convertido en el segundo centro de producción cinematográfica mundial después de India y por delante de EE UU, generando una media de 2.000 películas al año.
Si el cine africano nos resulta de difícil acceso, el cine africano realizado por mujeres es inexistente en España, por lo que la posibilidad de disfrutar de un ciclo de directoras africanas es una oportunidad valiosísima. La Fundación Mujeres por África celebra su primer año de vida trayéndonos Ellas son Cine, una muestra de siete películas cuidadosamente seleccionadas por Guadalupe Arensburg, comisaria del ciclo.
La senegalesa Safi Faye fue la primera mujer subsahariana en dirigir una película comercial, en 1975, aunque su producción, así como la de algunas de sus contemporáneas, Sarah Maldoror o Anne Mungai, fue breve y apenas se conservan registros en formatos compatibles con la tecnología digital. Desde entonces ha habido numerosos ejemplos de cineastas africanas, aunque las mujeres siguen siendo una minoría dentro del panorama cinematográfico (en torno a un 10% de directoras y un 15% de guionistas), dato muy en la línea de otras geografías.
A pesar de ese escuálido porcentaje hay que decir a favor del cine africano que desde los años 60 se ha caracterizado por estar realizado por hombres pero con un sello feminista importante en una doble vertiente, retratando numerosos ejemplos de mujeres fuertes y protagonistas de sus vidas, y criticando los sistemas patriarcales impuestos, ya fueran coloniales, neocoloniales o postcoloniales. Algunos ejemplos son Black Girl (1966), Emitai (1971), Sarraounia (1986), Moolade (2004), Taafe Fanga (1997), Fools (1997) o Karmen Geï (2001).
Siete visiones distintas
Ellas son Cine recoge las creaciones más recientes de siete cineastas, cuatro magrebíes y tres subsaharianas, nacidas en las décadas de los 60 y 70 (a excepción de Djamila Sahraoui, de 1950), todas ellas con amplia formación académica en humanidades y estudios de cine, tanto en sus países natales como en universidades europeas. Mujeres cultas y con una visión desde dentro y desde fuera del continente, que han vivido en su propia piel las crudas consecuencias de los conflictos. Todas poseen una dilatada experiencia en el cine, en especial en el documental, aunque han dado buenos ejemplos en el cine de ficción.
Estas películas, escritas, dirigidas y protagonizadas por mujeres, rompen con la óptica masculina preponderante. Son relatos íntimos que cuentan realidades femeninas en primera persona, donde las mujeres son los sujetos activos de sus propias historias, y donde recuperan su “humanidad” silenciada.
Lejos del victimismo y la pasividad, las protagonistas de estos relatos cogen las riendas de sus vidas con determinación
A través de siete historias vivimos la revolución, los extremismos religiosos, la guerra, el exilio, la lucha por la supervivencia o la pobreza, recorriendo las tierras de Túnez, Argelia, Marruecos, Burkina Faso, Angola o Uganda. Las representaciones distópicas de África a las que estamos acostumbrados se ven superadas en las creaciones de estas cineastas. Lejos del victimismo y la pasividad, las protagonistas de estos relatos cogen las riendas de sus vidas y siguen adelante con determinación, con dignidad. Y todo ello con la impresión de valores como el perdón, la compasión, la ternura, los cuidados de otros, la coquetería, o el afán de conciliación.
Con Ellas son Cine aprendimos que no ser ni puta ni sumisa en Túnez puede ponerle precio a tu vida (Même pas mal, de Nadia el Fani), que el amor maternal es más grande que el odio fundamentalista (Yema, de Djamila Sahraoui), que el olor a pescado se queda impregnado en la piel casi seis meses y que para una peladora de gambas en Tánger su sueño dorado puede ser trabajar en el sector textil (Sur la planche, de Leïla Kilani). Hemos contemplado que hay secuestros de los que no se quiere escapar (Dowaha, de Raja Amari ), que a veces la paz resulta tan desconocida que no es la opción más deseable (La nuit de la verité, de Fanta Régina Nacro), que en suajili no existe la palabra “violación”, que en Uganda es noticia cuando la paz se mantiene más de un año (Imani, de Caroline Kamya), o que, a pesar del color de piel y el idioma, resulta impactante la increíble cercanía cultural con dos jóvenes angoleñas en el exilio (Por aqui tudo bem, de Pocas Pascoal).
Esta selección, formada por siete visiones distintas sobre la realidad africana, contribuye a ampliar la óptica reduccionista que tenemos de un conjunto de pueblos que, a pesar de compartir problemáticas comunes, presentan una diversidad y una riqueza cultural compleja, abrumadora y en todo caso fascinante. Estas siete películas son también ricas en las representaciones del mundo occidental. Así, las clases altas hablan idiomas europeos y se mimetizan con los que un día fueron sus colonizadores. Las clases más humildes sólo pueden aspirar a algunos elementos que simbolicen esa pertenencia, como poseer un i-Phone (Sur la Planche), pintarse los labios de rojo y llevar stillettos (Dowaha), o el secreto mejor guardado del rey del hampa juvenil en Kampala, que en medio de la uralita y la marginalidad y tras una puerta cerrada con cinco candados comparte con nosotros su tesoro más codiciado, un vino de burdeos que sirve en copas de cristal de Bohemia, un tablero de ajedrez y el Canon en Re Mayor de Pachelbel.
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