SALUD // EN EL PAÍS AFRICANO SE DEBATE LA REFORMA DEL SISTEMA SANITARIO
Sudáfrica: lucha de clases en el hospital

Sin la atención mediática que reciben los intentos de Obama de establecer una salud pública en EE UU, en Sudáfrica se vive un debate similar de intereses enfrentados.

04/11/09 · 0:00
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La portada del periódico sensacionalista
Sowetan abre con una imagen
del presidente sudafricano, Jacob
Zuma, vestido de Tío Sam.
“¿Quién pagará el nuevo Seguro
Nacional de Salud?”, pregunta inquisitivamente
el rotativo sudafricano.

El dedo amenazante de Zuma
responde con claridad.
Hoy en día en Sudáfrica aún es habitual
que mueran bebés de diarrea
porque sus madres no llegaron a
tiempo a un puesto de salud y que la
tuberculosis siga cobrándose miles
de víctimas al año. Esto podría parecer
algo normal en una nación africana,
pero en un país con el 8% del
PIB en gasto sanitario –una cifra similar
a la española– es normal que
surjan preguntas. De hecho, su servicio
de salud es uno de los más desiguales
del mundo, con una sanidad
privada puntera (aquí se realizó
el primer trasplante de corazón del
mundo), junto a una pública que resulta
totalmente insuficiente. Las cifras
hablan por sí solas. Mientras el
sistema público tiene un presupuesto
de 56.000 millones de rands (5.600
millones de euros) para atender a
más de 45 millones de personas, las
corporaciones sanitarias recaudan
cerca de 70.000 millones para encargarse
de siete millones de pacientes.
El nuevo Seguro Nacional de Salud
(NHI, por sus siglas en inglés)
que pretende implementar el nuevo
Gobierno del Congreso Nacional
Africano, elegido el pasado abril, se
parece bastante a la seguridad social
española. Una cobertura universal
y pública bajo pagador único
que garantice el derecho al tratamiento
médico adecuado establecido
en la constitución. O en palabras
del ministro de Sanidad, Aaron
Motsoaledi, “utilizar la salud para
reducir desigualdades”.

La oposición a este ‘socialismo sanitario’
no se ha hecho esperar. Como
en EE UU, su origen son los seguros
médicos, potentes compañías
con ingentes beneficios provenientes,
no sólo de la casi obligación de
contratar sus servicios ante el mal
funcionamiento del sistema público,
sino también de las deducciones fiscales
de las que disfrutan. La base
social de la campaña es, sobre todo,
una clase media blanca que, si bien
tiene dificultades para pagar el seguro
médico, no quiere ni oír hablar de
compartir cama con la mayoría pobre
y además negra.

Como la segregación racial no es
políticamente correcta en la nueva
Sudáfrica, se utiliza un argumento
especialmente demagógico: el de los
pagadores de impuestos. Según esta
teoría, aunque en el país hay unos 50
millones de habitantes, sólo siete de
estos pagan impuestos directos y por
tanto son los únicos con derecho a
recibir prestaciones públicas. El resto,
la gran mayoría, son tratados como
una especie de parásitos que se
aprovechan de los recursos ajenos.
Sin embargo, Diane McIntyre, profesora
de Economía de la Salud en
la Universidad de Ciudad del Cabo,
se revuelve contra este postulado:
“Todos los sudafricanos pagan impuestos
cada vez que llenan el depósito
o se compran una camisa. Y proporcionalmente
los pobres pagan
muchos más que los ricos”. Pocas
veces como ahora la brecha social y
racial que aún divide Sudáfrica 15
años después del fin del apartheid
ha quedado tan expuesta.

El bloque del sector privado

Desde las corporaciones se argumenta
que no se tiene nada en contra
del NHI, salvo que éste se quiera
construir “desmontando el sector
privado”, según el portavoz de Discovery,
Adrian Gore, una de las
empresas líderes en la materia. El
profesor de Economía y asesor del
proyecto gubernamental del NHI,
Patrick Bond, replica que este argumento
no es cierto: “El NHI acepta y
reconoce la existencia de un sector
privado fuerte. Pero estas empresas
no quieren ver reducida su tasa de
beneficio”. Bond también sale al paso
de las acusaciones de ineficacia:
“El sector privado, con ocho veces
más recursos por paciente, es mucho
menos eficiente que el público”. Para
corroborar sus palabras un solo dato:
más de mil millones de rands
(unos cien millones de euros) del sector
privado se invierten en pagar a
los comerciales que captan clientes.

“No es posible tener una sanidad
como la canadiense en Sudáfrica, sin
tener su economía”, opina el doctor
Chris Archer, y añade: “Para mejorar
la salud primero hay que hacer
crecer la economía”. Acérrimo defensor
del modelo actual, blande la
amenaza más habitual entre la minoría
blanca sudafricana: “Si se les
obliga a trabajar en los hospitales
públicos, los médicos se marcharán
al extranjero”. Pero, ¿para qué sirve
tener médicos si tampoco van a atender
a quien más lo necesita? Otro
doctor, Trevor Fisher, director del
hospital George Mukhari, responde
irónicamente: “Los ricos sí que pueden
ir a tratarse al extranjero”.

La fuerte campaña mediática
contra el NHI no parece haber dado
sus frutos. Las encuestas dan
hasta un 76% de apoyo al proyecto,
lo que no es raro si se tiene en cuenta
que ésta fue una de las promesas
de Zuma en las últimas elecciones,
en las que logró casi dos tercios de
los votos. De momento sindicatos y
movimientos sociales se encuentran
a la expectativa de que empiecen
los debates parlamentarios.
Jim Irvin, secretario general del sindicato
de Metalúrgicos, es claro en
este aspecto: “El NHI es una de las
razones por las que los trabajadores
votamos por Zuma y no vamos
a dejar que caiga en saco roto.

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Sudáfrica, año 2000. En plenaConferencia sobre el Sida de las Naciones Unidas, celebrada en el país africano, el Gobierno anfitrión defendía el uso de vegetales y vitaminas para frenar una pandemia que ya afectaba a más de cinco millones de sus ciudadanos. El Gobierno del entonces presidente Thabo Mbeki, junto a su ministra de Sanidad, Manto Thabalala-Msimang, se alió con personajes de dudoso perfil, como el médico alemán Mattias Rath, quien vendía unos complejos multivitamínicos de su creación que, según él, curaban el sida.
Patrick Bond, profesor de Economía y asesor del actual Gobierno y del ex presidente Nelson Mandela durante la transición, sospecha que detrás de esta política se encontraba la ortodoxia financiera del Banco Mundial, que impedía al Gobierno incrementar su presupuesto en salud. Desde la Campaña de Acción por el Tratamiento ([TAC->http://www.tac.org.za/community/],
por sus siglas en inglés) destacan también la actitud de las farmacéuticas, que encarecían sus productos y boicoteaban la producción de genéricos. En el otro lado del mundo, en EE UU, en el año 2000 se estaba celebrando la campaña electoral. Al Gore se presentaba como presidente tras dos mandatos en la vicepresidencia que se habían caracterizado por el apoyo gubernamental a los intereses de las empresas farmacéuticas estadounidenses. En cada acto electoral, el candidato se encontraba con carteles con el lema 'Gore mata bebés africanos'.

«Cuando se dio cuenta de que la mala publicidad de los carteles valía más que los dos millones de dólares que le habían dado las farmacéuticas, Al Gore cambió de postura y empezó
a defender el derecho de los países del sur a fabricar sus propios genéricos», cuenta Bond emocionado. «Es la muestra de solidaridad más efectiva que he visto nunca», concluye.

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