Más allá del estigma, ¿quiénes son ‘las prostitutas’?
Con este interrogante, Ruth Mestre y Magdalena
López, comprometidas con las luchas feministas y
especialistas en género, violencia y migraciones,
invitaban a la presentación de su libro Trabajo sexual,
a finales de junio en Madrid. Con motivo de
este acto, DIAGONAL tuvo la oportunidad de hablar
con las autoras, del Instituto de Derechos
Humanos de la Universidad de Valencia, en el marco
de una reunión con un grupo de mujeres en el
centro social feminista Escalera Karakola. Aquí os
ofrecemos parte de esa conversación.
- DERECHOS. “Las respuestas para disminuir los mecanismos de dominación no pueden
darse sólo en términos de abolición”. En la imagen, detalle de la portada del libro.
DIAGONAL: En el libro Trabajo
Sexual abordáis el tema desde una
perspectiva de los derechos y del
cuerpo. ¿Pensáis que introducir la
cuestión del cuerpo en un discurso
donde casi siempre se habla de intervencionismos
jurídicos, del tipo que
sean, puede arrojar algo de luz?
RUTH: Para empezar, nos construimos
como seres sexuados a partir
de un sistema de sexo/género y tomamos
la identidad que ese sistema
nos da. Como dice Iris Young,
la mayoría de categorías de excluidos
están atrapados en los cuerpos:
las mujeres estamos atrapadas en
los cuerpos, los negros, los viejos,
los minusválidos están atrapados
en los cuerpos. Es decir, el cuerpo
es una categoría central que sistemáticamente
negamos como el eje
de nuestra vida social. Nos movemos
como individuos abstractos
cuando, en realidad, somos cuerpo
y a partir de esa materialidad nos
relacionamos. Sí que es importante
empezar a discutirlo desde ahí, porque
no nos damos cuenta de hasta
qué punto nuestra vida está mediada
por el cuerpo que somos, lo que
nos incapacita para elaborar discursos
propios conscientes.
MAGDALENA: El cuerpo a las mujeres
nos ha servido históricamente
para subsistir en este sistema sexo/
género y nos ha anclado a la vida.
Es decir, las mujeres hemos vivido
a través de nuestro cuerpo-
matrimonio, reproducción-, pero
no ha mediado una transacción de
dinero explícita como en el trabajo
sexual. Sin embargo, parecen obviarse
aquí otras compensaciones
materiales a cambio de sexo recibidas
por las mujeres en relaciones
‘legítimas’ dentro de una organización
patriarcal, androcéntrica y capitalista
como la nuestra.
D.: Las actrices, bailarinas, cabareteras,
que en otras épocas han utilizado
su cuerpo más allá de la reproducción
con una estrategia económica,
también fueron estigmatizadas.
R.: Este discurso sigue siendo potente,
y por eso la criminalización
de estas mujeres. Siempre se ha ligado
a las mujeres con el cuerpo,
pero para llegar a ser ciudadanas lo
que han tenido y tienen que hacer
las mujeres es dominar esa naturaleza
que se teme explosiva, ser virtuosas.
Porque las mujeres en este
imaginario son volcanes y tienen
que recogerse y recogerse hasta
convertirse en la mujer ideal, sin
cuerpo, que no se encuentra en ninguna
parte y representa todas las
virtudes de la belleza y la castidad.
En este orden, es legítimo que te
controle el marido y es legítimo que
te controles tú.
M.: Al cuerpo de las mujeres se le
ha mostrado siempre como más incontrolable:
las mujeres están apegadas
a su cuerpo, a las pasiones, a
los sentimientos, etc., lo que justifica
la necesidad de tutela de los varones,
haciéndolas permanecer con
esta estrategia por siempre en minoría
de edad. También es llamativa
la ‘ausencia’ de cuerpo de las mujeres
‘buenas’ frente a la ‘presencia’
del cuerpo de las mujeres ‘malas’
(pintadas, escotadas, arregladas...).
El movimiento feminista ha conseguido
un control y dominio sobre el
propio cuerpo, y la capacidad de decidir.
En este sentido el cuerpo es
origen de vulnerabilidad pero también
de empoderamiento. Ahora,
supuestamente, somos más libres
en nuestras relaciones de pareja y
en nuestras relaciones sexuales, pero
seguimos funcionando con la categoría
de mujeres ‘malas’ y ‘buenas’.
‘Puta’ continúa siendo un insulto
que funciona como mecanismo
de control de las mujeres hacia
la sexualidad controlada y legítima
dentro del matrimonio.
D.: Hablar de ‘trabajadoras sexuales’
en un momento en que cada vez es
más difícil realizar reivindicaciones
sectoriales en lo laboral y generar
identidades a partir de ellas, ¿no es
una herramienta tramposa?
M.: La ciudadanía laboral es un concepto
de ciudadanía limitada, pero
hasta ahora es la incluyente, y a partir
de ellas se articulan todos los derechos
y casi todos los mecanismos
de protección.
R.: Cuando el trabajo no genera estabilidad
como hasta ahora, es verdad
que es conflictivo volver a la
ciudadanía laboral, que se ha construido
excluyéndonos a todas, como
plataforma de vindicación de
derechos. Ahora bien, ellas te dicen,
cambia esa plataforma reivindicativa
cuando yo esté dentro, no la cambies
cuando aún no se nos ha incluido,
ahora que hemos entendido cuál
es la vía de inclusión. Algunas también
intentan romper con eso y reivindicar
derechos simplemente como
personas, porque la dignidad,
argumentan, no la da el trabajo.
D.: Desde hace aproximadamente
un año y medio la discusión histórica
sobre cómo intervenir sobre el
fenómeno de la prostitución está
muy polarizada entre las posiciones
abolicionistas y las regulacionistas.
¿Qué hacer en este punto en
el que el debate parece estar más
enconado que nunca?
R.: Es cierto que hay que buscar
mecanismos para abordar el tema
y que no se cierren los bloques cerrados
y defensivos abolicionismo/
regulacionismo. Hay que abrir
espacios al diálogo.
M.: Aunque el grado de confrontación
es alto, y las abolicionistas se
niegan a reconocer la otra posición
como feminista, nos hemos empeñado
en señalar la existencia de coincidencias:
el rechazo y la petición de
intervenciones penales para el tráfico
de personas con fines de explotación
sexual; tener en cuenta la opinión
de las trabajadoras del sexo; la
necesidad de luchar contra el estigma
de ‘puta’; disminuir las condiciones
de vulnerabilidad de estas mujeres
porque no son reconocidas como
ciudadanas; acercarse al tema con
un reconocimiento de derechos humanos
que les permitirá un empoderamiento
colectivo e individual.
Señalar las coincidencias no nos
hace olvidar que donde ellas ven
‘víctimas’, nosotras podemos ver
mujeres con agencia sobre sus propias
vidas. Y coincidimos en que la
prostitución, como institución patriarcal,
es un problema de género
y desde esa perspectiva hay que
encararlo. Las diferencias vienen
en cómo combatirlo.
R.: Partimos de que vivimos en una
sociedad sexista, androcéntrica y
patriarcal que cuenta, por tanto, con
diversas instituciones que aseguran
el dominio de los hombres sobre las
mujeres. La prostitución es una de
esas instituciones, al igual que lo es
el amor romántico, el matrimonio,
el modelo del trabajador a tiempo
completo sin responsabilidades familiares
y la jerarquía dentro de las
empresas. Nosotras hemos tratado
de argumentar que las respuestas
necesarias para disminuir los espacios
y mecanismos de subordinación
pueden darse en términos de
derechos y no sólo de abolición.
Más allá de una posición única, una política de la diversidad
D.: ¿Es posible una labor de
construcción de sentido
común cuando para nombrar
este tema hablamos y ellas
mismas hablan de sí como
'prostitutas', 'mujeres prostituidas',
'insertas en la industria',
'en estado de prostitución',
'trabajadoras sexuales',
'putas'?
R.: Hay una variedad enorme
entre ellas, pero eso no es
preocupante. Las situaciones
que viven son muy diversas, la
industria es gigantesca, y ellas
se posicionan en lugares diferentes
a través de ejes muy
distintos, desde la edad, al
género, los servicios que
hacen, si los consideran servicios
o no... No sería bueno un
posicionamiento único del tipo
«esto es lo que hay, esto es lo
que somos y hacia allí vamos».
Esto se hace eliminando esa
pluralidad, como ha pasado
en el feminismo, donde se
sacrificó la diversidad interna
con el objetivo de construir un
sujeto político fuerte, para
luego volver a incidir en que
éramos diversas. No creo que
haya que hacer eso otra vez.
M.: Por ejemplo, las mujeres
de la asociación argentina
AMMAR, que son las que
hablan de sí como 'mujeres
en estado de prostitución',
no se reivindican prostitutas,
trabajadoras sexuales o
putas, sino que hablan del
medio que les ha permitido
aprender a leer, educar a sus
hijos, etc., el lugar desde el
que se han empoderado.
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