PSICOACTIVOS
¿El siniestro retorno de la heroína?

A principios de este verano se presentó el Informe sobre
Heroína de la Comisión Clínica del
Plan Nacional sobre Drogas (PNSD)
y
alrededor de un centenar de medios
de comunicación publicaron noticias al
respecto. “Un repunte del consumo
que ha hecho saltar todas las alarmas”,
señalaban los titulares de al
menos diez noticias de prensa. Sin
embargo, una lectura rápida del informe
muestra que las frecuencias de

30/09/10 · 20:27

A principios de este verano se presentó el Informe sobre
Heroína de la Comisión Clínica del
Plan Nacional sobre Drogas (PNSD)
y
alrededor de un centenar de medios
de comunicación publicaron noticias al
respecto. “Un repunte del consumo
que ha hecho saltar todas las alarmas”,
señalaban los titulares de al
menos diez noticias de prensa. Sin
embargo, una lectura rápida del informe
muestra que las frecuencias de
consumo habitual son menores al
0,1% desde hace una década (página
45 del informe), que la disponibilidad
percibida es muy baja (pág. 46) o que
el número de personas que han visto
“jeringas en el suelo”, “personas inyectándose
drogas” o “personas drogadas
caídas en el suelo” (sic) ha bajado de
forma drástica entre 1997 y 2007
(pág. 47-48). El supuesto repunte no
se encuentra en un informe que señala
que “las encuestas poblacionales tienen
limitaciones para estimar las tendencias
de consumo con frecuencias
de consumo muy bajas”.

La delegada del Gobierno del PNSD,
Carmen Moya, resaltaba que “los jóvenes
desconocen los estragos que el
consumo de heroína provocó en nuestro
país en los años ‘80”. La observación
es muy acertada, pero, para ser
más precisos convendrá recordar además
los estragos de una política antidroga
que sólo comenzó a introducir
tímidamente los programas de intercambio
de jeringuillas en las prisiones
a partir de 1997 (diez años después
del descubrimiento de las vías de
transmisión del VIH). O el hecho de
que hasta hace pocos años los usuarios
en tratamiento fueran expulsados
si daban positivo en los controles de
orina (¿negaríamos la insulina a un
diabético por haberse comido un pastel?).

Cuando el doctor Julio Bobes
señala que “el 70% de los que iniciaron
este consumo en 1980 están
muertos actualmente” debería especificar
que la adulteración, el VIH o la
tuberculosis son aspectos independientes
y su gestión está más relacionada
con las políticas de drogas que
con la farmacología de la heroína.

El impacto social y sanitario de la heroína
durante las pasadas décadas es
innegable. Probablemente, el mayor
éxito en las últimas décadas ha sido
trasladar el problema desde los centros
de las ciudades a los barrios marginales,
donde no es visible y no
molesta al ciudadano. Así, un debate
en profundidad debería incluir además
otro tipo de cuestiones. Aquí van unas
cuantas: ¿cuándo serán atendidos los
usuarios en los centros de atención primaria,
como el resto de la población,
en lugar de en dispositivos específicos,
muchas veces gestionados de forma
privada y con una calidad asistencial
en ocasiones discutible?, ¿para cuándo
programas de dispensación de
metadona en centros de salud y no en
autobuses en la periferia de las ciudades?,
¿cuándo se van a impulsar los
tratamientos con heroína para adictos,
considerados por el Observatorio Europeo
sobre Droga y Toxicomanía como
“seguros, eficaces, coste-efectivos, que
reducen la criminalidad y mejoran la
salud de los usuarios”? Finalmente,
cabría preguntarse si hemos aprendido
algo de los errores del pasado o seguimos
manejándonos con la habitual
combinación de mensajes simplistas y
medios de comunicación ávidos de
titulares explosivos.

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